Mi compañero Adrián Massanet especulaba hace poco sobre una de las grandes obviedades que visten al séptimo arte, la supervivencia o muerte del medio. Es evidente que si se mira desde un punto de vista económico, ‘Resident Evil: Ultratumba’ (‘Resident Evil: Afterlife’, Paul W.S. Anderson, 2010) garantiza la supervivencia del cine debido a su éxito. Ahora bien, si se mira desde una perspectiva artística, el engendro dirigido por el señor Anderson —por Dios, no me lo confundan con el excelente director de ‘Magnolia’ (id, Paul Thomas Anderson, 1999)— sería un indicio de que el cine se convierte en un zombie, un muerto moribundo. Si dejo de lado el cabreo que me ha producido el visionado de tremenda majadería, frenaría mis palabras y diría que productos como éste hacen mucho daño al cine, y en concreto al injustamente infravalorado cine de acción, terror y ciencia ficción.
Por otro lado, ‘Resident Evil: Ultratumba’ ha sido lanzada en 3-D utilizando el sistema creado por James Cameron, director que va por ahí quejándose de lo mal que se está usando el 3-D en otras películas, proclamando a los cuatro vientos que el suyo es el único sistema válido. Está claro que lo único que le interesa a Cameron es ganar pasta, algo totalmente respetable, porque si hubiera echado un vistazo al uso de su sistema en el presente film, se echaría las manos a la cabeza. ‘Resident Evil: Ultratumba’ tiene su única razón de existencia en el famoso nuevo formato. De ahí a que se use con inteligencia hay todo un trecho.
El argumento no existe, simplemente es una excusa para ofrecer lo mismo que en las anteriores lamentables secuelas —esta saga compite directamente con la de ‘Crepúsculo’ (‘Twilight’) en ser la peor de la historia—, y está ofrecida como si de un videojuego se tratase, algo lógico por otro lado debido a la procedencia del material. Alice (Milla Jovovich) y un ejército de clones a su imagen y semejanza —que enlaza el film con la tercera entrega, la mejor de todas— intentando destruir una de las bases secretas de la Corporación Umbrella, la verdadera responsable de que el mundo se haya sumido en un apocalipsis en el que los muertos caminan ansiosos de carne humana, viva, of course.
A partir de ahí, la llamada progresión dramática que suele poseer todo film, es triturada por el señor Anderson en beneficio de una falsa espectacularidad en la que sobresalen los detalles de una estética vacía que nada comunica. Gotas de agua, ropa, gafas de sol lanzadas a la pantalla —más que un ejercicio de complicidad con el público parece un insulto directo—, y mil elementos más son resaltados para que la 3-D luzca en todo su esplendor. El espectador va de pantalla en pantalla acompañando a Alice y sus amigos, que van pasando pruebas mientras se enfrentan a todo un ejército de zombies, que esta vez tienen menos protagonismo que en anteriores entregas. Sólo se le da algo de relevancia a cierto tipo grandote con un martillo hacha que quita el hipo, a una variante de zombie que es capaz de hacer túneles por el suelo, y a unos doberman con malas pulgas, mascotas del villano de la función, una versión chulesca y barriobajera del agente Smith de ‘Matrix’. Todo ello evidentemente desaprovechado.
El hecho de que Paul W.S. Anderson haya regresado a la franquicia en el cuarto título —es productor de la segunda y tercera, dejando el testigo en directores mejores que él— parece responder a una necesidad imperiosa de demostrar que el cine del nuevo milenio se mueve en otra onda, y es ahí donde volvemos a lo comentado al inicio del post. La imagen de Alice en una avioneta que sobrevuela el letrero destrozado de Hollywood no puede ser mas clara en intenciones. Se está apostando con fuerza por nuevas formas de entender el séptimo arte en estos tiempos en los que el facebook, los videojuegos, los Ipod y los teléfonos móviles superavanzados van camino de convertirse en la esencia de nuestra existencia. Triste, cuanto menos.
De nada vale que Milla Jovovich —esposa del director, y madre de un hijo de ambos— parezca querer ofrecer una cara de heroína cansada, intentando poner otra voz más profunda —por cierto ¿alguien se ha fijado que al inicio le quitan sus poderes pero sigue siendo una espectacular luchadora y guerrera?—; o que veamos a una siempre preciosa Ali Larter robando en carisma los planos a la Jovovich; o a Sergio Peris-Mecheta pronunciando un perfecto inglés; o a Wentworth Miller pretendiendo resultar misterioso; o que el film termine con un bochornoso cliffhanger más propio de una serie de televisión. ‘Resident Evil: Ultratumba’ es una pérdida absoluta de tiempo. Sí, es a lo que olía, pero no se puede decir hasta comprobarlo. Aclaración esta última para los que les gusta que les expliquen obviedades.