Como todos y cada uno de los títulos dirigidos por Quentin Tarantino, ‘Malditos bastardos’ genera una dicotomía. Una división entre los que les acaba pareciendo una broma, una película con momentos divertidos y poco más, en los que su director se gusta y disfruta dilatando escenas con diálogos ingeniosos, y los que confirman que Tarantino es el director más cinéfilo, apasionado y autorreferencial del cine actual, pero también un soberano talento para trazar puentes entre géneros, temas, influencias y fuentes de inspiración.
Esta mezcla tan personal que Tarantino logra con ‘Malditos bastardos’ entre el spaguetti western y el cine bélico, aderezado de sus personales referencias y reciclando capítulos de su memoria y gusto cinéfilo, hace que sea una película también difícil de catalogar. Como lo es el resto de su cine. ¿Acaso es “tarantiniana”? Pues lo es y mucho. Tanto que junto con ‘Jackie Brown’ resulta su trabajo más maduro y que nuevamente sorprende a nuevos espectadores por su capacidad para crear escenas magistralmente diseñadas y que funcionan como pequeñas películas dentro del metraje definitivo de ‘Malditos bastardos’.
Como suele acostumbrarnos, Tarantino mezcla con gran habilidad (y por mucho que se repudie de su talento, no se le puede negar su personalidad como cineasta y su valía) el divertimento, repleto de guiños (especialmente a su fuente de inspiración, la película casi homónima de Enzo G. Castellari), de añadir a su película elementos de que pertenecen a otra, pero que sabe encajar con gran gusto, y el ejercicio formal que destila un extraordinario gusto y enorme pasión por el cine. Eso es lo que realmente refleja en ‘Malditos bastardos’.
El cine como catarsis para la Historia
Gracias a una merecida libertad creativa, Tarantino hace su película más cinéfila, en la que nuevamente incluye elementos referenciales, pero además en la que el cine tiene un papel extra. Es la catarsis ficticia para redimir la Historia y con ello reinventarla a su antojo. Un verdadero homenaje encubierto en una película menos bélica de lo que se nos anunciaba en un principio y mucho más pasional de lo que cabría esperar.
Nuevamente incluye su narración a través de capítulos, que funcionan como episodios aislados y en los que Tarantino despliega su gran habilidad para el diálogo, para el dibujo de sus personajes, en esta ocasión con unos secundarios brillantes. Tanto que se diría no hay un protagonista claro. Ni siquiera unas pautas de género a las que ceñirse. Tarantino juega con distintos temas, propios del cine bélico, pero se los apropia y los filtra con su particular visión para ofrecer lo que realmente le gusta. Vestir con elementos de segunda mano un conjunto que no es sino una claro homenaje al cine, aunque ahora apele a un capítulo de la Historia no sin falta de humor y socarronería (no hay más que ver las interpretaciones de dos personajes presentados tan paródicamente como Hitler y Goebbels).
Y es que en ‘Malditos bastardos’ asistimos a una doble venganza que confluye en una sublime y dilatada escena apoteósica y concluyente que reúne los principales valores del arte cinematográfico de Tarantino: espectáculo, exceso, diálogos perfectos y ejercicio visual.
Los personajes: la clave
Conocemos el buen hacer (con frecuencia, salvo alguna excepción) del director a la hora de caracterizar sus personajes, de dotarles de personalidad y, sobre todo, de una verborrea que los hace únicos. En ‘Malditos bastardos’, como indicaba, no hay un protagonista claro. Tarantino despliega su buen hacer en la creación de personajes y nos regala algunas de sus más inspiradas líneas de guión. Para ello, en sus modélicos capítulos (para muchos escenas estiradas, para otros la magistral realización de un guión sólido), nos regala momentazos absolutamente disfrutables en cada segundo. Baste esa primera escena, una introducción ejemplar del coronel Hans Landa. El “cazajudíos” enfrentado en un careo prodigioso, donde despliega su enorme inteligencia y agudeza, además de una gran locuacidad (por cierto, pocas películas tienen más justificado verse en su versión original, ya que en toda ella se yuxtapone el alemán, el francés, el inglés y hasta el italiano con disfrutable gusto).
Y es que el caso de Christoph Waltz dando vida a su despiadado personaje es uno de esos momentos que pocas veces se prodigan en el cine y que quedan, por su enorme valor, para el recuerdo. Waltz, un actor austríaco, se antoja un encarnación perfecta del personaje diseñado por Tarantino. Asombroso despliegue interpretativo, tan sublime que por sí solo justifica el valor (y obligado revisionado) del film.
Pero no podemos olvidarnos del resto de elenco. Un casting notable. Pocos actores como Brad Pitt para encarnar al despechado e histriónico teniente Aldo Raine (aunque precisamente es el que menos brilla de todos, por ser el menos cuidado de todos los personajes de la función), acompañado del oso judío (un correcto Eli Roth), el crítico espía (un muy creíble Michael Fassbender), el soldado heróico metido a actor venerado (el mejor Daniel Brühl), la bella y elegante agente doble (una actriz de época con un absoluto dominio de la pose como Diane Kruger) o la judía vengativa Soshana (la menos conocida Mélanie Laurent).
Por último, cabe destacar lo bien que nuevamente vuelven a encajar los anacronismos musicales que el director impone en ‘Malditos bastardos’. Una de sus mejores bandas sonoras, en la que recurre a sus particulares gustos musicales, con piezas para muchos impensables para insertar en un film de estas características y que, sin embargo, consigue un resultado meritorio y disfrutable (para muestra un botón: el inicio de la venganza a ritmo del tema ‘Putting Out the Fire’, de David Bowie, que pertenece al film ‘El beso de la pantera’ de Schrader).
Cerramos con ‘Malditos bastardos’ el especial dedidado a Quentin Tarantino, un genio tan incomprendido como adorado, una estrella del rock que vive el cine con tanta pasión que el espectador verdadero amante del cine no puede sino disfrutar.
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