No es una idea especialmente novedosa: agarrar códigos y elementos del cine para niños y trasladarlos, con los menores cambios posibles, al cine para adultos. Y la gracia está en el impacto, bien porque una temática habitualmente seria (un policiaco, un drama) queda distorsionada por ese ingrediente originariamente infantil, bien porque la propia narrativa y textura del vehículo adulto (violencia, erotismo, humor bestia) choca frontalmente con esos elementos fuera de lugar por su aparente inocencia.
Lo lleva haciendo el porno con animaciones explícitas desde los tiempos del cine mudo; lo hizo Peter Jackson con 'El delirante mundo de los Feebles' ('Meet the Feebles') en 1989; y hace poco, 'La fiesta de las salchichas' ('Sausage Party') introdujo en una película de animación con personajes adorables un humor absolutamente alejado de ser para todos los públicos. '¿Quién está matando a los moñecos?' ('The Happytime murders') da un paso más allá: es Brian Henson, hijo del mítico Jim Henson, el que pone en marcha todos los conocimientos heredados de su padre para hacer una versión bronca y para adultos de los Muppets (que aquí se llaman puppets o, en el doblaje español, "moñecos")
Para ello pone en pie una película que más que beber de esas gamberradas, se dirige a un clásico como '¿Quién engañó a Roger Rabbit?' y a su ambientación de serie negra para plantear una trama con una serie de asesinatos que afectan a dos mundos en permanente colisión: humanos y moñecos, que conviven despreciándose mutuamente. Cuando empiezan a aparecer cadáveres de moñecos, un ex-policía de trapo y una policía humana (Melissa McCarthy, graciosísima como siempre) que fueron compañeros en el pasado tendrán que volver a superar sus diferencias para investigar.
De la obra maestra de Robert Zemeckis estos moñecos no solo se inspiran en el argumento. También se quedan con cierto enfoque a la hora de plantear el choque entre mundos, cómo las características físicas (la elasticidad intangible e hiperactiva allí, la felpa colorista aquí) distorsionan una y otra realidad, y cómo se contaminan mutuamente, cuando vemos a las personas drogándose con azucar o a los muñecos eyaculando spray de serpentina. Esa realidad imposible, en la que nadie se pregunta quién maneja a las marionetas (o quién dibuja a los cartoons) es el gran hallazgo de la película, aunque venga de segunda mano.
'¿Quién está matando a los moñecos?': Almas de trapo
Es en los vericuetos de ese mundo donde se encuentran los momentos más afortunados de la película, casi hasta llegar a cierta sofisticación: es el caso del moñeco que se gana la vida en la calle bailando porque para eso es para lo que ha sido creado, un apunte sobre la naturaleza jovial de los Muppets originales y en la que por desgracia no se incide más, entreteniéndose la película por derroteros más sórdidos y menos incisivos y abandonando unas posibilidades metanarrativas muy jugosas. Ese arranque también apunta a una clarísima sátira racial, con unos cuantos chistes afortunados y que, por desgracia, se abandonan en el primer tercio de metraje.
Sin embargo, estos apuntes no son la tónica habitual de la película. A menudo, ésta se comporta como un mono que solo se sabe un truco: el de hacer que los moñecos tengan comportamientos obscenos. Y es cierto que esa premisa la lleva hasta sus límites, a veces con gags tan brutales (y graciosos) como el de los niños deformes o el del porno de pulpo y vaca. A veces más desesperante, a veces más previsible, '¿Quién está matando a los moñecos?' juega a comprobar si un solo chiste con múltiples variantes puede sostener hora y media de película.
La cuestión es que ese chiste es un chiste con moñecos. Y aunque un moñeco no tiene la bendición de los Muppets, esa que hace que cualquier cosa sea mejor si están cerca, la herencia le toca. Y por eso, aunque sea una hora y media del mismo chiste, es tremendamente gracioso. De algún modo perverso, el ADN de Jim Henson, la genialidad hilarante que hace que sea gracioso simplemente ver andar a un moñeco está presente en esta película. Y aunque haya momentos en los que se haya agotado el gag del animal antropomorfo de felpa diciendo guarradas... al final, son moñecos.
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