Paul Newman | 'El escándalo Blaze' de Ron Shelton

A punto de entrar en la década de los noventa Paul Newman no tenía que demostrar nada a nadie. Era una leyenda cinematográfica viva. Una leyenda que sin embargo, y ya en el otoño de su vida artística, la elección de papeles para interpretar carecían enormemente de interés, no por el personaje en sí, sino por las películas de las que era protagonista principal. ‘El escándalo Blaze’ (‘Blaze’, Ron Shelton, 1989) es una de esas películas.

Newman se mete en la piel de un político de los años cincuenta que estuvo metido en un escándalo sexual —de esos que hoy día dan de comer a los periodistas farsantes— con una bailarina de streeptease apodada Blaze. Una especie de biopic típico de aquellos años, bien ejecutado técnicamente, pero sin personalidad alguna. No obstante el director es Ron Shelton especialista en films deportivos de poca trascendencia, tales como ‘Los búfalos de Durham’ (‘Bull Durham’, 1988) o ‘Tin Cup’ (íd., 1996).

Basada en el libro ‘The Hottest Blaze of Buresque’, de la propia Blaze y Huey Perry, el film procura conservar el punto de vista de personaje al que da vida Lolita Davidovich, que se “enfrentó” a 600 actrices que optaron al papel y tras ser rechazado por Melanie Griftih. La actriz pone toda la carne en el asador. Incluso cuando aparece el personaje de Paul Newman, que evidentemente roba la función con su sola presencia. Pero su imagen de mito viviente sobrepasa su trabajo como actor.

El personaje de Earl Long las tenía todas para sentar como un guante en el mítico actor. El político fue el Gobernador número 45 de Louisiana, era muy querido por sus votantes; además estaba muy implicado con el voto de las minorías, y le preocupaba la educación entre otras cosas. Era extravagante y le gustaba de impactar a su público con locuaces e intensos discursos. Sin duda, Paul Newman era perfecto para darle vida en la pantalla. Una oportunidad que el actor aprovecha de forma muy extraña, y que a veces juega en su contra.

Anodina, con un final glorioso

Quizá como resultado de que el actor estaba ya de vuelta de todo, y la seguridad en sí mismo, da la sensación de que Newman se ha entregado a su rol sin importarle absolutamente nada. En su primera aparición, en el club donde actúa Blaze, peca de exagerar gestos y poses, provocando, tal vez de forma intencionada, el rechazo. Según avanza la película, Long se va haciendo más interesante ya que Shelton intenta adentrarse en sus claroscuros, y Newman va controlándose.

Tratándose de Long, alguien a quien le gustaba hablar “a lo grande” en público, cuando mejor está Newman es cuando permanece en silencio, con la mirada perdida, pensativo. Ahí sale el excepcional intérprete que todos conocemos, capaz de transmitir sin necesidad de hablar, demostrando que sus ojos eran algo más que bonitos. A su lado Lolita Davidovich no desentona, existe incluso feeling. El problema es la falta de garra de Sheton, los lugares comunes, y el poco atractivo de una puesta en escena en la que sólo destaca la fotografía de Haskell Wexler.

Lo que siempre me ha llamado la atención de ‘El escándalo Blaze’ es el impresionante travelling final, el cual transcurre durante los títulos de crédito. La cámara se aleja del personaje de Davidovich mientras baja unas enormes escaleras, se detiene en un punto en el que casi no distinguimos a la actriz, sobrevuela por encima del edificio adentrándose en esa zona de la ciudad, vira hacia la izquierda y desciende hasta terminar en la superficie de un río. La película resumida en un magistral movimiento de cámara pocas veces citado.

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