‘Promesas de arena’ es la nueva apuesta de RTVE por la ficción española tras el tibio funcionamiento en audiencias de la aclamada ‘Malaka’. Para ello se ha hecho mano de la novela homónima de Laura Garzón y nos traslada a un hospital de Libia para ver desde dentro el trabajo de una ONG, aunque el rodaje transcurrió en Túnez, el país más cercano a Libia en el que se podía grabar en condiciones de seguridad.
Precisamente ese ultimo punto es uno de los puntos fuertes de la serie, ya que se consigue dotar de una credibilidad visual a la serie que nunca hubiese sido posible de rodar en plató. El problema es que ‘Promesas de arena’ quiere abarcar muchas cosas y en los tres episodios que he tenido la oportunidad de ver no termina de destacar en ninguno de ellos. Casi da la sensación de ser una forma de alcanzar la excesiva duración de cada uno de los episodios que cualquier otra cosa.
A medio gas
No obstante, sería injusto obviar que ‘Promesas de Arena’ sí echa mano de una trama como eje sobre el que ir asentándose: el romance entre Lucía (Andrea Duro) y Hayzam (Francesco Arca). De hecho, el viaje que llega a cabo el espectador para descubrir la realidad de Libia que se nos presenta se realiza a través de los ojos de ella, prestándose atención a perfilar su determinación y qué es lo que la ha llevado a viajar ahí para básicamente encontrar su lugar en la vida.
Para ello quizá hubiese sido adecuado contratar a otra intérprete, porque al menos en ‘Promesas de Arena’ cuesta creerse momentos en los que hace alusión a verse bajo la sombra de su hermana y tampoco termina de trasladar de forma adecuada su voluntad por hacer del mundo un lugar mejor. Falta arrojo desde el guion y un mayor empuje por parte de Duro, que se muestra más cómoda cuando se hace mayor hincapié en la parte romántica, donde la serie resulta de lo más convencional.
Y es que el hecho de que Lucía y Hayzam provengan de mundos tan diferentes apenas se deja notar en sus interacciones, siendo los elementos que les rodean los que están pensados para dar una mayor entidad a un romance que en sí mismo no transmite esa pasión desbordante necesaria para moldear todo a su alrededor. Simplemente veo a dos personajes que hace falta que estén emocionalmente conectados.
En líneas generales, ese problema se traslada al resto de la serie, desde la doctora que no se termina de adaptar a las particularidades del hospital, la actitud proteccionista del jefe del campamento o la doble vida de la encargada de los suministros. Se ven demasiado los hilos por parte de los guionistas, tanto cuando prima la acción como cuando el lado más emocional del relato pasa a primer plano.
Una mezcla mejorable
Ahí la abultada duración de los episodios -ninguno de los tres primeros baja de los 70 minutos- impide que todo evolucione de forma más ágil. A menudo hay que recurrir a conversaciones que solamente ayudan a estirar los episodios o a dar vueltas sobre las mismas ideas, llevando a que el desarrollo de las tramas no consiga enganchar a un espectador cada vez más exigente por la enorme oferta de series que hay en la actualidad.
Hasta cierto punto podría decirse que ‘Promesas de Arena’ es una propuesta cómoda, que no exige demasiado al espectador una vez que aceptado que tiene un punto de partida exótico. La forma de intentar disimularlo es jugar con diferentes géneros sin apostar de forma decidida por uno, ya que ni siquiera su fuerte componente romántico tiene la presencia suficiente.
Hay pequeñas gotas de thriller, detalles de intriga aquí y allá, algo de drama humano y un poquito de conciencia social para que el espectador reflexione sobre una realidad que seguramente le sea desconocida. Hacía falta una claridad de ideas notable para conseguir equilibrarlo todo y en ‘Promesas de Arena’ hacen la mezcla pero sin un criterio claro. Algo mejora el asunto gracias al trabajo de ambientación -al que debería haberse sacado más partido, eso sí- y la solvencia de algunos miembros de su reparto, sobre todo Blanca Portillo y, en menor medida, Daniel Grao.
En resumidas cuentas
‘Promesas de Arena’ es una gota más en la ficción española, una propuesta con mejores intenciones que resultados. En ninguna de sus facetas llega a resultar molesta, pero le falta esa dosis de inspiración necesaria para engancharte y esto lleva a que el visionado de los episodios se haga un poco cuesta arriba. De haber llegado hace quince o incluso diez años podría haber sido un paso intermedio a tener en cuenta, pero a día de hoy se queda en tierra de nadie.
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