El debut de Eduardo Casanova, 'Pieles', ha suscitado elogios (muchos de ellos teñidos de cinismo y prejuicio: "¿cómo es posible que el adolescente gay de Aida..."?) en su paso por festivales y antes de su estreno en salas. La mayoría de ellos coinciden en la valentía de una propuesta muy arriesgada en nuestro cine y en lo transparente de las influencias que transpira la película (John Waters, Todd Solonz) y en lo claro de su mensaje pro-freak.
Este consenso se debe a lo abiertamente que juega sus cartas 'Pieles'. A la película de Casanova se le podrán echar muchas cosas en cara, pero desde luego no se puede decir que no vaya de frente desde el primer minuto, cuando detalla la historia -quizás la más dura de todo el mosaico de traumas que componen este film coral- de un pederasta con problemas de conciencia que se acuesta, entre lágrimas, con una niña sin ojos.
Más adelante esa niña crecerá, y la identidad del pederasta tendrá importancia, y aparecerán más personas deformes o que aspiran a serlo: una chica con boca y ano intercambiados; un joven que quiere perder las piernas y sustituirlas por una cola de sirena; una mujer con sobrepeso enamorada de quien no puede juzgarla por su físico; un triángulo amoroso marcado por la diferencia, la parafilia; una mascota televisiva harta de su destino...
Es sencillo interpretar todas esas deformidades como símbolos de la diferencia, porque Casanova les aplica situaciones muy cotidianas. No es habitual que una persona tenga el ano en lugar de la boca, pero la consulta de un psiquiatra, choques con la familia, funerales, entornos marginales, agresiones y burlas son muy reconocibles... hablemos de gente con el rostro que parece derretido o de otro tipo de marginación y diferencia más extendida.
Eduardo Casanova lleva ensayando este tipo de metáforas desde el principio de su nutrida carrera como cortometrajista. A veces más centrados en la estética, otras en el humor negro o la reformulación de tropos del terror y de la serie B, pero buena parte de lo que define a Pieles está bien presente en cortos como 'La hora del baño', 'Fumando espero' o 'Amor de madre'.
Incluso hay un par, 'Eat my shit' y 'Jamás me echarás de ti', que prácticamente son ensayos de personajes y viñetas que luego se desarrollan en 'Pieles'. 'Eat my shit' está protagonizado por la chica con la boca de ano y en él, Ana Polvorosa e Itziar Castro interpretan papeles que luego retomarán en el largometraje, aunque aquí se busca un chiste guarro como punchline final que en la película, por cuestiones de tono, desaparece.
'Jamás me echarás de ti', aunque no tiene personajes en común con 'Pieles', tiene una serie de metáforas visuales y temáticas que se repiten en la película: máscaras artificiales para camuflar deformidades reales, la dependencia de la figura materna -un ente castrador y que impide desarrollar una personalidad propia a un personaje- y el uso de la canción melódica popular como canalizador sonoro de emociones y traumas.
Y, por supuesto, la estética, que en absolutamente todos los cortos de Casanova (así como en trabajos publicitarios y videoclips) se mueve en coordenadas muy similares: la paleta de colores apenas sale del estrecho margen que hay entre el rosa claro y el violeta oscuro y los decorados son puro kitsch minimalista español, como una versión en tonos pastel y en clave fashion film del primer Almodóvar.
El artificio de lo feo
Todo ello, como decimos, ha sido más o menos glosado por la crítica festivalera, y nos hartaremos de leerlo cuando la película se estrene en junio: estética extrema, gusto por lo sórdido, mensaje integrador pero reivindicativo. Y lo cierto es que 'Pieles' es una apuesta sorprendente: refleja una visión, si bien no de autor total, sí de alguien que ha asimilado de forma particular el cine de sus maestros y se esfuerza en replicarlo con un buen barnizado.
Pero por si entramos en la médula espinal de la película, 'Pieles' no resulta ser, aunque la inconfundible personalidad de Casanova impregna cada rincón, un sofisticado ensayo sobre la deformidad o la marginación. Pese a su arrebatadora factura visual y a sus ocasionales atrevimientos visuales (en algunos momentos los maquillajes tienen una inquietante cualidad post-Nueva Carne), la película es más simple de lo que a ella misma le gustaría.
Es decir: tras el impactante uso de los colores en decorados y vestuarios solo hay un código estético más o menos personal, pero sin mucho más debajo. Y el uso de actores con cicatrices reales o fingidas a veces parece más una extravagancia circense que un genuino canto de amor a lo freak: 'Pieles' tiene más del Tim Burton ombliguista que del John Waters devoto del zarzueleo mutante. Aunque está claro qué prefiere Casanova.
Con todo y pese a sus altibajos, 'Pieles' es una película muy prometedora. Es uno de los debuts más interesantes del año en nuestro cine, y lo que está claro es que en una filmografía a veces tan mojigata como la nuestra, deberíamos sentir simpatía por los que se pasan de frenada antes que por los que pecan de discretos. Y Casanova se ha pasado tres pueblos. Nos pongamos como nos pongamos, ahí hay algo que celebrar.
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