Puede que a muchos les sorprenda ver ‘Antichrist’, la última película del gran Lars von Trier, en esta sección infinita de films ridículos —un día voy a tener que explicaros bajo qué parámetros elijo los films, pero es más divertido que lo adivinéis, mis queridos niños—, y es que dicha sección no está sólo para hablar de películas de bajo presupuesto, de blockbusters absurdos, o de films de evasión que no evaden ni a una piedra, no. También tendrán cabida ciertos pretenciosos títulos —más de uno ya está preparando el hacha, seguro—, de ciertos reputados autores —o no—, como es el caso. Y vaya por delante que el incluir ‘Antichrist’ aquí me duele más que a nadie, ya que soy pro von Trier de cabo a rabo.
Después de haber salido muy mosqueado del cine, y de leer detenidamente algunas de las críticas que le han dedicado varios medios al film, he hallado una reflexión muy apropiada por parte de Diego Salgado en su conciso texto sobre ‘Antichrist’, y cito textualmente:
todavía no hemos sido capaces de determinar si Anticristo es la obra de un genio, o la de un perturbado
He ahí el quid de la cuestión. El misterio que hay que desentrañar para sacar algo en limpio de lo que parece una tomadura de pelo por parte de alguien que además de prepotente, ahora nos quiere hacer partícipes de sus demonios interiores.
‘Antichrist’ narra la historia de una pareja, Ella y Él —aquí me imagino que no hablamos de una mujer y un hombre concretos, sino de todas las mujeres y todos los hombres, que cada cual se haga su propia gallarda mental, que para eso está cierto tipo de cine—, que tras la terrible pérdida de su único hijo, deciden irse a una cabaña en un bosque, donde recuperarse de las consecuencias de tan pesada pérdida. Eso, en apariencia, o en la superficie si se prefiere decir así. Y le llega, debajo no hay absolutamente nada que sea merecedor de ser mencionado. ‘Antichrist’ es la bobada de un genio en horas bajas —él mismo reconoció que la había filmado para salir de una fuerte depresión en la que se hallaba sumido—, una vil ida de olla, que subraya innecesariamente el egocentrismo del autor. Soy el mejor director del mundo, declaró en Cannes, y aquí tenemos el premio: una paranoia desagradable, que sin duda provocará merecidos rechazos.
Porque a Lars von Trier, en esta película, no le llega con provocar —lo cual no es nada malo, al contrario, la provocación en el arte despierta mentes dormidas—, además tiene que ser asquerosamente desagradable, vilmente explícito. Tras un excelente prólogo, filmado con un gusto increíble —y que nos remonta a los comienzos artísticos del director—, von Trier intenta adentrarse en los demonios de la locura a través del desesperante personaje femenino. De repente, cuando uno ya está harto de tanto jueguecito visual, y de tanta metáfora con bosques, animales y la madre que los parió, al artífice de ‘Dogville’ se le ocurre la brillante idea de cambiar de tono drásticamente, pero no con una intención concreta, o porque la lógica interna del relato lo requiera, sino porque le da la real gana. Porque sí y punto.
Del drama psicológico —realmente lo que pretende von Trier que sea— se pasa al cine de terror puro y duro, al horror más visceral, con connotaciones de posesión incluidas —lo que nos remontaría a ‘La posesión’ (‘Possession’, 1981) de Andrzej Zulowski, film con el que ‘Antichrist’ guarda algún parecido—, brujería, y hasta una investigación de ribetes policíacos, culminada por una orgía de lo desagradable, donde una amputación vaginal representa un fuerte sentimiento de culpa femenino que va más allá de lo meramente anecdótico —la muerte del niño—, instantes éstos en los que se nos descubre, a modo de flashback, la trampa argumental con la que von Trier juega todo el rato. Todo ello mientras no sabemos si reír o llorar. Hay quien asegura que a von Trier le ha salido con esta película una excelente comedia, y puede que razón no le falte, una comedia grotesca y absurda.
Sólo la labor de los actores merece ser destacada, aunque uno se pregunta qué narices vieron los implicados para sumergirse en un proyecto de semejante características —es probable que si von Trier te invita a una de sus películas, no se necesite nada más—. Willem Dafoe está excelente, pero se queda pequeño al lado de la verdadera estrella del film, Charlotte Gainsbourg, quien pone toda la carne en el asador para dar lo mejor de sí misma y más. Un tour de force brutal que alcanza momentos sublimes —la desenfrenada masturbación al pie de un árbol—, la desnudez total como actriz, dispuesta a todo, pero que lamentablemente no compensa los desvaríos del que se cree mejor director que nadie, que cuando está depre, quiere hacer a la humanidad partícipe de su estado de ánimo, y para ello tenga que declarar a los cuatro vientos que todas las mujeres son malas por naturaleza, que la culpa siempre es de ellas. Misoginia por un tubo conectado a esta especie de edén —no por casualidad la cabañita de marras se llama así— con sus muy particulares Adán y Eva. ¿Será por eso que no me dejan hablar en la Cope de esta película?
El cachondeo llega justo en su final, cuando se descubre que von Trier le dedica la película a Andrei Tarkovsky, el cual evidentemente no puede defenderse de tamaña ofensa. Es como si Michael Bay le hubiese dedicado una de sus películas a Howard Hawks, o Raoul Walsh, o John Frankenheimer. Para partirse.