Una de las principales tendencias del cine español durante los últimos años ha sido la creación de thrillers con un fuerte componente local. De hecho, aún tenemos en cartelera la excelente ‘Tarde para la ira’ o la notable ‘El hombre de las mil caras’ cuando nos llega ‘Que Dios nos perdone’, segundo largometraje de Rodrigo Sorogoyen que logró llevarse para casa el premio al mejor guion durante el último Festival de San Sebastián.
Sorogoyen echa mano aquí de la historia de un violador y asesino de ancianas para ofrecernos la radiografía de tres psicópatas muy diferentes entre sí, pero con una situación psicológica de relativa igualdad. Eso ayuda a que el libreto firmado por él mismo junto a su colaboradora habitual Isabel Peña se deleite en la descripción de sus protagonistas, lo cual eleva ese tenso clima de violencia a punto de estallar que sobrevuela en todo momento.
La cara más turbia de Madrid
Sorogoyen ya situó la acción de ‘Stockholm’, su ópera prima en Madrid, donde es cierto que se percibía muy bien que la acción se situaba allí en lugar de ser un escenario poco menos que aleatorio. Sin embargo, lo que allí sucedía podría pasar perfectamente en cualquier otra ciudad, mientras que sería poco menos que imposible trasladar la acción de ‘Que Dios nos perdone’ a otro escenario sin que la película cambiase de forma notable.
Uno de los grandes hechos distintivos es que Sorogoyen y Peña se aprovechan del clima social específico que hubo en la capital española en 2011 con el surgimiento del movimiento del 15-M o la visita del Papa con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Ojo, esos temas distan mucho de tener peso real en el relato, pero su influencia sí se deja notar, tanto en las urgencias policiales por resolver el caso como en la atmósfera ya de por sí enrarecida de ‘Que Dios nos perdone’.
Ese hecho puede resultar frustrante a algunos espectadores, ya que Sorogoyen y Peña juegan con muchos aspectos para luego supeditarlo todo a un enfoque naturalista en el que interesa más la radiografía de los personajes que la evolución del caso. De hecho, la figura del asesino queda de lado durante la mayor parte del metraje y es solamente durante sus últimos 30 minutos cuando adquiere verdadera importancia.
A decir verdad, parece que importa menos el impacto del caso que la forma que tienen de lidiar con él el dúo de inspectores formado por Alfaro y Velarde. Dos policías contrapuestos, más metódico y reservado el primero, mientras que el segundo es mucho más expeditivo -por no decir directamente violento- y extrovertido. Sobre el papel totalmente incompatibles, pero es ahí por donde la película muestra sus mejores cartas.
’Que Dios nos perdone’, muchas luces y alguna pequeña sombra
Está claro que contar con dos actores de la talla de Roberto Álamo, que literalmente se transforma en Alfaro, y Antonio de la Torre, que lidia con un personaje que al ser tartamudo requiere una interpretación doble y brilla en ambos frentes, ayuda a ello, pero es que Sorogoyen y Peña les dan un material de primera para hacerlo. Al final, ellos mismos también son unos psicópatas, pero de formas muy diferentes para que Sorogoyen nos ofrezca un retrato muy interesante de un universo que el cine tiende a vincular de forma exagerada con el asesinato, también presente aquí, claro está.
El único peaje a pagar es que en parte se basa en un pequeño desdibujamiento de ciertos personajes secundarios, que quedan limitados a lo que les aportan a ellos en lugar de conseguir una entidad propia más marcada dentro de sus limitadas apariciones. Soy consciente de que al final no deja de ser esa la función de los secundarios, pero hay algo en el caso de ‘Que Dios nos perdone’ que no me termina de llenar y que acaba por ser mi mayor pega hacia la película.
Eso se compensa en parte a través de unas diálogos que huyen de cualquier concesión “peliculera” en beneficio de un mayor realismo, donde los cabos sueltos son el pan nuestro de cada día y no todo ha de quedar resuelto de forma impecable. Este es el otro punto que realmente distingue a ‘Que Dios nos perdone’ de sus homólogos de Hollywood, y además encuentra respaldo en la propia puesta en escena de Sorogoyen, mucho más nerviosa en la utilización de la cámara entonces.
Reduciéndolo a detalles concretos, Sorogoyen prefiere dejar de lado la cámara fija para el tramo final, donde es cierto que persiste ese lado más naturalista, pero también entra en escena la necesidad de resolver el caso, donde quizá haya algún detalle cuestionable -un personaje diciendo que no cogerán al asesino hasta que cometa un error para que eso suceda poco después-, mientras que anteriormente predomina el uso de la cámara en mano, aunque sin subrayarlo en exceso.
Esa transformación encaja con el clima de tensión, ya que al principio funciona a modo de refuerzo para incidir en la necesidad de que el espectador sea partícipe de esa inquietud que obsesiona a los dos policías y que también encaja con esa forma tan turbia de mostrar a Madrid para luego ir confiando en una utilización más normalizada de la cámara a medida que la propia evolución argumental y psicológica de los personajes no requiere de un respaldo formal tan marcado.
En definitiva, ‘Que Dios nos perdone’ es otro estimulante acercamiento del cine español al thriller con un toque costumbrista en lugar de limitarse a copiar el modelo de títulos tan fascinantes como ‘Seven’. Es cierto que hay pequeños problemas aquí y allá y también que se queda un poquito por debajo de ‘Tarde para la ira’, pero Sorogoyen sabe muy bien lo que busca y cómo reflejarlo, contando además para ello con un equipo de primera en el que destacan sus dos protagonistas y el tercer actor, cuya identidad obviaré, que da vida al asesino. Muy recomendable.
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