Cuando en 1985 se estrenó ‘Regreso al futuro’, el crítico Roger Ebert (que jamás, pese a que le nombre, me ha parecido un crítico de cabecera) afirmaba que esta película tenia reminiscencias del cine clásico y, concretamente, del cine de Frank Capra, con su insuperable ‘¡Qué bello es vivir!’ como ejemplo máximo. No andaba desencaminado este hombre, por mucho que pueda parecer hilar muy fino. Salvando las distancias, Zemeckis, que en los años ochenta se encontraba en estado de gracia, podría ser uno de los (remozados) herederos de cierta concepción del cine clásico y de ciertos narradores americanos, aunque el viaje nostálgico-aventurero de Marty McFly dista mucho de la agonía existencialista de un George Bailey encerrado en la mentira rooseveltiana.
Ayer hablábamos de ‘Camino a la perdición’ como un ejemplo de intento de gran obra estética, que se quedaba a medio camino de casi todo. Y hoy hablamos de una película de aventuras sin más pretensión que provocar un placer máximo al espectador, en forma de diversión y emoción sin tregua. Mientras la primera será recordada con más respeto por parte de los espectadores, sin lugar a dudas porque representa un cine más “serio”, mas “dramático”, más “importante“; la segunda será considerada de inferior rango por el mero hecho de su propio carácter juvenil, cuando en realidad es de muy superior rango a aquélla, ya que consigue todo lo que se propone, y es un alarde de puro ingenio y un triunfo de la imaginación.
Es decir, que seguramente, sin ser conscientes, muchos antepondrían el academicismo de ciertas obras, antes que la sencilla felicidad de filmar que despliegan otras. Allá cada cual con sus argumentos, el que los tenga. Pero esto es pura felicidad de narrar, puro ingenio desatado, de cuando Zemeckis, en asociación con su amigo Bob Gale, supuraba cine por los poros de su piel, y estaba enamorado de sus propias historias. ‘Regreso al futuro’ es un hito del cine de aventuras, un homenaje al cine y a una época que, partiendo de un guión poco menos que perfecto, hace un repaso certero y emocionante a no pocos mitos e iconos estadounidenses, para proponernos un espejo divergente y apasionante.
La Odisea de Levis Strauss
Marty McFly emprenderá una especia de Odisea de Ulises, hasta las mismas raíces de su propia e intangible existencia. Se dice pronto. La identificación con este chaval algo sinvergüenza, de buen corazón, músico frustrado y de padres melancólicos y de sueños fracasados, es inmediata y sin fisuras. Hay millones de Martys Mcflys en el mundo occidental. Claro que su amistad con el chiflado inventor, el Dr. Emmett Brown (genial, inolvidable Christopher Lloyd, realmente el alma de la película), un cruce entre Albert Einstein y un cartoon de Tex Avery, dará pie a un inesperado viaje en el tiempo en una máquina muy diferente a la que viéramos en la formidable ‘El tiempo en sus manos’ (George Pal, 1960), pues ya lo dice Marty: “¿Has construido una máquina del tiempo…con un Delorean?”.
De modo que, accidentalmente, de modo impredecible, Marty usará ese Delorean para escapar de los asesinos de su amigo, e irá a parar a 1955, treinta años antes. A partir de ahí, no hay una sola secuencia sin una idea absolutamente brillante, que parecen cazadas al vuelo, pero que revelan un guión trabajadísimo, magistral. Dado que lleva puesto el traje anti-radiación, unos granjeros le toman por un extraterrestre. Nada extraño, pues los años cincuenta fueron un boom de la obesión OVNI. A continuación, obligado a quedarse en esa época, tiene lugar una secuencia magnífica en un bar del pueblo, donde se reirán de él por llevar un flotador (su chaqueta), no sabrán a qué se refiere cuando pide una “Pepsi sin” (“¿sin qué? ¿sin pagar?”), y se dará de bruces nada menos que con su propio padre, un pringado, un acomplejado, del que abusan sus compañeros, principalmente el matón descerebrado de Biff Tannen (fantástico Thomas F. Wilson).
Hay algo muy poderoso en esta imagen del hijo que conoce a su padre en su misma edad, algo psicológico muy resbaladizo, que Zemeckis maneja muy bien. Por supuesto, le sigue y ocupa su lugar en el accidente de coche con el que tenía que darse a conocer (provocando compasión) a la madre de Marty. De modo que su madre se enamora de él, y no de su padre. A parte de una variación divertidísima del mito de Edipo, y de lo perturbador de esta idea, este truco de guión es maravilloso porque, a fin de cuentas, se reemplaza la compasión por una pasión que viene a ser un eco del amor de una madre que lleva sus mismos genes. Rebautizado ya como Levis Strauss (por sus vaqueros, claro), la hazaña de Marty consistirá en conseguir que su madre (que está enamorada ahora de él), se enamore de su padre (que es un cero a la izquierda), o en caso contrario él no llegará a existir. Ahí es nada.
Es muy emocionante presenciar de qué modo padre e hijo se parecen en sus frustraciones, y cómo deben intentar vencerlas juntos, aunque ni siquiera sepan que están haciéndolo. Pero la verdadera amistad de la película, y de la trilogía, es la que se establece entre Marty y Doc, dos improbables amigos que tienen gran química juntos. Doc vendría a significar la mente y las ideas, y Marty el físico y la acción. Alma y corazón de la película, respectivamente. Dos amigos que intentarán vencer las leyes del tiempo y el espacio.
Zemeckis, el delfín plateado
Perteneciente a la generación de directores que han surgido de escuelas de cine, pronto encontró en Spielberg un aliado y un mentor, que le ayudó de manera entregada en sus inicios. De hecho, puede considerarse a Zemeckis una especie de delfín de Spielberg. En su más completa película hasta entonces, ‘Regreso al futuro’, Zemeckis demuestra una envidiable soltura en la planificación (tanto visual como sonora), en el ritmo y en la construcción de crescendos. Es un narrador consumado. Sin grandes alardes, con eficacia, plantea una puesta en escena sencilla y directa, y es capaz de montar vibrantes secuencias de acción y de armar la tensión, como en la escena del viaje de vuelta de Marty, todo un alarde de montaje y de comprensión y estiramiento del tiempo.
Su creatividad visual, y su sentido de la maravilla, quedan patentes a lo largo de toda la película, un conjunto de gran fluidez y una reconstrucción histórica (a cargo de Lawrence G. Paull) de primer orden. Cine artesanal y exacto como un reloj, que nos devuelve las ganas de vivir y reir, y que nos propone un viaje sin complejos, en el que todos podemos embarcarnos. Poco importa que más que sci-fi, sea un cuento de hadas en el que los personajes hacen esa transformación tan deseada por los academicistas. ‘Regreso al futuro’ es para disfrutar y olvidarse de todo. Para soñar.