‘Los indeseables’ (‘Pocket Money’, Stuart Rosenberg, 1972) es la tercera colaboración entre su director y Paul Newman tras la mítica ‘La leyenda del indomable’ (‘Cool Hand Luke’, 1967) y la muy arriesgada ‘Un hombre de hoy’ (‘WUSA’, 1970). Cuenta con el primer guion acreditado de Terrence Malick, hoy muy famoso por dividir a crítica y público con su cine descompuesto. Un año antes de su extraordinaria ‘Malas tierras’ (‘Badlands’, 1973), Malick firmó esta historia partiendo de un tratamiento de John Gay de la única novela de J.S. Brown llevada al cine, ‘Jim Kane’.
Lo cierto es que con ese guionista, la pareja protagonista formada por Paul Newman y Lee Marvin, el director con el que el primero consiguió excelentes resultados, la banda sonora de Alex North, en la fotografía alguien como Lázsló Kovács, más el siempre atractivo tono crepuscular del llamado western moderno, son más que suficientes elementos para esperar una gran película. Pero no es así, nos encontramos ante el más flojo producto del tándem Newman /Rosenberg.
Más allá de las interpretaciones de los dos actores principales, unos muy compenetrados, cómo no podía ser de otra forma, Paul Newman y Lee Marvin, la película no ofrece nada más de interés. Las intenciones de un perdido Malick se estrellan contra las limitaciones de Rosenberg como director intentando apartarse de sus films más concurridos. Strother Martin ofrece, eso sí, otro de esos villanos secundarios, como en ‘La leyenda del indomable’, retorcidos, inaguantables y perversamente asquerosos. En personajes ráfaga encontramos a unos desconocidos Richard Fansworth y el propio Malick.
Indiferencia de principio a fin
Newman y Marvin dan vida a dos cowboys pertenecientes a la vieja escuela, en un mundo que avanza sin piedad hacia nuevos horizontes –similar a lo planteado en la extraordinaria ‘Los valientes andan solos’ (Lonely Are the Brave’, David Miller, 1962)−. Kane (Newman) siempre sin un centavo en el bolsillo, aceptará un encargo de trasladar uno novillos para rodeo, algo que huele a timo desde kilómetros de distancia, y Leonard (Marvin) amigo de hace años, que se encargará de representarle ante todo aquel con el que deba tratar en la aburrida odisea que les espera.
Por supuesto la composición de Newman es antológica, incluso separada de todo lo que le habíamos visto hasta ese instante –salvo quizá algún “cameo especial” con su amigo Martin Ritt− por cuanto su personaje adolece sutilmente de cierta simpleza en sus decisiones y razonamientos que le hacen parecer un retrasado, un tonto, aunque mucho de lo que dice cuanta con la lógica más aplastante. Quizá un golpe por parte de Malick a la locura del mundo, a lo complicado que siempre lo queremos hacer cuando se trata de sobrevivir, engañar, traicionar y escapar de lo evidente.
El actor, que exigió para el rodaje una sauna, controla a la perfección cada uno de sus tics, logrando hacer encantador un personaje destinado a ser olvidado en una filmografía llena de personajes imperecederos, y su feeling con Marvin, en un rol más inteligente, es de lo que surgen una naturalidad fuera de lo común. Juntos, sobresalen, como ejemplo de profesionalidad y experiencia en un conjunto anodino que jamás levanta el vuelo a pesar del inicial interés que parece tener una trama de tintes crepusculares, por el tono de su fotografía, la música o la entrañable canción de Carole King.
Pero a Malick ya le gustaba aburrir a las piedras de aquélla.
En Blogdecine | Especial Paul Newman
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