Pablo Trapero se ha convertido gracias a obras como ‘El bonaerense’ o ‘El clan’ en uno de los directores argentinos más interesantes de nuestro tiempo. En su cine suele optar por un enfoque realista, algo que no choca con la posibilidad de apostar por géneros como el thriller. No obstante, ahora regresa con ‘La quietud’, un título de corte abiertamente dramático que tuvo su estreno durante el pasado Festival de Toronto.
Eso lleva a Trapero a buscar un acercamiento más sutil pero intenso a la historia durante sus dos primeros tercios, planteando diversos elementos que siembran la duda sobre hacia dónde planea ir exactamente. Es la reaparición de su interés por los problemas sociales de Argentina, algunos heredados de su problemático pasado, cuando todo se precipita, siendo sus protagonistas las que compensan algunas de sus carencias.
Una familia “feliz”
El punto de partida de ‘La quietud’ es la grave enfermedad que sufre el padre de familia, siendo hospitalizado por ello. Esto provoca la vuelta de París de una de sus hijas, aunque a Trapero no le interesa tanto cómo se siente ante la situación de su progenitor como el reencuentro con su hermana. Bien pronto se nos marca lo mucho que compartieron en el pasado, llegando a coquetear con la idea el incesto.
Ese elemento sexual sobrevuela en todo momento sobre el metraje, pero Trapero, que también firma el guion, prefiere no concretar nada y plantear otros escenarios que difuminan esa posibilidad. Además, el notable parecido entre Martina Gusman y Bérénice Bejo también abre la puerta a una lectura de corte fantástico que encaja con otro importante punto en común en sus vidas pero choca frontalmente con el tratamiento realista que da Trapero a la historia.
Esas pequeñas contradicciones alimentan la sensación de que Trapero se entrampa durante cierta fase de ‘La quietud’ al no terminar de querer concretar nada. Su notable trabajo de puesta en escena, demostrando un manejo impecable de los planos secuencia –algo que da mucha más fluidez a que la mayor parte de la película transcurra en la finca que le da título-, lo compensa en parte, a lo que hay que añadir el gran trabajo de Gusman y Bejo, pero a menudo parece que está estirándolo todo un poco más de la cuenta.
‘La quietud’ se transforma de forma irregular
La llegada del gran giro de ‘La quietud’ nos obliga a replantearnos una parte importante de lo visto hasta entonces y es ahí cuando el ritmo de la película da varios pasos adelante. Algo que hacía falta pero que Trapero no termina de saber aprovechar adecuadamente. Sí que funciona muy bien la trama vinculada de forma directa a la gran revelación, sobre todo por la intensidad interpretativa resultante, pero la forma de cerrar las tramas más íntimas no termina de resultar satisfactoria.
De hecho, Trapero parece descartar ahí todos elementos que rodean a las dos hermanas. Ellas dos cumplen con holgura y las emociones que transmiten se sienten genuinas, pero esa decisión por parte del responsable de ‘La quietud’ resulta molesta. No es tanto que quiera quitar trascendencia a todo lo demás -incluido un accidente resuelto de forma mejorable-, como que simplemente transmite que era casi innecesario.
En definitiva, ‘La quietud’ es un drama bien dirigido y con un trío protagonista que borda sus papeles, pero el guion resulta un tanto errático en ocasiones y eso entrampa a la película hasta el punto de que lo que debería ser arrebatador se queda en efectivo. Por suerte, la intensidad de esa querencia de Trapero por la crítica social añade un buen extra en lugar de ser un añadido gratuito, error en el que podría haber caído muy fácilmente.
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