Estoy convencido de que toda persona que fuera un chaval durante los años 90 tuvo un contacto más o menos importante con la saga literaria de terror juvenil creada por R.L. Stine que tuvo a su vez una adaptación a la pequeña pantalla de la que se emitieron hasta cuatro temporadas entre 1995 y 1998. Por mi parte, reconozco que me interesé más por la serie de televisión que por los libros, pues por aquel entonces ya me había aficionado a la obra de Stephen King y siempre hubo algo que no me terminaba de volver loco en las de Stine.
Se dio la casualidad de que el mismo año que se acabó la adaptación televisiva se empezó a trabajar en una película basada en la franquicia, pero no se consiguió un guión del gusto de Fox y el proyecto cayó rápidamente en el olvido. No fue hasta una década después cuando Sony resucitó ‘Pesadillas’ (‘Goosebumps’), tomándoselo además con cierta calma antes de echar toda la carne en el asador, algo de agradecer teniendo en cuenta que estamos ante una disfrutable aventura que recupera con acierto el encanto de cierto tipo de cine de entretenimiento de los años 90.
Los acertados cambios de ’Pesadillas’
El primer acierto de ‘Pesadillas’ es que Scott Alexander y Larry Karaszewski, creadores de la historia que luego desarrolló Darren Lemke, llegasen a la conclusión de que cualquiera de los misterios individuales propuestos por las novelas de Stine carecía de la entidad suficiente para realizar una película, lo cual se tradujo en el que el propio escritor sea uno de los protagonistas de la función. El giro está en que todos los monstruos que ha creado acabaron volviéndose reales y él consiguió encerrarlos, pero la cosa se complica cuando logran escapar y, liderados por el siniestro Slappy –posiblemente el villano más popular de la saga-, empiezan a sembrar el caos.
La cuestión es que eso provoca un notable cambio de tono, ya que el terror queda reducido a la mínima expresión –hay alguna escena de tensión bastante maja, pero no esperéis gran cosa en este punto- para potenciar una mezcla entre aventuras y comedia con un punto de suspense. Imagino que esto provocará el rechazo frontal de ciertos fans de ‘Pesadillas’, y también que la presencia de Jack Black interpretando al célebre escritor despertará muchas dudas en algunos sobre la posibilidad de darle tan siquiera una oportunidad, pero ya os aviso que lo mejor que podéis hacer es ignorar esos miedos infundados.
Lo realmente importante es que el cóctel que propone funciona y que ‘Pesadillas’ es un entretenimiento más que digno al que lo único que realmente se le puede achacar es que habría estado bien que tomase algunos elementos más del cine de entretenimiento juvenil de los 80 –que algo hay, pero a un nivel más superficial- en lugar de centrarse más en el de los 90 –pienso sobre todo en ‘Jumanji’-. Éste también es simpático, pero con una tendencia quizá demasiado marcada al humor blanco –la encantadora irreverencia de los 80 fue perdiéndose con el paso de los años- y a la inclusión de frases aquí y allá que buscan la sonrisa del espectador con una efectividad un tanto irregular.
Para pasar un buen rato
Además, Jack Black apuesta por una acertada contención a la hora de interpretar a Stine, huyendo así de su estilo habitualmente más excesivo –tampoco esperéis algo académico, pero sí más relajado y sabiendo cuándo hay que soltarse y cuándo hay que mantener la normalidad- que sin duda hubiera desequilibrado la película. De hecho, los auténticos protagonistas de la función son los jóvenes Dylan Minnette y Odeya Rush, quienes muestra una química agradable entre ellos y se ven beneficiados por un guión que al menos consigue evitar que se vuelven odiosos, ya sea por separado o por la tensión sentimental que explotan sin dudar.
Por su parte, el resto del reparto cumple con corrección –la única pena que me queda es que se desaproveche de forma notable a Jillian Bell, la gran revelación de ‘Infiltrados en la universidad’ (‘22 Jump Street’) y logra integrarse dentro de ese suave encanto noventero que transmite ‘Pesadillas’ –hasta el secundario tontaina encaja bien y nunca llega a ser desesperante-, ya que el mayor logro del guión de Lemke es que todo se vea con agrado. Ahí incluyo tanto las escenas en las que se ha puesto más empeño, ya sea en lo argumental o en lo puramente visual –luce bastante bien teniendo en cuenta su “contenido” presupuesto de 58 millones de dólares-, como aquellas de transición o que simplemente son necesarias para que haya una historia.
Es cierto que eso provoca ‘Pesadillas’ no llegue a tener ninguna secuencia memorable, pero a mí me parece un sacrificio perfectamente asumible si a cambio consigues un buen entretenimiento en el que incluso sus problemillas –nunca se llega a profundizar realmente en nada- son algo que nunca resulta molesto. Sí es cierto que me habría encantado ver a un director con más arrojo que Rob Letterman, pero en cuestión de tono, sabiendo manejar muy bien la nostalgia en lugar de dejarse llevar por ella, no tengo ninguna queja especialmente reseñable y es ahí donde se encuentra la verdadera fuerza de la película.
En definitiva, ‘Pesadillas’ es un efectivo pasatiempo familiar que sabe crear una historia alrededor del universo de la saga creada por R.L. Stine, pero encontrando su voz propia. Si uno no se empeña en querer ver una mera reproducción de algunos de los libros, no me cabe duda de que es bastante probable que pase un buen rato con su visionado, y es que no será memorable, pero sí que tiene un agradable encanto noventero que la convierte en una opción más recomendable para ver este próximo fin de semana que la aceptable dramedia de la que os hablé ayer.
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