Si echamos un vistazo a los comentarios más habituales que suelen escucharse durante buena parte de los debates sobre cine de animación 3D, podremos encontrar como denominador común la típica frase en la que se compara, por norma general con agravios de por medio, las producciones de la todopoderosa Pixar con las de Disney. Algo que se remonta al año 2005, cuando la compañía del ratón Mickey dio el salto a las tres dimensiones con 'Chicken Little'.
Con el paso del tiempo, la calidad de las producciones tridimensionales Disney se ha incrementado exponencialmente, alcanzando nuevos niveles gracias a producciones como 'Zootróplis', 'Vaiana' o, especialmente, una primera 'Rompe Ralph' que logró encandilar al respetable gracias a su frescor, originalidad, y a unos personajes tan carismáticos y cuidados como su narrativa.
Con su secuela, titulada 'Ralph rompe Internet', el clásico estudio de animación logra poner contra las cuerdas por primera vez la absoluta hegemonía de Pixar con una auténtica maravilla digital que aumenta las apuestas respecto a su predecesora y se muestra como un producto lleno de posibilidades —muy bien aprovechadas— y aún más grande que el vasto universo en el que se ambienta: la mismísima red de redes.
Si algo destaca al poner frente a frente 'Ralph rompe Internet' con la cinta original, esas son las titánicas dimensiones de esta continuación. Un aumento de escala y ambición que se ve reflejado tanto en la naturaleza del relato, más épico y complejo, como en un apartado técnico que sitúa la animación del largometraje a la vanguardia de la industria.
Una creatividad desbordante con la que reír... y llorar
Pero toda esta exhibición de músculo y poderío no hubiese servido de nada sin una creatividad asombrosa que marca nuevos hitos en la factoría Disney y que equilibra más que nunca el discurso de la película, enfocándolo con mayor precisión a un público adulto que, probablemente, disfrutará más de la experiencia que muchos de los espectadores más pequeños que pueblen el patio de butacas.
Esto, por una parte, se ve reflejado en los temas tratados en el filme, situando a Ralph y Vanellope en una diatriba en la que intentan encontrar su lugar en el mundo mientras experimentan unas crisis existencialistas que dan un empaque ciertamente trágico y desalentador al conjunto; un tono agridulce que sabrán percibir con mayor acierto e intensidad los más veteranos de la sala.
No obstante, esta santísima trinidad de creatividad, inteligencia y madurez, encuentra su máxima representación en la deconstrucción de Internet articulada por los directores Phil Johnston y Rich Moore y su equipo de guionistas. Un acertado reflejo de los claroscuros de la red tratado con cantidades ingentes de ironía, acidez y, sobre todo, con un sentido del humor brillante.
Pero el gran triunfo de 'Ralph rompe Internet', como cabría esperar de una producción marca de la casa Disney, radica en el modo en que llega al corazón a través de unos protagonistas —y secundarios— encantadores, a los que es imposible no adorar de forma prácticamente instantánea, y en cuyas efímeras experiencias vitales es fácil ver reflejados los pasajes más amargos de nuestras vidas, traducidos al lenguaje propio del cine familiar con una delicadeza pasmosa.
Con 'Ralph rompe Internet', técnica, creatividad y narrativa se dan la mano en la que no sólo es una secuela brillante de la cinta de 2012, sino una de las mejores piezas de animación 3D que hemos podido ver recientemente y que, ahora sí, no teme en mirar a los ojos a la inmensa mayoría de clásicos instantáneos gestados por la competencia directa.
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