Es una noche de Navidad y George Bailey (James Stewart) se quiere suicidar. El ángel Clarence (Henry Travers) va a mostrar a Bailey como sería el mundo sin que él hubiera nacido, en una visión nueva de los hechos que conformaron su biografía.
Todos conocemos el argumento de esta película. Se dice que es un clásico navideño. Bien, si pero yo no dejo de verla todos los veranos. Se dice que es conmovedora. Bien, pero yo creo que no hay cursilería sino verdad sobre el ser humano. Se dice que de todas las películas sentimentales de Capra, esta es la mejor. Aunque yo recomiendo a todo el mundo ‘Juan Nadie’ (Meet John Doe, 1941).
‘Qué bello es vivir’ (It’s a wonderful life) se rodó en 1946, ya sin el amparo de su habitual y mejor guionista, Robert Riskin. Frances Goodrich y Albert Hackett sacaron un partido magnífico a una historia que solamente Capra pudo haber dirigido, pero, iré más allá, la que estaba destinada a dirigir. Comenta Dave Kehr que el uso del agua es especialmente elegante en la película.: es una metáfora bella, sin excesos. ¡Qué maravilloso es el cine! deja escrito mi compañero Caviaro y no le falta razón.
Estaba hablando del argumento de esta película. ¿Es acaso una película sobre la esperanza? Bien, es verdad, hay un final feliz. ¿Es una película sobre el poder de los ángeles? Bien es verdad, un ángel, y uno ingenioso, salva la vida de George Bailey. A mi, en cambio, me parece una película sobre lo posible. Porque, a diferencia de otras comedias y dramas que se centran en individuos que no parecen vivir en un sistema social y económico concreto, en esta película los problemas no suceden a George Bailey, sino que suceden a George Bailey de y en Bedford Falls.
Hay un ángel, sí, pero es una vida concreta (la del humilde George Bailey) la que tiene un impacto sobre otro montón de vidas concretas (la de sus parientes, amigos, conciudadanos). Nada más ateo que esa idea. Hay esperanza sí, pero es la bondad, es la renuncia, es la resistencia lo que la provoca: nada más progresista que eso. Por supuesto, la codicia tiene un nombre: el señor Potter, el banquero que encarna con gran tino el estupendo Lionel Barrymore.
Si pudiéramos explicar la maldad como lo hace Capra. Si pudiéramos hablar con el señor Potter, el banquero al que vemos, con claridad y con una valentía insólita hoy en día, explotar y abusar de las personas que habitan este pueblo. El tiempo pasa, pero las imágenes resuenan, se mezcla la historia del cine con la que nunca dejó de ser su cultura inicial, la Historia nuestra que habitamos.
Si pudiéramos entender el deshaucio, la codicia. Pero podemos entender la naturaleza del fracaso. “Ningún hombre es un fracaso si tiene amigos”. Las palabras de Clarence no son cortesía, ni cursilería: son una visión verdaderamente humanista del mundo. Donna Reed y James Stewart están espléndidos, especialmente este último, con una desesperación simpática, dotando a cada escena del mismo prodigio que nos invita a pensar el mundo de otra manera.
Pocos cineastas como Frank Capra. Ya no hay cineastas así. Habitualmente, el cine se basa en contarnos mentiras más o menos agradables, a veces con grosería inclusive. Belén Gopegui ha escrito con gran tacto sobre esta película y la compara con otra, bien distinta, también conocida ‘La vida es bella’ (La vita é bella, 1997).
Gopegui escribe: Ésta sí era, en mi opinión, una película cursi, remilgada y cobarde pues prometía que si uno se toma la mayor dificultad con fantasía, podrá salvarla. Acaso la diferencia esté en que cuando lo cursi tiene miedo a decir su nombre nos invita, como decía la canción, a “añorar lo que nunca jamás sucedió”, mientras que Capra nos permite desearlo, quererlo en un futuro real y no en un pasado inexistente.
Esto no es solamente una película, claro. Es una experiencia trascendente. Es una obra maestra que enseña el lado más verdaderamente luminoso de los seres humanos: aquel en que los sueños no se pierden con el tiempo o en el aire sino que se materializan con casas, con vidas, con hechos que darán paso a palabras mejores, esta vez sí más útiles. Soñar no podía ser esperar, sino actuar.
Y esta es la lección más trascendente del cineasta Capra. Y la que perdurará, no importa cuanto pase el tiempo.
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