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'Pesadilla antes de Navidad', el existencialismo de Jack

Dirigida por Henry Selick en 1993, ‘Pesadilla antes de Navidad’ es una película verdaderamente única. Y esto por varios motivos. Es un film de gran riesgo comercial, y producción complicada y cara, además de desfasada. El estilo de animación stop-motion (fotograma a fotograma), es uno de los más minuciosos, lentos y complejos de filmar. Por otra parte, la factoría Disney no se caracteriza, precisamente, por correr ese tipo de riesgos de producción, y menos aún con una historia tan oscura y poco convencional. Pero Burton es Burton, y después de trabajar para ellos varios años y de convertirse, de la noche a la mañana, en director estrella, querían que volviese a ofrecer algo de su fecunda imaginación.

Sin ser dirigida por él, ‘Pesadilla antes de Navidad’ revisa a fondo los temas explorados por Burton en sus cinco películas hasta entonces. Sus obsesiones, formas visuales, y lugares comunes. Pero de ninguna manera hubiera resultado la película inolvidable que es si se hubiera quedado en mero homenaje de las formas burtonianas. En realidad, el poder fascinador de esta obra maestra, la tensión psíquica que convoca, proviene tanto de la forma en la que está contada (esa atmósfera de cuentro centroeuropeo, de insuperable imaginería gótica, mezclados con la vehemencia que provoca la ‘stop motion’), como de la profundidad psicológica que con gran coherencia se despliega a lo largo de esta densa historia.

Pero vamos por partes, porque esta joya lo merece, y sin duda el lector no tendrá inconveniente en acompañarnos, aunque nos extendamos un poco más de la cuenta… Cinemáticamente hablando, esta película es ejemplar por su búsqueda contínua de una formulación visual muy estilizada. Abundan los planos de gran complejidad compositiva, picados o contrapicados, siempre en movimiento (lo que es un dolor de cabeza a la hora de animar en stop-motion), con el objetivo de dotar de vida y energía a una puesta en escena cuyos personajes son marionetas. De hecho la película comienza con un plano en picado (la cámara orientada hacia el suelo), en un suave movimiento giratorio para mostrarnos los árboles que son las puertas mágicas a los mundos misteriosos de las fiestas. La primera imagen (adornada por una voz en off de cuento de hadas) nos avisa de en qué nos estamos metiendo.

Es la fiesta de Halloween, que mientras para el resto del mundo resulta, en teoría, una fecha macabra y fantasmagórica, para los habitantes de esa ciudad, Halloween Town, es el día de más alegría y diversión del año. Y sus habitantes, por supuesto, son una galería de seres a cual más luctuoso y bizarro. No faltan las inevitables brujas, vampiros, el hombre lobo, la momia y otras criaturas fantasmagóricas. Pero el rey absoluto es Jack Skellington, una especie de Fred Astaire cadavérico, elegante y distinguido, que vendría a ser el animador número uno de Halloween. Sin embargo, a Jack algo le sucede. Siente un vacío en su interior.

Modesto y sensible, se escapa enseguida de la celebración por un Halloween tan genial. No tiene ganas de festejos. Y esto porque, según sus palabras, llevan muchos años haciendo lo mismo. No deja de resultar irónicamente genial, pues en teoría llevan haciéndolo varios centenares de años. Cuando Tim Burton ideó una especie de Grinch, u otras historias del Dr. Seuss pasadas por el tamiz de su propia sensibilidad, y escribió un poema para ser leído por Vincent Price, llegando a dibujar los bocetos principales, jamás imaginó que un día Michael McDowell y Caroline Thompson lo convertirían en un guión tan rico en caracteres, y que Danny Elfman crearía una magna BSO que diese unidad al conjunto de esta manera.

