Durante años, Hollywood se ha cerrado en banda a las comedias románticas, creyendo que era un género que traía más desastres en taquilla que alegrías. Y sin embargo, todo vuelve, y de un tiempo a esta parte películas como 'Cualquiera menos tú', 'Sin malos rollos' o 'El especialista' han demostrado que el romance nunca se fue: solo necesitaba una capa de pintura para actualizarse a los nuevos tiempos y volver a ser atractivas para un nuevo público. Claramente, a Meg Ryan no le ha llegado la circular, porque 'Lo que sucede después' nace ya ajada.
No meg lo puedo creer
Una de mis comedias románticas (y, por qué no decirlo, de mis películas) favoritas es 'No controles', la maravilla de Borja Cobeaga en la que una ex-pareja tiene que convivir en el mismo hotel después de que sus vuelos se cancelen por una tormenta de nieve. Tiene slapstick, personajes inolvidables (ese Juancarlitros) y alma metida en la memoria de un Casiotone. Con un argumento muy similar, Meg Ryan ha hecho el contrario exacto de la cinta española: humor de 'Noche de fiesta', personajes planos y ningún atisbo de carisma por el camino.
'Lo que sucede después' es el retorno de Ryan a las comedias románticas después de 14 años (la anterior fue la olvidable 'Atrapado por amor'). En los 90 fue la reina absoluta del género, pero ahora, a los 62 años, no ha sabido volver a encajar bien las piezas del puzzle. No es un tema de edadismo: se puede hacer una buena rom-com pasando de los 60 (ahí está 'Mamma mia!'), pero la actriz ha co-escrito y dirigido una película que nace envejecida, como si le diera pereza ir arrastrándose de escena en escena y, una vez planteada, no supiera qué más hacer para mantener viva la llama del interés en el espectador.
Los personajes de David Duchovny y Meg Ryan son simples carcasas sin emociones que se cuentan su vida de manera forzada, a golpe de guion puro, y tratando de sacar una lagrimilla constante en un espectador que, harto de sus constantes despedidas, solo quiere que este paseo por el desierto de 100 minutos (que se sienten como tres horas) termine de una vez. Lo que cuenta la película podría funcionar no ya en formato cortometraje, sino en un anuncio especial de la Superbowl. Es un constante pasar de minutos atisbando la nada, en todos los sentidos.
Por favor, no se ryan
'Lo que sucede después' es una película terriblemente barata (costó 3 millones de dólares que apenas recuperó en cines), y se nota. La gran mayoría de ella transcurre en un aeropuerto, sí, pero concretamente en espacios indeterminados de diferentes salas de espera para las que solo hace falta colocar asientos y un par de mesitas. De hecho, ni siquiera necesita más actores: el guion justifica que si ambos están pasando esa noche en el aeropuerto es por una "magia" indeterminada, y ya con eso cree que cualquier truco para abaratar la producción es válido.
De hecho, los mejores gags de la cinta recaen en los avisos por megafonía que contestan directamente a sus preguntas sin justificación alguna: no pude evitar reírme, por mucho que intuyera que no es un abrazo a la comedia absurda, sino más bien un retazo más de pereza creativa. El resto del humor se basa en quejarse de la época moderna y cometer la locura de montarse en un carricoche de aeropuerto y dar trompos con espesa lentitud. Si eso es lo que esperáis en una película, estáis de enhorabuena. Eso sí, no os confiéis: en cualquier momento, el aparente humor puede dar un salto imprevisto hacia el drama pillándote totalmente desprevenido.
De pronto, Duchovny y Ryan, pretendidamente antagónicos, encuentran momentos de verdad en su pasado en común. Por sí solos, y aún utilizando mecanismos claramente postizos, estos momentos de intimidad donde desgranan qué ha pasado en los años que llevan sin verse y el motivo por el que su relación se rompió, pueden llegar a funcionar. Es más: dejan entrever que hay unos personajes bajo esa capa de sobriedad tan estática y aburrida como la dirección de la película. Tristemente, no duran lo suficiente como para llegar a emocionarnos.
Es paradójico que 'Lo que sucede después' transcurra durante una noche en un aeropuerto y se sienta, tal cual, como una noche en el aeropuerto: es incómoda, aburrida, larga, oscura, no hay nada que hacer y solo algunos momentos puntuales de diversión te hacen pensar que algún día lo recordarás con cierto cariño. Es un placer ver que Meg Ryan se atreve a volver al género que la convirtió en la reina de los 90. Ahora, por favor, que alguien escriba y dirija en su lugar.
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