A pesar del pésimo favor que le hace la imposición del título en español, ya que la mete en el saco de las comedias facilonas, sin sustancia y de relleno en la cartelera, ‘Resacón en Las Vegas’ (‘The Hangover’), está muy por encima de lo que se podría esperar de ella. Contiene una realización hábil e inteligente que, a pesar de jugar con los tópicos de comedia de gamberradas, logra mantener el tono firme en todo momento y depara una película muy divertida que acaba reflexionando sobre la rebelión contra la madurez.
Nos presenta a cuatro amigos que se marchan a la ciudad del pecado para celebrar la despedida de soltero de uno de ellos. Los cuatro son bastante diferentes, con motivaciones y circunstancias personales distintas pero con una misma finalidad: pasar una noche loca y desenfrenada. Y lo consiguen, aunque no la recuerden.
Con esa premisa, la de intentar reconstruir las horas de una fiesta que se antojaba trepidante y que acaba siendo la crónica a golpe de flasback de un desfase extremo que tendrá duras consecuencias. Previsible en cuanto a su premisa, la habilidad de Todd Phillips hace que la película camine con firmeza por cada escena, se recree en algunos gags verdaderamente hilarantes (inolvidable cameo de Mike Tyson o la aparición de un mafioso chino inclasificable) y mantenga la diversión sustentada en el manejo de la intriga. Plantea ‘Resacón en Las Vegas’ el juego de la reconstrucción de una noche de juerga para implicar aún más al espectador y que no se limite a esperar con ansias una nuevo momento descacharrante con el que reirse, sino que intente llenar el enorme vacío con el que sus protagonistas se encuentran en su memoria.
Este planteamiento es convincente, incluso cuando el relato deja el flashback para continuar con su esperada resolución, y todo ello a pesar de jugar con los tópicos, de incluir los convencionalismos propios de una comedia de estas características. Intenta una especie de reflexión, inteligente y cómica, sobre la consciencia de la madurez alcanzada. Los cuatro personajes protagonistas (a excepción de uno de ellos, inclasificable en todos los sentidos) no son adolescentes o jovenzuelos cuya responsabilidad está exhimida en una noche de locura en Las Vegas, sino cuatro treinteañeros, con trabajo y esposa o novia formales que recuerdan con nostalgia otros tiempos de fiesta desenfrenada. Ahora, tienen que hacer malabares para encontrarse sin sus respectivas ataduras, incluido el ahorro de dinero para pasar una despedida de soltero inolvidable. Y no digamos la de resolver los entuertos para llegar a tiempo a la boda, en una conclusión previsible, pero que aún así brinda algún momento de rebeldía irreverente digno de mención.
Otro de los aspectos más positivos del fiim, y la base sobre la que sustenta su buen funcionamiento son sus actores protagonistas. A priori, y como el título en español mencionaba, parecen nombres no demasiado conocidos, sin relumbrón y sin embargo, su apuesta es firme, convincente y realizan un trabajo excelente. Cada uno se ajusta perfectamente a su estereotipo: el novio apuesto (Justin Bartha) que quiere sentar la cabeza con una bella novia de una familia bien; Bradley Cooper interpreta el profesor, esposo y padre que se muestra el amigo fiel y que capitanea la expedición, y Ed Helms que se mete en la piel del más responsable (en apariencia) con novia formal y exigente más allá de lo tolerable, que tiene que usar la mentira para poder participar. El cuarto es el gran descubrimiento del film: el desconocido Zach Galifianakis que borda su papel como el hermano de la novia, un tipo extravagante, algo pirado, que funciona en otra dimensión bajo su particular visión, entre perversa, disparatada e inconsciente, pero que intenta integrase e involucrarse (a su modo) como uno más en el heterogéneo grupo de tres amigos.
La química entre los actores funciona perfectamente, convirtiendo a ‘Resacón en Las Vegas’ en la comedia del verano cinematográfico, y eso que la aparición de la exuberante Heather Graham (la estrella con más cartel del reparto) que se mostraba como un reclamo más, se queda en un mero papel secundario casi insustancial.