Os decía en mi texto sobre ‘Arsénico por compasión’ (‘Arsenic and Old Lace’, Frank Capra, 1944) que la comedia era algo muy difícil de hacer, sobre todo la alocada. Hoy día se va, como en otros géneros, dicho sea de paso, a lo facilón, reunir un montón de chistes escatológicos de dudoso gusto unidos por una trama chusquera y ridícula, casi siempre dentro del ámbito de la comedia romántica. Con este panorama, algunos volvemos la mirada hacia atrás, y añoramos otros tiempos, que gracias al maravilloso mundo del DVD pueden ser reexplorados. Hasta que de repente, alguien se arma de valor y decide poner la carne sobre el asador, y hacer las cosas de forma decente. ‘Resacón en las Vegas’ (‘The Hangover’, Todd Phillips, 2009) es la prueba patente de que USA aún quedan seres inteligentes.
Pero no se me malinterprete, no voy a decir que ‘Resacón en Las Vegas’ es una gran película, pero sí supone una sorpresa dentro del lamentable universo comercial estadounidense, del que salen infectas comedias. Su propuesta no tiene nada de original, pero al menos está presentada con cierto gusto, y sobre todo con mucho respecto al espectador al que, por primera vez en mucho tiempo, no se le trata como a un imbécil. A primera vista indicaba lo contrario; ese lamentable título español, y el currículum de Todd Phillips hacían temer lo peor.
‘Resacón en Las Vegas’ tiene un argumento no demasiado interesante. A saber: cuatro amigos deciden ir a Las Vegas a celebrar la despedida de soltero de uno de ellos. Pocas horas antes de la boda descubrirán, aún con la resaca haciendo estragos sobre sus cabezas, que han perdido literalmente al novio y no recuerdan absolutamente nada de la noche pasada. Con esa premisa, y en manos del responsable de cosas como ‘Road Trip’, hay que reconocer que muchos nos esperábamos una comedia de lo más tontorrón, con algunos chistes de mal gusto, muchas palabrotas, mucha corrección política, y mucha moralina. El film no ofrece lo contrario, pero Phillips parece haberse puesto las pilas, revisado unos cuantos clásicos, y comprender al fin los resortes de la comedia inteligente.
Porque si algo ha hecho Phillips con esta película, además de hacernos pasar un buen rato, es el de rejuvenecer la tan sobada comedia americana, la de insuflarle aire fresco, manejando clichés y sirviéndolos de forma amena, divertida y sin caer en el exceso (uno de los males del actual cine). Su frescura reside en haber planteado la historia a base del intento de reconstrucción por parte de sus personajes centrales de una alocada noche de juerga de la que no recuerdan absolutamente nada, pero de la que poco a poco irán comprobando que para otros muchos fue inolvidable. He ahí uno de sus aciertos argumentales: mientras todo el mundo, por las más diversas razones, jamás olvidarán el encontrarse con los cuatro jóvenes protagonistas, éstos tendrán que vivir con una nube en su memoria, o si acaso mirar una única vez unas desternillantes fotos que son la prueba de lo vivido. Mientras otras comedias se hubieran limitado a narrar la juerga en sí, en ‘Resacón en Las Vegas’ se opta por mostrar las consecuencias.
Phillips entiende que por muy loca que pueda ser una comedia, ésta nunca debe caer en lo burdo y lo extremadamente exagerado, o en inútiles cambios de tono. Al contrario, el director sorprende por su envidiable capacidad para controlar el tono de su relato, y aunque a veces no pueda evitar caer en concesiones (el final), o momentos cogidos por los pelos (sacar el tigre de la mansión de Mike Tyson tiene que ser mucho más difícil de lo que se ve en pantalla), no deja que la historia se le escape de las manos, logrando que el espectador se interese por cada nuevo paso que los personajes dan, y sobre todo algo raro de ver en estos días: reírse con ganas.
Pero si hay algo en ‘Resacón en Las Vegas’ que brilla con luz propia es Zach Galifianakis, intérprete que lleva más de diez años en el negocio, pero que hasta ahora no se había hecho notar. El actor compone uno de esos personajes que darían para hacer una película con él solo. Hermano de la novia, por lo tanto futuro cuñado del perdido prometido, es el que ofrece algunos de los momentos más divertidos de la película, gags que escapan a lo de siempre: el chiste visual. Alana Garner (Galifianakis) es un chiste en sí mismo, son sus palabras las que producen risa, sus contestaciones y sus deducciones, con un punto entrañable y amistoso que hace se le coja cariño al personaje. No puedo dejar de mencionar instantes como aquellos en los que comenta que no puede acercarse a menos de 40 metros de un colegio, o el chiste sobre los infumables Jonas Brothers (por fin alguien se ríe de algunas de las memeces de la Disney en una película). El resto del reparto no está a la altura, pero tampoco molestan, lo cual es prácticamente un milagro en una comedia. Por otro lado es una pena que Heather Graham, la más famosa del reparto, esté tan desaprovechada (no precisamente porque sea actriz), y Ken Jeong compone un delirante personaje secundario (mother fuckeeeeeeeeeeeeeeer).
¿Se puede salir dando brincos de alegría después de ver la película? Por supuesto, pero no porque nos encontremos ante una obra maestra de la comedia, sino por unas claras intenciones y resultados, dentro de un género que estaba más muerto que el del western, y lo que es peor, pisoteado, ultrajado, insultado y violado. Por eso mismo, que alguien como Phillips haya puesto de manifiesto un “hasta aquí hemos llegado”, es digno de aplauso, dentro de unos límites, por supuesto. Hasta los títulos de crédito finales son una muestra de inteligencia, haciendo que el espectador complete el rompecabezas que ha supuesto la alocada noche.