Cuando se anunció la futura existencia de ‘El Pueblo’ sentí cierta pereza, ya que era vendida como la nueva serie de los creadores de ‘La que se avecina’, titulo que defendí durante años pero que abandoné hace ya unos años porque sentía que se había agotado. Temía que ‘El Pueblo’ fuese a limitarse a seguir la misma fórmula y, ante la escasez de tiempo, aplacé sine die el darle una oportunidad.
Finalmente me animé poco después de la llegada de la primera temporada a Telecinco tras las buenas palabras que le dedicó mi compañero Albertini y quedé gratamente sorprendido. Los problemas de convivencia vuelven a estar a la orden del día y los recién llegados a Peñafría sí que recuerdan algo a los vecinos de Mirador de Montepinar, pero me encontré una serie fresca y entretenida que ha revalidado sus virtudes en la segunda temporada que Amazon estrenó el pasado 14 de febrero.
El choque entre dos formas de vida
A partir de aquí encontraréis algún spoiler de la segunda temporada de 'El pueblo.
No voy a negar que lo que más me gusta de la serie son los vecinos que ya habitaban Peñafría, tanto por lo que aportan a nivel individual con sus costumbres arraigadas como por su uso a modo de contraste con los nuevos y urbanitas vecinos. Así fue en la primera temporada y ha vuelto a suceder en los cuatro episodios de la segunda que ya he podido ver, con la elección de un nuevo alcalde como primer gran hilo conductor.
Además de servir para frustrar un nuevo plan de Juanjo para recuperar la gloria pasada, este punto ha servido para potenciar la importancia de las mujeres en la serie sin por ello olvidarse de las notables diferencias entre ellas. La elección de María como nueva líder de Peñafría no deja de ser una forma de mantener al menos en parte las costumbres de la zona y que la dinámica no cambie más de lo necesario.
Ademas, la serie ha conseguido que eso no cambie la actitud de los personajes, ya que el único al que realmente cuesta reconocer con respecto a la primera temporada es a Moncho, cuya forma de ser no es que se suavice, es que se transforma de forma notable. Lo hace primero enganchándose a jugar a la consola, siendo la trama que peor ha funcionado hasta ahora, y luego por la llegada de Edu Soto, cuyo personaje representa para él una amenaza a varios niveles.
Ahí la serie parece querer seguir la fórmula del triángulo romántico que ya exploró en la primera tanda de episodios con Pablo, Laura e Isabel, la cual gana importancia en la segunda por la llegada de la tercera en discordia a Peñafría, pero para hacerlo ha desdibujado un tanto al personaje interpretado por Santi Millán. Muchas veces el cambio es necesario para no atascarse, pero en este caso creo que se han precipitado.
Mucho que disfrutar
No olvidemos que la primera temporada fueron apenas ocho episodios, los mismos que tiene la segunda, por lo que todavía había espaciado para deleitarse en las personalidades de los habitantes de Peñafria e ir creando diferentes combinaciones para que el choque entre ellos fuese el origen de la comedia. Por suerte, eso también se está haciendo, consiguiendo que la temida repetición no haga acto de presencia a las primeras de cambio.
Además, el propio pueblo -Peñafría en la ficción, Valdelavilla en la vida real- vuelve a ser otro personaje más de la serie, ya que permite respirar más a los personajes y potenciar la posibilidad de que algo similar pudiera suceder en la vida real. Una serie como ‘El Pueblo’ sería muy diferente de rodarse en plató y sus responsables siguen siendo muy conscientes de ello, aprovechando también muy bien otros escenarios como el río o las ruinas.
Otro elemento esencial para que la serie funcione está en su reparto, un grupo de lo más diverso pero que los guionistas saben aprovechar bastante bien con un reparto de tramas equilibrado. Cada uno de los personajes tiene el potencial para ser el favorito de algún espectador y eso es algo que no se está descuidando.
Uno de los detalles por los que yo me decanto más por los oriundos de Peñafría es por lo inhabitual de que tengan tanta presencia en una propuesta de estas características -aún lamento el fracaso de la reivindicable ‘Plaza de España’ y sigo echando de menos a los personajes de Claudio y Braulio de ‘Olmos y Robles’- y sus peculiares costumbres, ahora en constante evolución pese a la obvia reticencia de Arsacio, siguen dando color a la serie.
En resumidas cuentas
Pese a alguna pequeña pega, la segunda temporada de ‘El Pueblo’ sigue siendo un soplo de aire fresco en el panorama televisivo español. Una serie que recoge parte de lo sembrado por ‘La que se avecina’ pero que ha encontrado rápidamente su identidad propia y sigue incidiendo todo aquello que funcionó en la primera tanda de episodios. Un pasatiempo ligero pero con encanto con el que matar cualquier rato libre que tengas en el que no quieras complicarte mucho eligiendo.
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