Concluyo mi aportación al especial de placeres culpables con ‘Operación Swordifsh’ (‘Swordfish’, Dominic Sena, 2001), una película que ha recibido bastantes varapalos críticos pero que yo me lo paso pipa cada vez que la veo, y ya van unas cuantas veces. Eso contando que la mayor parte de los ingredientes y participantes en el film no vaticinaban nada bueno —y quizá no lo sea—. Por un lado Dominic Sena, que pareciendo olvidado desde su correcta ‘Kalifornia’ (id, 1993) venía de triunfar con la aburridísima '60 segundos' (‘Gone in Sixty Seconds’, 2000), con todos los malos tics del cine made in Jerry Bruckheimer, se proponía trasladar un guión del temible Skip Woods cuyo currículum es para echarse a temblar. En la producción Joel Silver, de quien nunca sabes si va a salir algo bueno o malo.
Hugh Jackman es una garantía, actor carismático y por aquel entonces recién estrenado como Lobezno, podía dar el tipo como héroe de acción, o anti-héroe más bien. Que el terceto protagonista lo rematasen Halle Berry y John Travolta —un actor que conoció dos veces la fama, y dos veces estropeó su carrera—, éste haciendo de villano, ya no pintaba nada bien. Pero a saber si los planetas estaban alineados cuando la película se filmó, o simplemente la cogieron con ganas, porque ‘Operación Swordfish’ con todos sus defectos, sobre todo de puesta en escena y guión rocambolesco, me entretiene mucho más que otros blockbusters mejor considerados. Además se ríe de sí misma desde su inicio.
Dicho inicio es de los que agarran al espectador por sus partes y ya no le sueltan, si acaso el resto del film no llega a la excelencia del espectacular prólogo. Con homenaje incluido a la mítica ‘Tarde de perros’ (‘Dog Day Afternoon’, Sidney Lumet, 1975) se establece una teoría sobre la manipulación de Hollywood en sus productos achacando falta de realismo y cuestiones morales, amén de proponer puntos de vista sobre quiénes son los malos y los buenos realmente en las películas. La situación, marcando las distancias bien evidentes, es la misma, atracadores en un banco y rehenes. Y tras un monólogo no exento de interés, viene una explosión que deja literalmente con la boca abierta, hasta aquel momento la secuencia de efectos visuales más difícil a la que se tuvieron que enfrentar en una producción Warner. Giro molón de 360 grados de una cámara que sería la envidia de Michael Bay, y zas, flashback al canto para saber cómo demonios se ha llegado a ese momento.
Lo cierto es que eso precisamente es lo que menos me interesa del relato, Jackman da vida a uno de los mejores hackers informáticos del mundo, que viviendo casi en la penuria, repudiado por la zorra de su mujer, que no le deja ver a su hija pequeña, acepta trabajar para un tipo de lo más intrigante y sospechoso llamado Gabriel —un John Travolta desmelenado que demuestra que los papeles de villano le quedan mejor que los del bueno de la película—. Todo lleno de tópicos pero con dos ideas harto interesantes por lo cachondas que resultan: la extraña persecución dejándose caer por la ladera de una pequeña montaña, absolutamente delirante, y cómo no, el encuentro entre Gabriel y nuestro protagonista, en el que un portátil, un arma con silenciador y las habilidades orales de una rubiaza forman un trío de lo más sugerente, sexo, violencia y dinero juntos en uno para poner a prueba la respuesta ante la máxima presión.
Un tiroteo por aquí, un tiroteo por allá, una persecución para que se vea que Sena venía de filmar con coches, y el film no ofrece respiro al espectador realmente a partir del instante del inicio, cuando todas las pistas falsas que le han ido dejando a Stanely (Jackman), y de paso al espectador, empiezan a cuadrar cerrándose las dudas sobre el personaje de Travolta, uno de esos que están por encima del bien y del mal y que desborda chulería y elegancia a partes iguales, resultando uno de esos villanos fascinantes al que se envidia un poco por desear tener su libertad y filosofía ante la vida, tan cruel como llena de razón. Gabriel es un patriota que libra al mundo del terrorismo haciendo sus propias leyes y justificando los medios con el fin. Diez tíos como éste y EEUU no habría tardado diez años en dar con Bin Laden.
El punto femenino lo ponen las piernas y las tetas de Halle Berry —el resto del cuerpo no se esfuerza demasiado—, que propone una femme fatale un poco de andar por casa, sólo para calentar al personal y hacer algo de trabajo sucio, y cómo no, despistar al personal en la línea de Houdini, el mayor experto en desviar la atención, juego que practica la película todo el rato en su hora y media de duración, mientras contradice en cierto modo el discurso inicial sobre la falta de realismo en el cine. Pero no importa, como bien sabemos y como reza Travolta al empezar la película: a veces la realidad supera a la ficción.
Cedo el testigo de este especial a cualquiera de mis compañeros, que ahora mismo están tirándose de los pelos y pegándose por ser el siguiente. Mikel tiene un ojo morado, creo que ha sido Juanlu. Sergio habla con gran heterogeneidad de su delirio pasional en los especiales, zas, patada de Juanlu, Lucía prefiere callar y Pablo dice que todo es politiqueo. Pinta bien esto.
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