La saga originada por la pasable ‘Resident Evil’ (2002) se ha basado en dar vueltas al concepto del cine entendido como un escapismo puro basado en lo que su director, Paul W.S. Anderson, entiende como "cool" y en el poder de las imágenes como sustituto de una trama medianamente elaborada.
Lamentablemente, en ninguno de esos dos frentes ha sido capaz de crear unos mínimos de entendimiento con el espectador, resultando deslabazadas afrentas a la coordinación narrativa que iban de mar en peor con cada entrega. Quizá ‘Resident Evil: El capítulo final' ('Resident Evil: The Final Chapter'), haya logrado acercarse un poco a la mínima dignidad que tuvo la tercera entrega.
Se opta por un look menos esterilizado y hortera que las dos precedentes, acercándose a las texturas postapocalípticas de ‘The Walking Dead’, esforzándose por lograr un aspecto en sus monstruos y escenarios realmente dignos de una superproducción que trata sobre un mundo devastado e invadido por zombies. Pero se empeña en enclaustrarse en los tropos de su pueril mitología.
Otra oportunidad perdida más
A película llega a sorprender en sus primeros compases. Comienza con otro tono, y no tarda en aparecer un primer monstruo muy elaborado, bastante físico y con un diseño grotesco muy apreciable. Al mismo tiempo, aparece el primer bache para el espectador. Esta primera escena marca el compás que lastrará a los FX, lo único mínimamente decente que tiene el proyecto. Cada vez que aparece una criatura la cámara se mueve de forma molesta y el montaje se encarga de que no haya un solo plano con claridad visual.
No solo los, probablemente muy trabajados, diseños no se logran apreciar, sino que el resto de pequeñas esperanzas, un par de escenas de acción decentes, no tienen ninguna consistencia por el mismo problema en la edición. No ayuda que tampoco tengan ningún sentido en la trama. Todo es arbitrario, unido por las mínimas costuras argumentales para justificar un MacGuffin que, si bien es ya algo más que otras entregas, no redime una mala manía que se hace casi insoportable en pleno 2017.
Lo peor de esta costumbre de la saga es que la justificación de “acción descerebrada” y el “sabías a lo que venías” no vale. El cine de acción ha cambiado y los felices 2000, los que los blockbusters podían permitirse el lujo de unir escenas de acción llenas de millones y explosiones ha cambiado. Ahora hay videojuegos con mejores tramas y en cine ha entrado a jugar Marvel. También hemos visto la obra maestra de George Miller, que apenas usaba un argumento de dos párrafos. Esto es una producción de Asylum con muchos millones de dólares.
'Resident Evil: El capítulo final', tortura decadente
Las producciones para vídeo de Albert Pyun tenían un empaque parecido, pero por lo menos eran obras que ofrecían más por menos, que expandían los límites de los subgéneros gracias a su poco riesgo económico y las sanas dosis de locura que en ellas podías encontrar. ‘Resident Evil: Capítulo final’ ni siquiera puede tomarse como un cine bis enmascarado. Su falta de humor y su solemnidad elimina cualquier opción de redención de una saga rancia, conservadora en su concepción de la aventura.
Lo único gracioso es que, en su condición de exploit de ‘Mad Max: Furia en la carretera’ (Mad Max: Fury Road, 2015), además de aspecto y secuencias de acción también parece que se pueden oler algunos guiños mirando hacia el feminismo. Ahora ‘Resident Evil’ se quiere apuntar y poner una medalla por ser una saga protagonizada por una mujer. Claro, la saga que empezaba con Milla Jovovic desnuda de la forma más gratuita posible. Mejor no empezar por ese camino Paul.
Lo más imperdonable es que cuando pasa el ecuador, la película empieza a ser realmente aburrida. No ayuda la acumulación de sinsentidos y momentos ridículos desesperantes. Ese plan mental de Alice para acabar con el malo, robado de ‘The Equalizer (El protector)’ ('The Equalizer', 2014) y después replicado por el villano, ese Wesker con gafas de la Ruta del Bakalao y estética trasnochada de la era Matrix. No. Esta ‘Resident Evil’ no es mucho mejor que las demás, lo único que la hace superior es, por fin, con un poco de suerte, ser la última.
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