La nueva película distribuida por A24 tiene madera de culto y un buen número de salvajadas en sus 85 minutos de metraje
Cuando se anunciaron los primeros detalles sobre 'Joker: Folie a Deux' —'Joker 2' para los amigos— fueron muchas las voces que se alzaron condenando a la producción de Todd Phillips al fracaso más absoluto única y exclusivamente por su naturaleza musical. Este escenario, además de absurdo, hizo una vez más evidente que existe una idea errónea —y tremendamente negativa— preconcebida hacia un género mucho más rico y variado de lo que podría parecer a simple vista.
Cuando se piensa en cine musical, la tendencia es hacerlo en épicas solemnes como 'Los miserables', en clásicos con un extra de azúcar como 'Cantando bajo la lluvia', 'West Side Story' o 'Los paraguas de Cherburgo', en desparrames setenteros y ochenteros como 'Grease' o 'Footloose', o, por suerte, en títulos de culto establecidos y reverenciados como la extraordinaria 'El fantasma del paraíso' de Brian De Palma.
Pero ejemplos como este último dejan claro que hay vida mucho más allá de estos estándares. La hibridación con el terror nos ha dejado rarezas modernas como 'Anna y el apocalipsis', comedias geniales de la talla de 'South Park: Más grande, más largo y sin cortes' o 'Granujas a todo ritmo' y desparrames en clave LGTB abrazados por la cultura pop como 'Hedwig y The Angry Inch' o la imperecedera 'The Rocky Horror Picture Show'. La lista es casi interminable.
Desmadre queer
'Rabos: El musical', el último lanzamiento como distribuidora de una A24 que sigue teniendo un ojo fantástico para encontrar ese "otro cine", combina precisamente el poso queer de las cintas de John Cameron Mitchell y Jim Sharman con el espíritu irreverente y sin filtros de Trey Parker y Matt Stone —que alcanzó la perfección en los escenarios con 'The Book of Mormon'—, y lo ha hecho dando una grotesca y delirante vuelta de tuerca a la premisa de 'Tú a Boston y yo a California'.
El largometraje, que encuentra sus orígenes en la obra Off-Broadway 'Fucking Identical Twins' de Aaron Jackson y Josh Sharp —que aquí hacen doblete como guionistas y pareja protagonista—, condensa en poco menos de hora y media la historia de dos gemelos separados al nacer que tratan de juntar de nuevo a sus padres divorciados. Un planteamiento explotado hasta la saciedad, pero rara vez de este modo.
Y es que, si algo hace especial al filme dirigido por Larry Charles —'Borat'— es el modo en que abraza un punto de partida visto una y mil veces y lo utiliza como arma con un potencial inmenso para enfadar a infinidad de colectivos entre obscenidades y animaladas varias, discursos blasfemos disparados a bocajarro y sin sutileza alguna, y una ridiculización de los estereotipos heterosexuales "alfa" divertidísima y presente desde el primer tema, titulado 'I'll Always Be On Top'.
'Rabos' no deja títere con cabeza y, a pesar de terminar siendo mucho menos graciosa y corrosiva, y más obvia de lo que cree, regala un buen puñado de momentos que, personalmente, me hicieron llorar de la risa a carcajadas entre paladas de humor absurdo, sorpresas inesperadas —ni se os ocurra ver el tráiler entero—, y una libertad creativa que, a veces, le juega a la contra.
Y es que el nivel de excesos del que hace gala 'Rabos: El musical' acaba agotando ligeramente, restando enteros a una fórmula que pierde fuelle conforme avanza el metraje. Por suerte, su duración de 85 minutos ayuda a mantener a flote un pupurrí de locuras y números que presentan demasiados altibajos en cuanto a las letras y las composiciones respecta.
Si algo termina de sorprender es su apuesta formal y su diseño de producción, casi de estar por casa y en clave DIY, con escenarios de cartón piedra, una planificación austera, un vestuario al que se le ven las costuras... La deliberada "cutrez" —por así decirlo, sin atisbo de ofensa— convierte a 'Rabos' casi en un antimusical cinematográfico en el que las grandes coreografías y los arrebatos de espectacularidad, ni están, ni son necesarios. El espíritu Off-Broadway condensado al 100% en un largometraje.
Está claro que, de encontrar a su espectador ideal, esta rareza con potencial de culto puede resultar una auténtica delicia, pero quien no entren en su juego acabarán, probablemente, aborreciéndola; y este nivel de polarización es algo que sólo pueden conseguir las obras más especiales y únicas en su especie.
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