Porque enseguida ‘Pesadilla antes de Navidad’ abandona cualquier atisbo de predicibilidad y se adentra por meandros psicológicos y ramificaciones emocionales muy densos. Jack vagabundea por el bosque (con el gran tema ‘Jack’s Lament’) y habla desde sus anhelos más profundos. Halloween ya no le llena, y esa grieta, ese vacío, amenazan incluso con despojarle de identidad. El rey del miedo es un rey con pies de barro que no quiere ese título, y que siente el vértigo de poseerlo. En ese sentido, se aleja de todos los demás personajes. Es el único que no se contenta. Es un inconformista, un idealista. Los demás monstruos se contentan con lo que tienen, pero él no.

Esto es bueno y malo al mismo tiempo. Porque desear algo más siempre ofrece cosas nuevas, pero lo nuevo a menudo amenaza con transtornar tu propio mundo. Así sucede. En sus vagabundeos Jack encuentra el círculo de árboles que contienen las puertas a otros mundos, como el de la Navidad. Fascinado por la forma del árbol de navidad, entra en él y llega a la ciudad de la Navidad. De pronto, Halloween (que tiene un sol con forma de calabaza, como no podía ser de otra manera) encuentra un equivalente, su reflejo en el espejo. Ahora entendemos que la ciudad de Halloween es un paisaje emocional y moral, además de un mero fondo gótico. Y esto porque Jack alucina con la nueva ciudad, con su colorido, sus luces y su falta de miedo.

Allí no hay calaveras, ni sustos. Es otro rollo completamente distinto. El deseo de Jack de encontrar algo distinto y nuevo ha dado sus frutos, se siente eufórico. Y cuando ve, aunque de lejos, a Santa Claus, el ansia de entender de qué va eso de la Navidad se apodera de él. Aquí comienza realmente la historia. Y todo esto ha ido en paralelo con la historia, melancólica, de Sally, una especie de monstruo de frankenstein de trapo, que desearía librarse de su creador, el doctor Flinkenstein (tiene poca coña el nombre…) para vivir la vida a su aire. Pero no es como Jack, no tiene ganas de experimentos raros. Sin embargo siente devoción por él. Cuando Jack vuelve e intenta explicar a todos lo que es la Navidad (en opinión de quien esto escribe, la mejor secuencia de la película), Sally está allí y es importante su punto de vista, luego veremos por qué.

Resulta tremendamente interesante que cuanto más tiempo pasa desde que Jack estuvo en la ciudad de la Navidad, menos entiende el significado de lo que sintió en ese viaje. En la reunión en la que les habla de regalos y pasteles y calcetines rojos, todavía tiene una vaga noción de sus propios sentimientos al respecto, que poco después desaparece y empieza a trastornarle. Por supuesto, sus compañeros no entienden nada de lo que les dice, y transforman sus palabras, porque sólo entienden las cosas al ‘estilo Halloween’. Cuando les enseña un regalo se preguntan qué hay dentro, si es una cabeza putrefacta o algo parecido. ¿Cómo conseguiría Jack explicarles que la sorpresa y el afecto expresados en un regalo son lo importante? Finalmente les habla de Santa Claus (rebautizado como Santa Clavos) como el rey de la Navidad, emparejándole con él mismo como rey de Halloween, y todos se quedan con la boca abierta imaginando a un monstruo volador de color rojo intenso.

Comienza un largo segmento en el que Jack se esfuerza por averiguar el significado profundo de la Navidad. Incluso establece fórmulas matemáticas y aplica el método científico para conseguirlo. No deja de resultar paradójico que no haga lo mismo con el significado de Halloween, pues si lo hiciera encontraría iguales e insatisfactorios resultados, y es que la Navidad no puede estudiarse en un microscopio. Pero él es tenaz: disecciona un osito, observa al microscopio objetos navideños…Incluso intenta papiroflexia para obtener la forma de un copo de nieve…y le sale una araña gigante. Estos momentos sin diálogos, en paralelo a la nueva fuga de Sally (se lanza por la ventana…pero al ser de trapo no se hace daño y se vuelve a coser a sí misma), son casi cine mudo, y de una claridad narrativa e ingenio en los encuadres pocas veces visto en animación.

