Una de las mejores cosas de la cultura streaming es la posibilidad de recuperar, con la adecuada distancia, títulos que fueron malentendidos por lo efímero del momento, los incordios de la globalización y el caprichoso maniqueísmo de los enfoques.
Tal es el caso de 'Hillbilly, una elegía rural', nacida para ser odiada desde el minuto uno, quizá por ser demasiado norteamericana, demasiado académica, demasiado destinada al oropel de las alfombras rojas… aunque, en este caso, estas características de las que el film de Ron Howard hace emblema y bandera con sano descaro no excluyan la existencia de un corazón, de un sello propio, puesto que si algo bueno tiene la cultura yanqui es su fascinación por la exhibición impúdica de sus vergüenzas y la profundización casi masoquista en los claroscuros de su atribulada y compleja historia.
Unas cuantas razones para amar la película que la crítica "seria" no quiere que veas
'Hillbilly', disponible en Netflix, sería previsiblemente ignorada por una Academia cada vez más obsesionada por la inclusividad, la discriminación positiva, el cine de buenas intenciones y la corrección política, desestimando los estupendos trabajos de sus principales baluartes, y tan sólo destacaría el trabajo de Glenn Close y el maquillaje. Los Razzies, o los anti-Oscar, nominarían, haciendo malintencionada dupla y confusa historia, también la labor de Close, mencionando además a Howard como director y a Vanessa Taylor como coguionista, y redondeando el disparate.
La crítica, cada vez más polarizada, se cebaría con la película. El espectador de a pie, por su parte, no comulgó del todo con semejante rueda de molino, ya que las valoraciones que de ella podemos encontrar en internet no son negativas, aunque tampoco para tirar cohetes; un 6.7 en Imdb y un 82% en Rotten Tomatoes (frente a un 25% de la crítica). En resumen, pocas obras recientes ejemplarizan el enfrentamiento entre críticos y espectadores de una forma tan preclara y contundente como 'Hillbilly'… más incluso teniendo en cuenta que hace unos veinte años ésta habría sido una película-acontecimiento que con toda seguridad habría encandilado a los primeros y, quizá en consecuencia, a gran parte de su público potencial.
Está bien, basta de tanto odio. Propongo en primer lugar focalizarnos en la carrera de Ron Howard. El niño de 'El noviazgo del padre de Eddie' fue durante mucho tiempo considerado una especie de hijo medio tonto de la generación Spielberg, aunque basta echar la vista atrás para darse cuenta de que no tiene película mala. Alguna aburrida, como 'Apolo 13', pero ninguna mala. En su primera etapa encontramos títulos bien majos como 'Turno de noche', 'Pisa a fondo', 'Cocoon', 'Llamaradas', 'Un horizonte muy lejano' o 'Detrás de la noticia'. Y alguno que otro notable… ahí están 'Un, dos, tres… ¡Splash!', la nunca suficientemente alabada 'Willow' o la ejemplar 'Dulce hogar… ¡a veces!'.
Por aquel entonces, el simpático y adorablemente mainstream Howard jugaba en la misma liga que Robert Zemeckis o Rob Reiner, pero en un registro algo inferior. En honor a la verdad, es cierto que durante estos años no encontramos en su deliciosa filmografía un título del empaque de 'La princesa prometida' o '¿Quién engañó a Roger Rabbit?'. Añade quien esto escribe: ni falta que hace. A partir de 1995, concretamente con la castaña de 'Apolo XIII', Howard cambiaría el chip y jugaría a tomarse en serio.
Zemeckis y Reiner harían tres cuartos de lo mismo, pero con resultados inferiores, o muy inferiores en el caso de Reiner (recordemos, o mejor no, 'Historia de lo nuestro'). De ahí obtenemos un puñado de películas tan discutibles y discutidas como brillantes en formulación y resultado: entre otras, la multipremiada 'Una mente maravillosa', la sosa pero sólida 'Cinderella man', la brillante 'Rush' o la extraordinaria 'Frost vs. Nixon'. No me metería en una pelea con puños americanos y cadenas por 'Una mente maravillosa', pero por la película de Nixon desde luego que sí. Tampoco daría del todo la espalda al cine de evasión, como prueba la simpática y profunda '¡Qué dilema!', sus adaptaciones de los horripilantes bestsellers de Dan Brown (tostonazo la primera, disfrutable la segunda, simplemente divertida la tercera) y su mal recibida incursión en el universo Star Wars con la palomitera y cumplidora 'Han Solo'. Casi nada.
