Tras haber participado con el prestigioso Robert Benton en las excelentes ‘Ni un pelo de tonto’ (‘Nobody’s Fool’, 1994) y ‘Al caer el sol’ (‘Twilight’, 1998), Paul Newman cerró la década de los noventa con ‘Mensaje en una botella’ (‘Message in a Bottle’, Luis Mandoki, 1999), film que aún hoy muchos nos preguntamos cómo fue capaz de llamar la atención de un actor de su categoría, a no ser un sustancioso cheque. Se trata de la primera adaptación de una de las novelas del inefable Nicholas Sparks.
El causante de despropósitos bañados en mares de azúcar, tales como ‘El diario de Noa’ (‘The Notebook’, Nick Casavetes, 2004) o ‘Querido John’ (‘Dear John’, Lasse Hallström, 2010) abrió la veda de su particular universo lleno de ñoñería y lágrimas con un film dirigido por Luis Mandoki, el director adecuado para Sparks, por cuanto goza del mismo calado emocional en sus films. Cintas como ‘Nacida ayer’ (‘Born Yesterday’, 1993) —vergonzoso remake de un film muy popular de George Cukor— o ‘Cuando un hombre ama a una mujer’ (‘When a Man Loves a Woman, 1994) hablan por sí solos.
Ñoñería en una botella
Paul Newman da vida al padre del personaje interpretado por Kevin Costner, actor que ha hecho como los vinos. Uno de esos románticos empedernidos que se popularizaron en la década de los noventa, tergiversando lo que en la misma época se trató con mejor mano en las premiadas ‘El paciente inglés’ (‘The English Patient, Anthony Minghella, 1996) y ‘Titanic’ (íd., James Cameron, 1997). El mal llamado cine romántico estaba de moda en aquellos años.
‘Mensaje en una botella’ da comienzo con un personaje femenino, el interpretado por Robin Wright Penn, Theresa, una decidida periodista, divorciada y madre de un hijo, que haciendo footing por una playa encuentra una botella con un triste mensaje de amor en su interior. Impresionada por el mismo, y suponiendo que ahí existe una gran noticia, publica la misma en el periódico. Pronto recibe multitud de cartas de lectores, y da con pistas para encontrar al misterioso hombre enamorado.
Ese misterioso, y parco en palabras, hombre no es otro que Kevin Costner, alejado del western y sus thrillers, pero componiendo un personaje típico en su filmografía, callado y reservado. Un hombre viudo que arrastra un dolor interminable por el recuerdo de su esposa fallecida. Por supuesto, la pareja se enamora, y con ello el film repasa punto por punto el esquema típico de los films románticos. Hombre conoce mujer. Hombre y mujer se enamoran. Hombre y mujer se arriesgan a estar juntos. Hombre y mujer se separan mientras la música, aquí la de Gabriel Yared, es la protagonista, y desenlace, que al provenir de una novela de Sparks, es estúpidamente cruel.
Sólo nos queda Newman
No hay un mínimo de seriedad a la hora de tratar sentimientos en el film. Mandoki convierte su relato en una postal, cortesía del operador Caleb Desnachel, capaz de lo mejor y de lo peor, mientras los actores se preocupan lo suficiente por hacer creer al espectador que son los personajes que ven en pantalla. Correcta química entre Costner y Robin Wright, personaje casi esporádico para John Savage, y un Paul Newman dando lecciones al resto de cómo moverse delante de una cámara, desprendiendo carisma sobre todas la cosas y proporcionando los mejores instantes de la película.
Si la película ya posee un guion realmente estúpido, con pocas oportunidades para que Mandoki pueda hacer algo con la puesta en escena, aunque hablamos de un director que nunca gozó de calidad en dicho aspecto —se limita a colocar la cámara en el lugar más accesible para narrar de forma muy sosa, vulgarizando el formato scope—, sucede lo mismo con el rol de Newman, tópico hasta decir basta, y cuya presencia se debe únicamente a razones comerciales.
Pero son las apariciones de este tremendo actor las que quedan en el recuerdo. Sus conversaciones con Costner o con Wright son los instantes más inspirados del relato, sobre todo por Newman, quien vuelve a hacer gala de su mejor cualidad como actor, la ambivalencia que reina entre su personaje y su persona. Antológico el chiste, que juega con su propia imagen, del piropo a Robin Wright —“si tuviera 150 años menos usted estaría en serio peligro, jovencita"—, y cómo no, la muestra de enfado hacia su hijo cuando éste le reprocha que su vida no es asunto suyo.
Newman volvería con un personaje más jugoso al año siguiente.
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