El malvado Freddy Kruger (Robert Englund) está buscando nuevos lugares donde extender su maléfico e insaciable instinto de almas infantiles y juveniles, así que encuentra en un extraño centro para menores una magnífica excusa para llevar a caso su último y más claro cierre.
En esta película, la sexta de la saga de Elm Street, se evidencia algo que, quizás, no ha vuelto a suceder en el cine de franquicias más o menos largas, ni tan siquiera en las más recientes o en las que eran contemporáneas a esta, como las desventuras del derivativo Jason Voorhees o el sanguinario Michael Myers. Todo el mundo en esta película, sin excepción, es consciente de lo que ha pasado y lo que ha visto.
Hubo un momento, un momento breve pero un momento feliz, en el que la saga de Elm Street sirvió para descubrir a talentos más o menos artesanales del género con un gran brío estilístico. En mi opinión, la entrega inaugural, 'Pesadilla en Elm Street' (A nightmare on Elm Street, 1984) fue siempre una de las menos interesantes, y las que firmaron Chuck Russell y Renny Harlin tienen, con gran razón, el mayor fervor de los fans.
Rachel Talalay no era, a priori, una mala elección dado que había comenzado como productora del siempre subversivo y encantador John Waters, pero el resultado, lleno de reescrituras y una aparatosa producción pensada para uno de los entusiastas relanzamientos del 3D (el film data de 1991, tiempo ya muy autoconsciente como para prolongar lo que en esencia es puro cine norteamericano de los ochenta) y el resultado es tan endeble, idiota como poco disfrutable. Es una pena que Peter Jackson, que escribió un par de tratamientos para la película, fuera descartado puesto que es muy posible que hubiéramos estado ante una gamberra y feliz revelación del entonces musculoso y frenético talento del neozelandés.
Para comenzar, no entenderá el seguidor acérrimo por qué se han descartado los personajes de la anterior entrega, la quinta, y por qué ahora, una improbable Lisa Zane encarna a la descendiente de un Freddy Kruger tan aburrido como en el fondo convencido de su condición de ocasional e inofensivo payaso.
Hay bromas graciosas - como la de Freddy asesinando a la manera de un videojuego - y una inspirada idea de guión - el asesino de sueños ha matado a tanta gente en Springwood que ya no queda nadie y se aburre - pero no son demasiado exploradas por una cinta que encadena escenas incomprensibles, mala actuación y una dirección que propone una versión cansada y no inspirada de los estilos anteriormente intentados en la saga. Ni un divertido Johnny Depp o un adecuado Alice Cooper, como el padre adoptivo de Kruger, animan una función que no cree ni en su propio instinto desmelenado.
Eso sí, banda sonora de temazos, con Iggy Pop y Goo Goo Dolls al frente, y el habitual festín de moda de jóvenes siguen siendo los máximos y más reconocibles elementos de la saga. Que no se diga.
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