Todos hacemos gilipolleces cuando vamos ciegos.
-Mike Tyson
Hace poco más de un año, una película a priori no muy apetecible, ‘Resacón en Las Vegas’ , se convirtió en el sleeper del verano en EEUU. El nombre de su director tampoco invitaba al optimismo: Todd Phillips era el responsable de títulos tan temibles como ‘Viaje de pirados’ (‘Road Trip’, 2000). Pero hete aquí que el señor Phillips entregó un trabajo más que solvente proclamando su candidatura a ascender a la primera división del difícil arte de la comedia. Hace unas semanas estrenó un nuevo film, ‘Salidos de cuentas’, de nuevo con protagonismo del descubrimiento de ‘Resacón en Las Vegas’, Zach Galifianakis. La película era una reformulación del pequeño gran film ‘Mejor solo que mal acompañado’ (‘Planes, Trains & Automobiles’, John Hughes, 1987), muy poco conocida en nuestro país y objeto de culto en los USA. Lo que queda meridianamente claro es que su director prosigue el camino de alcanzar una especie de clasicismo que comenzó con su film anterior.
Hay que reconocer que el punto de partida no es muy original que digamos, aunque también es tremendamente efectivo: cuatro amigos se van a Las Vegas para celebrar la despedida de soltero de uno de ellos y la cosa acaba como el rosario de la aurora. ¿Os suena familiar? Eso es que habéis visto títulos como ‘Very bad things’ (id, Peter Berg, 1998), o ‘Airbag’ (Juanma Bajo Ulloa, 1997). Lo curioso del film es su uso del tiempo narrativo: en la primera escena vemos a tres de ellos tirados en medio de una polvorienta carretera. Sus caras son un poema y uno de ellos llama a la novia del amigo que se va a casar y le confiesa que las cosas están mal, muy mal. Todd Phillips nos pone en situación rápidamente mediante un flashback situado dos días antes del gran evento en el que veremos los preparativos, conoceremos a los protagonistas y nos quedaremos a las puertas de la gran noche. Es en ese preciso momento en el que el director introduce la elipsis que supondrá el alma y eje de la película. Fundido a negro. La escena siguiente es espectacular.
Una gallina pasea a sus anchas por una lujosa suite de hotel que parece el escenario de una revuelta popular. Parte del mobiliario humea y la sensación de caos es brutal. Poco a poco vuelven al mundo nuestros protagonistas con el peor dolor de cabeza de sus vidas. En los siguientes minutos descubren varias cosas que provocan aún más confusión a su lamentable estado: hay un diente desaparecido, hay un novio desaparecido, hay un bebé en un armario, hay un tigre en el cuarto de baño, hay un coche patrulla aparcado en lugar de su coche, hay un chino en el maletero. Y el espectador, fascinado, se pregunta qué diablos ha pasado en esa noche. Pues bien, el director administra la misma resaca al público y nos oculta todo lo ocurrido en las últimas doce horas, y junto a los atribulados protagonistas deberemos reconstruir poco a poco el delirante puzzle de la noche de alcohol y drogas en Las Vegas.
La apuesta de Todd Phillips es muy alta, y podemos decir que lamentablemente no hace saltar la banca, aunque tampoco pierde todo su dinero y se guarda algunas fichas para el resto del metraje. El problema de empezar en el Everest, con ese campo de batalla de efluvios etílicos y miles de interrogantes, es que, como suele ocurrir, son mucho más interesantes y divertidas las preguntas que las respuestas. Y sí, este ardid ya había sido utilizado en ‘Colega, ¿dónde está mi coche?’ (‘Dude, where’s my car?’, Danny Leiner, 2000), pero donde aquella ponía gags de parvulario capaces de dañar seriamente el cerebro del espectador y unas interpretaciones que rozaban la oligofrenia, ‘Resacón en Las Vegas’ administra sabiamente la anécdota de partida y ofrece unas fantásticas interpretaciones.
La película no trata de vendernos la rueda. Los tópicos abundan, pero al estar integrados en un todo bastante armonioso, no molestan. Sí, hay un cartel de “Welcome to fabulous Las Vegas”, hay apuestas a todo o nada en la mesa de Black Jack, hay strippers y hay una boda con una de ellas en una capilla a pie de carretera —por cierto, escena que se parece y mucho a un celebérrimo capítulo de ‘Los Simpsons’ en el que unos completamente borrachos Homer y Ned Flanders terminan casándose con unas “bailarinas”. De hecho Zach Galifianakis, con su esquinada y esquizofrénica actuación podría ser un trasunto de Homer Simpson, al igual que Justin Bartha parece un sosías del beato vecino de los Simpsons—. La sucesión extraña de acontecimientos, unido a la alucinada percepción de la realidad de los personajes gracias a su descomunal resaca, nos muestra una Las Vegas diurna, lunar y extraña que guarda más de un parecido con la fantástica ‘Miedo y asco en Las Vegas’ (‘Fear And Loathing In Las Vegas’, Terry Gilliam, 1998).
Y una pregunta queda flotando en el ambiente: tras ver en los títulos de crédito las desfasadísimas fotos de la noche perdida...¿no hubiera sido mejor que la película fuera la crónica de esa noche destroyer y salvaje en vez de limitarse a mostrar sus consecuencias? En definitiva, un film divertido que se toma en serio el devaluado arte de hacer reír, pero al que quizá le falte un punto más de locura. ¿Quizá en ‘Resacón en Las Vegas 2’? Permitidme que lo dude.
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