En el nuevo largometraje de Zack Snyder la emoción brilla por su ausencia, y sin emoción no hay película defendible
Dice que, en esta vida, para todo hay una primera vez. Este 2023, en lo que respecta a mi relación con el séptimo arte en múltiples aspectos ha habido varias sorpresas inesperada, pero si debo destacar una por encima del resto esa es, sin duda, que Zack Snyder ha conseguido decepcionarme plenamente con uno de sus largometrajes desde que inició su filmografía en un ya lejano 2004 con 'Amanecer de los muertos'.
Hasta la fecha, todas y cada una de sus películas —con sus evidentes e inevitables altibajos— habían conseguido encandilarme por diferentes motivos, incluyendo su incursión en la animación con una 'Ga'Hoole' merecedora de muchos más elogios de los que ha recibido. Desgraciadamente, estas navidades han traído bajo el brazo un regalo envenenado titulado 'Rebel Moon'.
Desde su estreno el pasado 22 de diciembre han corrido ríos de tinta —o de ceros y unos, mejor dicho— en diferentes medios especializados y, por supuesto, en unas redes sociales en las que se sigue tratando a Snyder con un paternalismo rematadamente absurdo. El consenso general es que la 'Star Wars' particular del de Green Bay es un auténtico desastre; una opinión que, bajo mi punto de vista, lleva al extremo sus claras deficiencias.
Pero, ¿qué convierte la ambiciosa producción de Netflix en el que, posiblemente, sea el último gran batacazo creativo del curso cinematográfico 2023? A pesar de que pueda dispararse en múltiples direcciones, tengo claro que el motivo no radica en su barroquismo digital, en las recargadas filias de Snyder como director o en esa presunta mente de adolescente a la que se aferran sus detractores para destriparle a golpe de tuit; sino en el elemento que sirve de motor a cualquier título: los personajes.
Primero los personajes, después lo demás
No cabe duda de que 'Rebel Moon' tiene un buen puñado de frentes abiertos que la hacen no funcionar como debería pero, por encima de todo —y como suele ser habitual—, sus mayores problemas llegan de la mano de su narrativa. Una serie de inconsistencias que afectan severamente al conjunto y que, salvando las distancias, tienen puntos en común con lo ocurrido con el montaje cinematográfico de la 'Napoleón' de Ridley Scott.
Puede que lo peor, y lo que más daña al filme en última instancia, sea su cadencia narrativa tremendamente apresurada y cargada de elipsis, probablemente concebida en la sala de montaje. A excepción de su primer acto, que sí se molesta en presentar la aldea de Kora y plantear el conflicto principal y el detonante con bastante acierto, el resto del metraje parece estar ensamblado pisando a fondo el acelerador y sin conceder un solo segundo de reposo.
A esto, debemos sumar una estructura casi episódica propia de una serie de televisión que chirría especialmente dentro de un metraje de dos horas y cuarto. Los saltos entre localizaciones son constantes, las escenas se resuelven en unos pocos parpadeos y las entradas y salidas de personajes son, cuando menos, fugaces; lo cual hace que la historia pase sin pena ni gloria en pantalla, como si la causalidad se hubiese dejado a un lado y todo pase simplemente porque tiene que ocurrir.
Todo ello deriva en la mayor lacra que puede tener cualquier tipo de producción: que los personajes no importen lo más mínimo. A excepción de Kora, que tiene algo más de desarrollo, no sabemos prácticamente nada del grupo protagonista, cuyos miembros son introducidos con unas cuantas líneas de diálogo que dan un mínimo de trasforndo, pero obviamente no el suficiente; sus dinámicas no están en absoluto trabajadas y terminan convirtiéndose en poco menos que en carne de cañón.
Si no establecemos un vínculo con los héroes y sufrimos con su lucha por alcanzar sus objetivos, la emoción brilla por su ausencia, y sin emoción, no hay película defendible. Algo que se asevera con un tratamiento formal tremendamente plano —salvo honrosas excepciones marca de la casa y a pesar de la notable mano del director para planificar— y digno de cualquier serie impersonal enterrada en el catálogo de la plataforma, o con unos actores que parecen estar fuera de lugar.
Tristemente, todo lo enumerado previamente podría haber sido perdonable de haber existido un mayor cuidado a la hora de moldear a los protagonistas y ubicarles como es debido en un universo que, sin duda, se percibe más rico de lo que se ha terminado mostrando en pantalla; demostrando una vez más que escribir, dirigir y montar debe hacerse única y exclusivamente con los personajes en mente. El resto, espectáculo visual incluido, no deja de ser algo secundario.
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