Era de esperar: el nuevo Bond, estrenado algunas semanas antes de las navidades, “debía” recibir un duro repaso por parte de la crítica, que se ha despachado a gusto, en casi todo el mundo, despedazándola sin compasión (tampoco en este blog mis compañeros han tenido contemplaciones con ella). También el público, que en un principio ha respondido masivamente a su estreno, originando un río de dinero que se ha agotado un poco pronto, parece estar poco satisfecho con la nueva entrega bondiana. Tras el magnífico ‘Casino Royale’ era mucho pedir que la siguiente la superase.
Pero así es, realmente. ‘Quantum of Solace’ es más que la digna compañera, como algunos pocos han sabido ver, de la sorpresa refrescante y deslumbrante que tuvimos con ‘Casino Royale’. Realmente aquella parece hermana pequeña de la última y sorprendente película del agente secreto más amoral, cínico, brutal y contradictorio de la historia del cine. Sí, realmente era de esperar una reacción tan negativa, porque nos encontramos ante un mazazo sin contemplaciones, una sorpresa mayúscula que ahonda despiadada en alguno de los terrores de nuestro tiempo. No todos estamos preparados para asumir que Bond se ha hecho adulto y que ya no tiene nada que demostrar.
Lo que es la vida. Estando las cosas en el nivel en el que están dentro del cine de entretenimiento (ese que, de cuando en cuando, también nos cuela cargas de profundidad en el mismo momento en que nos relajamos con sus pirotecnias, algo que el mal llamado cine clásico norteamericano hizo estupendamente durante décadas), es decir, en una escala de ingenio y sorpresa bastante bajas, por no decir nulas, pues llega un icono del cine de aventuras (en realidad, una puesta al día de los folletines seriados que fueron macerando durante siglos, con el bello, la bella y el villano de turno) y tiene las agallas de ignorar al fan de bond más superficial, y de adentrarse sin medias tintas en un territorio nuevo.
Cuando dicen que la Sci-Fi (porque eso ha sido siempre Bond, mezclado con thriller, noir, neo-noir, melodrama…y un largo etc) ha perdido su capacidad visionaria, profetizadora, de lo que puede depararnos la estupidez, la codicia y la ambición humanas, parece que no están en lo cierto, pues no es que los temas se hayan acabado, sino que todo lo que nos advierte este ilustre y dificilísimo género se hace realidad a una velocidad abrumadora. La Sci-Fi cinematográfica que nos llega desde mediados de los años 90 (con motivo del apocalíptico fin de milenio) puede ser en ocasiones brillante, y más desoladora que antes: sabemos que no son fantasías, sino realidades de ahora mismo. Cuando el mundo (que el desgraciado ha topado con nuestra terrible raza) se va al garete sin remisión, la ficción científica lo certifica. Y nos pone la carne de gallina.
Cuando uno asiste a la desertificación masiva y controlada de regiones enteras en las que los parias, es decir, los hombres sin poder ni importancia estratégica alguna (más allá de su necesidad de beber…) se quedan apenas sin el mínimo necesario para subsistir, sabe que no le están contando una de indios. Esto está pasando en el mundo. Lleva pasando en el mundo varias décadas, junto a cosas peores, y seguirá pasando. Es la herencia del mapa sociopolítico heredado después de la segunda guerra mundial. Y precisamente para cosas como esta, creo yo, existen personajes y mitos como el de James Bond. Para contarlo en clave de cine de acción, por supuesto. Pero para contarlo y hacerlo visible. El cine popular es algo más, en realidad mucho más, que mera evasión.
Un magnífico, como acostumbra, Mathieu Amalric compone el villano más escalofriante de las 22 películas de 007. Reservado, reptilesco, de inteligencia sobrenatural, de explosiva ira incontenible, de labia irresistible. Esto es el perfil clavado de los hombres de negocios despiadados, de fachada bondadosa y políticamente correcta, que todos sabemos van a dirigir el mundo según sus intereses, sin importarles cuántos mueran en el camino. Y Bond tendrá que enfrentarse a él y aprender que en el juego del reparto de las migajas de este miserable planeta juega también su propio país, y que no tendrá la ayuda del gobierno para el que trabaja. Pero Bond es el último hombre valiente, el último guerrero. Todos queremos un Bond que con su fortaleza, su habilidad, se deje de zarandajas y en lugar de llevar a estos desalmados ante la justicia, se líe a puñetazos, patadas, navajazos y tiros con ellos. Qué subidón de adrenalina verle convertido en defensor mártir de los que no pueden valerse por sí mismos.
Cuando estamos hundidos en la butaca (al menos, los que sabemos la mierda de mundo en que vivimos y que no hay manera de cambiarlo), Marc Foster (al que algunos creíamos muerto y enterrado después de la extraordinaria, a falta de otras palabras que ahora mismo me asaltan a la mente, como descarnada, definitiva ‘Monster’s Ball’, a la que siguieron algunos errores de concepto en su carrera) nos regala la que probablemente es la secuencia mejor rodada y más impresionante de todas las persecuciones aéreas de la saga. Es tan impecable técnicamente, que no podemos creernos que pueda ofrecer, sin ningún error de continuidad o tono, un momento tan gélido y desolador como el que tiene lugar en la grieta en la que Bond y Camille (una bellísima Olga Kurylenko, mucho más que una simple chica Bond de usar y tirar, con una personalidad descreída y sacrificada que la empareja maravillosamente con el personaje que Daniel Craig elabora sin aparente esfuerzo y que es un ejemplo de contención y matices) descubren parcialmente el plan perfecto que deben desbaratar.
Pero ‘Quantum of Solace’ se aleja premeditadamente de las fórmulas agradecidas y acomodaticias que han echo a los dueños de la franquicia multimillonarios. No encontrará el enconado fan del asesino más perfecto de su majestad lugares comunes o espectacularidad desequilibrante del tema a tratar. La contención, la oscuridad del relato, son casi absolutas, tan sólo traicionadas por alguna que otra inevitable concesión a la galería, y lógica también. Por eso esta gran película es muy superior a toda esa parafernalia desplegada en la trilogía de Bourne, ese tipo indestructible y hecho de cera. Muchos establecen comparaciones entre sus modos de estructurar y montar la acción. Puede que sea cierto. Pero en esta, al contrario que en aquellas, late una desesperación plausible y lograda, algo que no se encuentra ni por asomo en la superficialidad irritante y adormecedora (por mucho que la maquillen de artefacto insuperable) de las películas protagonizadas por el amnésico asesino.
En parte resulta tranquilizadora y reconfortante la incomprensión generalizada ante esta película. En un mercado dominado por el cine de acción cuyo único objetivo es adormecer los sentidos y vender evasión a cualquier precio, ‘Quamtum of Solace’ estaba condenada al escarnio, al desprestigio, a la condena del “consumidor medio”. El que suscribe no tiene nada en contra. Cada cual es muy libre. Casi mejor. En el cine en el que pocas personas veíamos esta película, muy pocos o ninguno, a parte del autor de estas líneas, parecía satisfecho con las imágenes por las que había pagado. Aún así estas se sostenían. Como decía Gene Wilder: “coge un relato y dale hostias sin compasión…si se sostiene, es que es una buena historia”.
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‘007: Quantum of Solace’, el terminator británico