Todo buen largometraje que se precie debería arrancar con un plano de apertura a la altura de las circunstancias, que condense en una única toma todo lo que está por venir a nivel temático, tonal y conceptual. En 'Quien a hierro mata', esta primera imagen, como una contundente declaración de intenciones, nos muestra un mejillón siendo destruido de un manotazo en un vibrante plano detalle.
Con esta instantánea, Paco Plaza, que vuelve a la carga dos años después de aterrarnos con ese hito dentro del terror patrio titulado 'Verónica', sienta las bases sobre las que edificará su absorbente thriller de venganza a lo largo de una imprescindible hora y cuarenta minutos cuyo contenido podríamos etiquetar como una gigantesca bofetada en el rostro del espectador. De esas que dejan marca y que son difíciles de olvidar.
Porque 'Quien a hierro mata' da un nuevo sentido a ese tópico que suele hablar de "descensos a los infiernos", haciendo partícipe al patio de butacas de la espiral de violencia, ira, ambigüedad moral, claroscuros y aspereza que compone un cóctel amargo como la hiel que, aunque suene contradictorio, es complicado no paladear con gusto.
Un thriller coreano a la gallega
Con su última película, Plaza, amante confeso del cine de género gestado en la magnífica industria de Corea del Sur, ha dado forma a una suerte de thriller surcoreano a la gallega sin tratar de ocultar sus referentes y, de igual modo, sin perder un ápice de ese sello de autor que hace reconocible la rúbrica del valenciano. Y el primer aspecto en el que puede percibirse esto es, además de en su estructura dramática, en el tratamiento tonal y visual de la cinta.
'Quien a hierro mata' balancea con acierto dos caras de una misma moneda. Por una parte, y exprimiendo hasta la última gota de la fantástica labor del director de fotografía Pablo Rosso, colaborador habitual del realizador, hace gala de una contención y una sobriedad envidiables, que opta por economizar cortes y dejar respirar la acción sin ningún tipo de prisa. Por otra, no teme en dejar fluir su visceralidad y convertir el equilibrio en caos, liberando la cámara y zarandeando junto a ella al respetable sin ningún tipo de piedad.
Sobre esta dualidad, salpicada por un buen surtido de esos pasajes que invitan a contener el aliento de forma inconsciente gracias a una encomiable gestión del suspense, reina un gusto por lo simbólico que derrocha inteligencia y regala planos que evocan sin esfuerzo esa poesía visual tan característica del cine del país asiático —inolvidable ese camino de flores—, y que tantas alegrías nos ha dado cuando la han articulado maestros como Joon-ho o Chan-wook.
Aunque, por encima de cualquier elemento formal o narrativo de 'Quien a hierro mata', todos ellos brillando a un nivel excepcional, destaca la figura de un Luis Tosar tan descomunal como de costumbre. El lucense libera todo su talento en una exhibición de contención elevada por la riqueza de matices y detalles interpretativos, sacando oro de un personaje complejo y construido a las mil maravillas dentro de un guión cuya única pega es pecar de sobreexplicativo en algunos momentos.
En última instancia, todas las herramientas y recursos mencionados están al servicio de una historia de vendettas personales tan terrenal que se siente a flor de piel. Un relato cuyas lecturas acerca de la carga que supone la familia y las herencias que esta nos deja, a veces contra nuestra propia voluntad, calan en lo más profundo del un corazón gracias, en parte, a ese cálido costumbrismo con el que Plaza arropa todas sus creaciones, independientemente de la dureza de estas.
Si el plano inicial de 'Quien a hierro mata' es un anticipo perfecto de lo que está por venir, la abrumadora última imagen que vemos antes del corte a negro definitivo, además de parecer extraída de la peor de las pesadillas, resume a la perfección todo lo que esta retorcida joya pretende transmitir, cerrando así un círculo sobresaliente que sólo podría haber firmado Plaza. Y es que, en una analogía al modo en que la película transporta lo casi exótico del género a las tangibles costas gallegas, podríamos llegar a la conclusión de que nuestro Park Chan-wook particular se llama Paco y es de Valencia.
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