Una vez Quentin Tarantino alcanzó la gloria con ‘Pulp Fiction’, con premios en Cannes, con un Oscar que lo elevaba al olimpo de Hollywood, se convirtió en el cineasta joven llamado a renovar el cine norteamericano. En torno a su figura y sus únicas dos películas se formó todo un fenómeno fan que alcanzaba cotas insospechadas. También es cierto que el propio Quentin aportaba un valor añadido: carácter extrovertido, verborrea abundante y ganas de convertirse en un estrella mediática sin complejos.
Todo eso fue lo que logró tras su enorme éxito. Pero también conseguía enamorar a la mayor parte de la crítica especializada, había conseguido todo un hito con ‘Pulp Fiction’ y el futuro era algo que se mirarían más ojos y con mayor intensidad. También sus detractores, que de todo tiene que haber a pesar de su sobrada demostración de talento, estaban al quite para asestarle un golpe al menor tropezón. Sin embargo, Quentin se dedicaría a crecer como figura y tardaría, pero llegó con un nuevo título en 1997. ‘Jackie Brown’ sería la menos tarantiana de sus películas (inclusive hasta el día de hoy), era una reinvención, una forma de reivindicar que su cine era algo más que sangre, violencia y fama desmedida.
Tarantino y la hollywoodización
Como comentamos, Tarantino se dejó llevar por esa desmesurada fama lograda. Tocó la gloria y no iba a renunciar al sabor del triunfo tan pronto. Así, decidió darse un margen para disfrutar, de vender su imagen y trabajar en proyectos que le reportaran más fama, pero sobre todo más pasta. Era el momento en el que la hollywoodización pudo con él, se gustaba, le aclamaban y el dinero, a lo que hasta entonces había renunciado (relativamente) en pos del triunfo y demostrar su valía, parecía que era su objetivo. Pero sólo relativamente. En el fondo quería ganar dinero, muchos dólares, pero haciendo las cosas que haría sin que hubiese billetes de por medio. Meterse en proyectos estimulantes, con los que disfrutar sin una responsabilidad mayor como sería la de su siguiente trabajo en la dirección.
Había dejado el listón demasiado alto y eso pesa para cualquiera. Así llegaron ‘Four Rooms’, su amistad con Robert Rodríguez, ‘El mariachi’, ‘Abierto hasta el amanecer’, algunos papeles divertidos y también ‘Marea roja’. Un guión ya terminado que cayó en sus manos para reescribirlo, para darle su toque “tarantiniano”, que a la postre fue un enorme éxito. No sólo mejoró el libreto, sino que al estampar su sello, la película cosechó cifras sobresalientes. Eso de reescribir le gustó, pero también le sedujo dirigir un capítulo de la famosa serie ‘Urgencias’ y convertirse en una verdadera estrella del rock. Discursos, clases maestras, entrevistas…
Pero un cineasta con su curriculum, su fama y su proyección no podía dormirse en los laureles. Su siguiente trabajo supuso un cambio radical. En muchos sentidos. Se lanzó a una adaptación, personal y libre, de una obra de Elmore Leonard. Una novela negra que le serviría, de nuevo, para homenajear a un subgénero denostado: el blaxpoitation de los setenta. Una buena excusa para recuperar, de nuevo, a viejas estrellas olvidadas: Pam Grier, Robert Foster. Y añadir su sello en diálogos milimétricos, brillantes, una trama aparentemente sencilla, pero para nada simple y añadir una banda sonora (escuchar playlist en Spotify) que reivindicara la música negra de los setenta.
‘Jackie Brown’: ¿obra maestra o decepción?
En estos términos se movieron los múltiples comentarios tras el estreno de ‘Jackie Brown’. Para unos una enorme decepción. Una película larga, de narración pausada, de diálogos interminables, de personajes maduros, aparentemente blanda y, sobre todo, diametralmente opuesta a la violenta, vibrante y adrenalítica ‘Pulp Fiction’. Otros, en cambio, supieron apreciar su capacidad para reinvención, para demostrar que era un autor, un cineasta dotado de gran sentido creativo, capaz de despojarse de atributos y sumergirse en una película más cercana al clasicismo que a la modernidad que para muchos encabezaba en el cine norteamericano.
Lo cierto, es que el estreno de ‘Jackie Brown’ me dejó algo frío. En una segunda ocasión todo reposó con gran fuerza. Una película que no se me hizo para nada larga y que de nuevo demostraba la enorme capacidad de Tarantino para el domino de los diálogos, de las escenas sin acción, pero con una gran tensión entre los protagonistas, entre sus palabras, sus miradas y sus actitudes. El papel de Samuel L. Jackson es una buena muestra, perfectamente definido en su extensa presentación. Deja claro que Tarantino quería sacar el máximo partido de unos personajes muy humanos, a lo que muestra con enorme profundidad y que cargan con el principal peso de esta historia negra. Eso sí, con unos actores brillantes, desde un lacónico Robert De Niro o un sosegado y sorprendente Robert Foster. Sin olvidarnos de el resurgir de Pam Grier a la que le otorga algunas de las mejores escenas y que encarna a la perfección esa heroína madura, castigada que ya nada tiene que perder y que quiere cambiar su rumbo.
La historia: clasicismo en clave de Elmore Leonard
La metamorfosis de Tarantino con ‘Jackie Brown’, como señalaba, comienza con la elección de una obra ya escrita, una novela de escritor de best sellers Elmore Leonard. Un material con sustancia ideal para sumergirse en una historia de amor, teñida de tintes políciacos, de género negro, con intriga bien dosificada y un desarrollo in crescendo que culmina con un extraordinario final. Tarantino nos cuenta con paciencia, con milimétrica precisión a sus personajes y a una historia en aparencia sencilla, pero que acaba atando cabos, en un juego de intercambios (todo lo desarrollado en el centro comercial es un extraordinario ejemplo de narración y de dominio de los tiempos y la acción), que nos evidencia la complejidad de una trama de la que sobresale la victoria moral de dos personajes maduros, llamados a reivindicarse.
La trama, cuando ya conocemos a los personajes e intuimos sus pretensiones, se llena de humor negro, pero sobre todo de enorme sutileza. Todo contado con mesura, sin sobresaltos, sin violencia, sin un montaje eléctrico. Pero no por ello carente de tensión, de intensidad y de profundidad.
Sin duda un extraordinario homenaje al cine de los setenta, gracias a la portentosa banda sonora, insertada con su peculiar estilo (los personajes escuchan en algún momento algunos de los temas y los hacen partícipes dentro de las escenas), y que volvía a demostrar que Quentin Tarantino aún tenía mucho que decir y que ofrecer. Una película que merece un visionado repetido y del que se extraen nuevas formas de disfrutar por su riqueza y por excelentes momentos.
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