Cuatro años pasaron hasta que volvimos a ver a Paul Newman en una película desde ‘Esperando a Mr. Bridge’ (‘Mr. and Mrs. Bridge’, James Ivory, 1990), la cual además había sido un fracaso estrepitoso. Su vuelta se produce en un film de dos hermanos muy admirados dentro de la crítica, y el público en general, aunque en mi caso me han hecho perder más el tiempo que otra cosa. Los Coen estaban en boca de todo el mundo, sobre todo por ‘Muerte entre las flores’ (‘Miller’s Crossing’, 1991).
En mi caso particular, mi film favorito de aquella época de los singulares hermanos, es ‘Arizona Baby’ (íd., 1987), que además contiene una de las mejores interpretaciones de Nicolas Cage. ‘El gran salto’ (‘The Hudsucker Proxy’, 1994) fue el primer intento de rendir homenaje a un tipo de cine muy admirado por los dos hermanos, el mal llamado cine clásico. Era la primera vez y les salió mucho mejor que en ese aburrimiento titulado ‘¡Ave, César!’ (‘Hail, Caesar!’, 2016).
Paul Newman hereda un personaje destinado primero a actores como Clint Eastwood y Jack Nicholson, que lo rechazaron. Una especie de ogro de cuento de hadas, el segundo de a bordo de una gran empresa cuyo jefe —excepcional Charles Durning— decide suicidarse al inicio del film. Mussburger (Newman) ideará entonces un plan para hacerse aún más rico, engañando a la gente pero teniendo una pobre cabeza de turco a quien culpar, y que no es otro que el protagonista de la historia, Norville Barnes.
Barnes está interpretado por Tim Robbins, el mismo año que emocionó a medio mundo en ‘Cadena perpetua’ (‘The Shawsaw Redemption’ Frank Darabont, 1994), una de las grandes películas de aquella época. El intérprete, elección personal de los Coen por encima de actores como Tom Cruise, quizá no sea el adecuado para el personaje central. Robbins intenta emular a los actores clásicos y no sale bien parado. Lo mismo puede decirse de Jennifer Jason Leigh, que intenta por todos los medios imitar a actrices como Jean Arthur o Barbara Stanwyck, fracasando por completo. Ya no hablemos del feeling entre ambos.
El secreto de vivir
Barnes podría ser uno de los personajes de Gary Cooper a las órdenes de Frank Capra, tanto en ‘El secreto de vivir’ (‘Mr. Deeds go to Twon’, 1935) o ‘Juan Nadie’ (‘Meet John Doe’, 1941), con unas pizcas del James Stewart de ‘¡Qué bello es vivir!’ (‘It´s a Wonderful Life’, 1946), de la que además se apropia parte de la época navideña, tan del gusto en cierto tipo de films clásicos que ejercían una mirada crítica sobre el poderoso a quien terminaba hundiendo la excesiva humanidad y bondad de los personajes centrales, utopías puras y duras.
Porque eso es lo que es realmente ‘El gran salto’ con sus enormes decorados para representar la gran ciudad, estableciendo ya desde el inicio que se trata de una fábula, de una ficción de otro tiempo y a la que los Coen se entregan con enorme cariño, aunque los cambios bruscos de ritmo, y la irrupción del fantastique perjudique tanto al film como las forzadas interpretaciones de la pareja protagonista. Por la contra, los secundarios tales como Bruce Campbell, Charles Durning —realmente glorioso, subrayo— y cómo no, Paul Newman, están mucho mejor que los dos sosos protagonistas.
Ese mundo que parece ahogado por los grandes rascacielos de una ciudad a la que parece no llega la luz está controlado por un personaje cuyo despacho deja entrever un trozo del reloj que domina el tiempo. La gran empresa que controla las vidas de todos y cuyo rostro es el de un Paul Newman ambicioso y codicioso, que parece pasárselo en grande con un personaje que no despierta precisamente simpatías, y que incluso termina desaprovechado debido a un apresurado final, en el que se termina de juguetear con la fábula al sugerir otra historia.
El film fue uno de los fracasos más importantes de los Coen, y Newman regresaría por la puerta grande en una de sus dos colaboraciones con Robert Benton.
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