‘El día del fin del mundo’ (‘When Time Ran Out…’, James Goldstone, 1980) pertenece realmente al subgénero de cine catastrofista, que en la década de los setenta sufrió su primera época de esplendor —la segunda es en la actualidad, en la que todo blockbuster debe contener al menos la destrucción de toda una ciudad—; pero hay elementos tan exagerados, por no decir delirantes y estúpidos, que sólo pueden tomarse como ciencia-ficción. Tras la gloriosa ‘El coloso en llamas’ (‘The Towering Inferno’, John Guillermin, 1974), Paul Newman volvió a rodarse de fuego, esta vez en la única película, según él, que hizo únicamente por dinero.
De hecho, Newman tenía que interpretar, por contrato, una secuela del film de Guillermin, pero como Steve McQueen rechazó el interpretarla, se desestimó el proyecto y en su lugar nació esta lindeza. La última película dirigida por James Goldstone, tras la cual se refugió en el medio que lo vio nacer, la televisión. El rodaje estuvo lleno de catástrofes aún más delirantes que el argumento de la propia película, cuya premisa parte de la erupción de un volcán en una isla, en la que han construido un enorme hotel que se encuentra en el punto de mira del volcán.
‘El día del fin del mundo’ es una producción de Irwin Allen, y sigue el esquema clásico de este tipo de películas. Primero tenemos una larga presentación de personajes, entre los dueños del hotel, el experto en volcanes, los millonarios que pasan en el mismo sus vacaciones, el antiguo amor del protagonista, etc., etc. Tras ello vendrán los primeros avisos del volcán, los primeros avisos a los dueños del hotel, que evidentemente desoirán a todo experto —¿no los contratan precisamente para eso?— hasta que ya es demasiado tarde. Unos y otros se entremezclarán, arreglando sus problemas personales mientras huyen del desastre.
Puede decirse que lo mejor de la función está en su primer tercio, con la citada presentación de personajes, mientras vemos el habitual desfile de actores conocidos más allá de Paul Newman y William Holden, que ya habían coincidido en ‘El coloso en llamas’, y que aquí realizan personajes muy similares a los de aquel film. Cuentan las crónicas que las borracheras de Holden eran antológicas y hubo que tomar medidas hospitalizando al veterano actor durante seis días. Lo cierto es que viendo el resto del film no entiendo cómo todos no se dieron a la bebida.
Un desastre
Newman se pasea por el film con su más que sobrada profesionalidad, haciendo creíble con su sola presencia ya no un personaje, sino un arquetipo de personaje, un cliché, que le pone ojitos a la atractiva Jacqueline Bissett, por aquel entonces era un consolidado símbolo sexual, y que aquí no hace otra cosa que pasear su bonita cara sin más, intentando decidir entre Newman y Holden. Un triángulo amoroso resuelto con demasiada facilidad, la misma que tendrán muchos de los personajes para salvarse de la puntería del volcán cuando dispara sus enormes bolas de fuego única y exclusivamente en dirección al hotel de lujo. Una especie de castigo divino por tanta avaricia.
Dos de los aspectos más interesantes del film, al menos sobre el papel, son los personajes de Ernest Borgnine y Burguess Meredith. El primero da vida a un policía que sigue la pista a un supuesto ladrón, y con el que mantendrá una relación de respeto cuyas posibilidades se desinflan tras un par de apuntes. El segundo da vida a un retirado equilibrista que tendrá que hacer uso de sus habilidades para salvar a un personaje en una secuencia absolutamente delirante: tras cruzar un dañado puente con una niña agarrada de su cuello, el personaje de Newman hace lo mismo pero de forma más visiblemente segura. Ver a Borgnine y Meredith desperdiciados de semejante forma es realmente decepcionante.
Respecto al porqué los efectos visuales lucen tan pobres en pantalla, tratándose de una producción Allen, es por el simple hecho de que gastaron más dinero del habitual filmando exóticos exteriores en Hawaii. En cualquier caso y según declaraciones de Paul Newman, prácticamente todo el mundo sospechaba que la película sería un rotundo fracaso, y no se equivocaron. El popular actor cambiaría totalmente de tercio en su siguiente film, un policiaco realista en el Bronx.
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