Y todo esto nos lleva de nuevo a 'Hillbilly', cine cien por cien usamericano: para bien, para mal, para lo que sea. Información plus: "hillbilly" es un término peyorativo que se emplea para describir a los habitantes de ciertas zonas rurales y montañosas de la América Profunda. Sí, algo no tan alejado al 'Manifiesto Redneck' de Jim Goad, editado en España por Dirty Works. Si quieres profundizar en el tema, te recomiendo un vistazo al aplicado documental 'Hillbilly', dirigido por Sally Rubin y Ashley York, que aborda la iconografía del fenómeno en los medios y la cultura popular. El drama de Ron Howard se ubicaría de lleno, pues, en el género americana, que arrancaría con 'Sinfonía de la vida' ('Our town', 1940) de Sam Wood, que se considera su principal referente, o antecedente, del gótico americano, con el cual 'Hillbilly' tiene también sus concomitancias en sus elementos más sórdidos y descarnados.
No sólo Wood sería un prolífico cultivador del americana; también Howard Hawks y John Ford, este último en especial en una de sus indiscutibles obras maestras, 'La ruta del tabaco', basada en la novela de Erskine Caldwell. Y también, cada uno a su estilo, Raoul Walsh, Henry Hathaway, Andre deToth, Andrew V. McLaglen, Delmer Daves y muchos más.
En las décadas de los sesenta y setenta el género comenzaría a emplear texturas más crepusculares o abstractas (Mulligan, Pakula, Penn, Karlson, Eastwood) o simplemente más brutas, contundentes y salvajes (Peckinpah, Aldrich, Nelson, Siegel). Pero la película de Howard está planteada sobre todo como un regreso a los orígenes que, como las grandes obras del maestro Ford, se las apaña muy bien a la hora de entremezclar la progresía con el tradicionalismo, más allá de toda impostura propia del momento actual, buscando un sentido más moral que político a lo narrado.
Desmadre (rural) a la americana
A la apolillada crítica que nos merecemos no le gusta que los artistas vuelvan la mirada al pasado a no ser que tengan intención de difamarlo, arreglarlo o deconstruirlo. Tiene también un serio problema con los valores tradicionales y siempre han tragado a duras penas los dramas de exaltación familiar, por muy disfuncional que ésta sea. La familia es el último lugar a recurrir, pero está abierto toda la noche, que decía Ambrose Bierce.
Esto explica alguno de los vómitos vertidos sobre la película de Howard: Peter Travers la calificó de "oportunidad perdida"; Peter Bradshaw no dudó en tildarla de "artificiosa y autoconsciente"; Alonso Duralde se refirió a ella, sin más, como "una sandez pueblerina"; Richard Lawson la definió como "un cálculo repugnante enmascarado de empatía". En nuestro país no corrió mejor suerte; Elsa Fernández-Santos expuso de esta forma su descontento: "una sucesión de golpes de brocha gorda que pretende conciliar las dos Américas". También hubo artículos que incidieron en el divorcio crítica y público: sin ir más lejos, Begoña Gómez Urzaiz se refirió a ella como "la película que todos aman odiar". Y la misma que a unos cuantos, no pocos, les avergüenza amar.
Suficiente. Dejemos el odio de lado otra vez. Puede que 'Hillbilly' sea un parque temático de las miserias de América que perfuma el dolor y la pobreza con aroma de glamour hollywoodiense, pero quien la ataca por estas razones no entiende nada de la trayectoria de Ron Howard y difícilmente podrá emocionarse con un drama de John Ford. ¿O es que acaso obras incuestionables como 'Las uvas de la ira' o '¡Qué verde era mi valle!' no hacían sus concesiones al espectáculo y a los gustos de su público para no ser… ejem… los aburridísimos ladrillos en los que se podían haber convertido?
