'Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra', La sangre de los bucaneros

'Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra', La sangre de los bucaneros
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El capitán Barbossa anda buscando un medallón y la sangre del descendiente del pirata Bill Turner para deshacer una maldición que afecta a él y a muchos de sus compañeros. Secuestrando a la hija del gobernador (Keira Knightley) al ser engañado por esta, el verdadero hijo del pirata (Orlando Bloom) se unirá al capitán Jack Sparrow (Johnny Depp) para rescatar a su amada.

No disfruté nunca de esta película al verla por vez primera, en salas de cine y contando yo con la edad suficientemente ideal (quince años) como para sucumbir a todas y cada una de sus estrategias de seducción. Diez años más tarde, sin embargo, me ha parecido una buena (y estruendosa) superproducción de Jerry Bruckheimer.

La película, escrita por Ted Elliott y Terry Rossio, mezcla sin pudor diversas narrativas surgidas al amparo de George Lucas, ya sea el guión que más o menos sigue la estructura de 'Star Wars' (id, 1977) en clave aventurera como detalles argumentales, claramente sacados de un videojuego de LucasArts justamente apreciado por mucha gente, el 'Monkey Island'. De la fábula galáctica, tenemos al hijo perdido que es encontrado por una princesa mientras ambos son unidos por la suerte de un pilluelo buscavidas y del relato de piratas, tenemosal villano y al peligro mortal que supone, curiosamente, una maldición que lo hace inmortal.

¿Pero acaso no es el cinismo uno de los temas tratados en esta película? Basada en una atracción de feria, la película tiene un encanto asombroso, el mismo que el de sus protagonistas, mercaderes y asesinos capaces de la más improbable gesta si hay un buen botín de por medio.

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Ciertamente, Keira Knightley y Orlando Bloom no actúan demasiado, ni nadie parece estar interesado en que sean poco menos que un reclamo para los espectadores más jóvenes, sedientos de predecible romance, pero eso no es importante porque quien rapta la película es un Johnny Depp encantador, excesivo y pomposo, que hace de su pirata la versión definitiva e irónica del arquetipo: sexualmente ambiguo, con hábitos de estrella del rock, la flema de un personaje como Pepe LePew y el ingenio grosero e irresistible de Han Solo. Suya es la película y bien está que así sea, porque, aunque con 140 minutos de duración esto es demasiado hasta para el más experimentado marinero, la película parece tener un arco narrativo carente de pretensiones y, sobre todo, propone una ingeniosa y feliz renuncia al status quo del todo sorprendente para una cinta Disney.

Depp, por supuesto, está frente a un Geoffrey Rush que encarna al pirata antagonista, un capitán cuyo sufrimiento no deja de estar lleno de un crepuscular y conmovedor cansancio: su maldición es que la lujuria, la codicia y la usura no desaparecen nunca de su cuerpo, por eso solamente hay hueso y no carne. Todo ello, por supeusto, adornado por giros en el relato que lo hacen todavía más divertido y desenfadado.

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Con toda la espectacularidad requerida en sus efectos especiales y una banda sonora de Hans Zimmer que juega solamente con dos buenos temas y tira de ruidos y subrayados visuales, la energia visual de Gore Verbinski brilla en ocasión y al menos, el genuino compromiso por hacer una historia, larga y divertida y genuina, de piratas la convierte en la clase de apreciable película que no fueron sus desastrosas primeras secuelas, que llenaron de drama una historia que solamente pide diversión, mar, saqueo y buscar un nuevo horizonte.

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