Obtenemos un nuevo plano en picado y girando en torno a los pedazos de Sally tras su caída. Y después de un montaje soberbio con la muñeca de trapo cosiéndose a sí misma, continúa la delicia de secuencia sin diálogos, y el precioso momento de la entrega de la cena (una raspa de sardina y una botella de vino que al abrirse deja escapar el halo de una mariposa) a Jack por parte de Sally. Este maravilloso personaje femenino es una especie de hechicera e incluso profetizadora, pues al poco de coger una ortiga, esta se transforma en un pequeño árbol de Navidad…para a continuación incendiarse, en un claro presagio de desastre. A partir de ese momento, el objetivo de Sally será evitar que las intenciones de Jack se hagan realidad. Pero Jack está obsesionado.

Porque Jack es una figura esencialmente existencial, cuya búsqueda de una respuesta, de un significado que alivie un vacío interior que crece día a día, le hará perder su identidad. Es decir, a una marioneta sin vida, le dotan de una riqueza psicológica inusitada. La vida que emana de Jack es absolutamente plausible. Nos identificamos con su desesperación silenciosa. Puede que queramos decir las advertencias que pronuncia Sally, pero en cuanto a la cuestión de quién somos y qué estamos destinados a hacer, desde luego nos sentimos como Jack.

Y no podemos dejar de sonreír, cómplices, cuando se convierte en un solitario incomprendido. “¡Qué horrible va a ser nuestra Navidad!”, dice contento el alcalde (una impagable marioneta, cuyo cabeza gira sobre sí mismo ofreciendo un rostro feliz y otro amargo, y que es, en sí mismo, una parábola) con su rostro alegre, a lo que Jack responde “¡No, qué feliz!”, lo que provoca que gire la cara del alcalde hacia su rostro amargo. ¿Cómo explicar mejor la metáfora y la ironía de esta historia que con este diálogo breve y veloz? También los músicos tienen su papel en esta fiesta, y Jack les pide que toquen notas navideñas, que en sus instrumentos suenan fúnebres y sombrías. Por fin, llegan los chicos del temible Oogie Boogie (en realidad, una especie de cruel hombre del saco), por nombre Lock, Shock y Barrel.

Que traigan a Santa Claus no es tan importante como el abandono total de Jack de su identidad anterior, y su apropiación de una ajena que no le cuadra en absoluto. Porque arrebatarle el gorro a Santa Claus (quien Jack esperaba que tuviera clavos en lugar de dedos), es el final del viaje en la equivocada dirección de negarse a sí mismo, y el principio del regreso es el clímax del desastre que provoca el suplantar a Santa durante la nochebuena, entregando regalos a cual más destructivo y peligroso. Pues Jack ha fundido en una sola fiesta la Navidad y Halloween. Y será recibido a cañonazos una vez se descubra su fraude.

Jack no puede entenderlo. Sobre todo, cómo ha sido tan estúpido y se ha valorado tan poco a sí mismo, a su capacidad para provocar el miedo…en el momento oportuno. Perdonándose a sí mismo (¿existe algo más difícil y poderoso?) se arranca las ropas calcinadas de Santa y vuelve a ser Jack, dispuesto a rescatar a Santa del único ser malvado de todo Halloween Town. Al menos tiene una última oportunidad, y es capaz de demostrar su verdadera habilidad derrotando a Oogie Boogie…para después maravillarse de cómo Santa Claus (muy enojado, por supuesto) sale volando con un dedo en la boca, dejando un reguero de estrellas. Contra todo pronóstico, todo ha sido solucionado, y el bonachón Santa les saluda volando en Navidad con un “Feliz Halloween’. A lo que los habitantes de ese paisaje moral, irresistible, fantasmagórico y acogedor que es Halloween Town responden con un “Feliz Navidad”.

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