'Hillbilly' reúne todos los elementos de lo que antes entendíamos como Gran Cine Norteamericano: coming of age, conflicto intergeneracional, caída en desgracia, redención, dolor, gloria, derrota y triunfo; a grandes rasgos, las luces y sombras del american dream. Y, por supuesto, está basada en hechos reales: concretamente en la novela autobiográfica de J.D. Vance, al que encarnan en pantalla unos convincentes Gabriel Basso, en su adultez, y Owen Asztalos, en su adolescencia. El libro fue un éxito de ventas, muy vitoreado (ajá) por los sectores conservadores, principalmente porque conseguía transmitir algo tan “infame” como el espíritu de lucha y superación a partir de circunstancias adversas: una familia de clase baja y una madre adicta a la heroína. Ahora resulta que la meritocracia es fascista; o incluso peor, trumpista.
Es evidente que la historia de Vance no podría aplicarse a todos los casos (sin ir más lejos al mío y quizá al tuyo), pero lo que está claro es que el cine debe seguir desempeñando, también, el papel de fábrica de sueños y de hermosas mentiras, a la manera de Nicholas Ray y ese memorable final de 'Johnny Guitar'. Para enfrentarnos a nuestra nada cotidiana ya tenemos la realidad; a veces no hay nada mejor que una buena y artificiosa película de Hollywood nos recuerde que, pese a los obstáculos del recorrido, la lucha en ocasiones da sus frutos al final del largo camino.
Algo que no está muy lejos del mensaje de gran parte de las películas marcadamente sociales que triunfan en los festivales y se llevan el aplauso del público concienciado y buenista, especialmente cuando el héroe pertenece a una minoría o es mujer, y no es simplemente un jovencito blanco de clase baja (como si la clase no fuera un factor determinante, el más importante de todos con vistas al éxito y al privilegio). De nuevo, la trampa de la diversidad. El sinsentido febril de la reivindicación identitaria en tiempos definitivamente desnortados. Mireia Mullor citó una valoración de Bob Hutton sobre la novela: "ilustra el oxímoron que el capitalismo y sus defensores claman: cualquier individuo trabajador puede llegar a la cima, pero, para ello, muchos individuos deben permanecer abajo".
¿Pretenden los críticos que la adaptación de la novela debería ser infiel a los hechos, supuestamente reales, narrados en ella para adaptarse a un mensaje menos problemático y más a juego con el espíritu de su época? Y, desde luego, aceptando que el sistema capitalista genera una división desproporcionada e injusta entre ricos y pobres… ¿insinúa Hutton que los miembros de la clase baja no deberían prosperar a lo largo de sus ya bastante complicadas vidas, quedándose siempre en una suerte de estampa gris y neorrealista, para no ocupar el lugar de los poderosos, porque eso implicaría la aceptación de un sistema reprobable? Y sobre todo, cuando las mujeres y las personas de otras razas no caucásicas alcanzan el éxito… ¿no están también, al mismo tiempo, aplastando las posibilidades de otras mujeres y otros individuos de razas no mayoritarias y privilegiadas?
Se me acaba el tiempo y todavía no he dicho que 'Hillbilly' es una película extraordinaria. Y lo es porque sabe emocionar sin ambages, directa a la retina. Y emociona porque su director, después de cuarenta y siete películas, al margen de sus más de ochenta como actor, tiene oficio y tablas de sobra para cerrarnos la boca a todos. Y posee la magia del cine en las venas; a pulso se la ha ganado, como su protagonista. Amy Adams realiza el mejor papel de su carrera desde 'La gran estafa americana' ('American Hustle'). Cuenta con un plantel de secundarios, de Freida Pinto al gran Bo Hopkins, de quitarse el sombrero, de fieltro o de paja.
Y qué decir de Glenn Close, soberbia como la abuela Mamaw, otro papel de fuste que añadir a su abultado y envidiable currículum. Es una injusticia tirar su milimétrica interpretación por tierra porque su personaje luzca, gracias al maquillaje, como un equivalente a la señora Doubtfire… ¡porque está interpretando a una persona real que era idéntica a la señora Doubtfire, leñe! Su parte dramática es tan desmelenada, por supuesto, como la de una obra de Tennesse Williams o Eugene O'Neill, como una novela de Jacqueline Susann o William Faulkner. ¿Pero quién dijo que eso sea malo? Hacedme caso y dadle una oportunidad a la peliculita. La tenéis a golpe de clic para cualquier tarde lluviosa o nublada. No os fieis de los críticos serios, por favor; fiaos de mí. Os aseguro de que os irá mejor, y si no, al tiempo.
Ver 5 comentarios