Se nos había vendido que ‘Phillip Morris, ¡te quiero!’ (‘I love you, Phillip Morris’) tardaba en estrenarse por tocar el tema de la homosexualidad. Esta creencia logró que la anhelásemos durante meses, no sólo ya con ganas de verla, sino hasta con indignación por suponer que ése fuese el motivo de no querer acercarla a nuestro país. Sin embargo, después de vista la película, es fácil darse cuenta de que, si no ha habido ánimo de sacarla hasta ahora, era porque se trata de un film de tono confuso, objetivo esquivo y en el que cuesta centrarse y saber lo que se está viendo. Es decir: un film que no es para todos los espectadores y no precisamente por la cuestión gay.
Lo negativo
En su comienzo, la historia da numerosos bandazos e incluye partes que no tienen peso en la narración global y de las que se podría haber prescindido. La verdadera trama, ya sea en el aspecto romántico, como en el práctico del personaje protagonista, no se presenta hasta muy avanzado el metraje. Sin saber que trata de la traslación de un libro que narra una historia real, esto puede crear un gran desconcierto. Aunque sabiéndolo, enseguida se ve que no son otros defectos que los que presenta la mayoría de los biopics o de las adaptaciones literarias.
El desconcierto aumenta porque cuesta trabajo discernir si ‘Phillip Morris, ¡te quiero!’ apuesta por la comicidad. Su tono, artificial y ensimismado, nos hablaría de una comedia, pero su componente puramente humorístico es muy reducido —no lo critico porque me haya hecho poca gracia, sino para argumentar por qué es difícil definirla como cómica— y sobre muchas escenas resulta arduo decidir si sus autores las están presentando en serio, cargadas de dramatismo, o como una broma que roza la parodia, ya que de hecho, consiguen antes emocionarte que arrancarte la carcajada. Es fácil encontrar una etiqueta, si es eso lo que queremos: podemos calificarla de comedia dramática, comedia amarga, tragicomedia… pero la cuestión no es hallar las palabras para definir el film, sino saber con qué ánimo situarte a la hora de verlo.
Lo positivo
Es precisamente ese tono mencionado lo que convierte a la película en carne de film de culto. Glenn Ficarra y John Requa, directores y guionistas de la cinta, tienen el mérito de alejarse en gran medida del típico biopic para hacernos creer que estamos ante otra cosa. El aspecto externo de la película, la forma en la que está rodada, ambientada e interpretada, la separa de otras narraciones biográficas y la convierte en una propuesta muy original. Las anécdotas se enfocan desde un prisma irreal y se tiñen de una capa de ilusión que casi se podría ver como poética. Este idealizado recuento de hechos sólo podría realizarse en primera persona, así que la voz en off, que otras veces tacho de superflua, en este caso encaja como la introducción más idónea.
Si bien como un todo no termina de encontrar la cohesión, ‘Phillip Morris, ¡te quiero!’ sí funciona sin problema por momentos aislados. Ya que va pasando por múltiples etapas de la vida del protagonista —que no es Phillip Morris—, la película contiene bloques muy diferenciados entre sí. Por separado, estos episodios están conseguidos y algunos de ellos incluyen instantes magistrales, de verdadera fuerza emotiva o de gran singularidad. Los menos acertados, como son que algunas de las bromas se consigan a base de forzar mucho las situaciones o que en alguna ocasión a los creadores les hagan falta casi diez minutos para prepararla; son minoría.
Hacia el final, el conjunto se va centrando y por fin parece que la narración se queda con una historia concreta: la de los fraudes y engaños que, si desde el inicio hubiese servido de hilo argumental entroncado con la historia de amor, podría haber sido muy divertida. Antes de eso, la vida de este señor contiene escasos rasgos distintivos, salvo para quienes piensen que ser gay merece ser señalado.
Los actores hacen que todas las escenas cobren una extraordinaria vida. Perfectamente integrados en ese tono de comedia tan peculiar, Ewan McGregor y Jim Carrey llenan de alma la película y le dan la calidez con la que el distanciamiento podría haber acabado. Leslie Mann lo hace bien, pero pertenece a la parte de la narración sin la que se podría pasar. El personaje de Rodrigo Santoro sí es importante y su trabajo está igualmente acertado.
Me lo he pasado muy bien con cada uno de los momentos de ‘Phillip Morris, ¡te quiero!’ y me he llegado a emocionar con determinadas situaciones. Sin embargo, el conjunto me resulta vacío y caprichoso. Me esperaba algo muy divertido porque así es como la han descrito, y su tono no es el de comedia desternillante. Pero ello no es motivo de decepción. Lo que más me ha desconcertado es la dificultad para encontrarle un rumbo. Tras tanto tiempo esperando que llegase, se me había antojado, sin base, que poseería una trascendencia y una profundidad, pero me he sentido perdida en su falta de intenciones.
‘Phillip Morris, ¡te quiero!’ se estrena mañana, 13 de agosto.
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Mi puntuación: