Paul Newman: 'El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas'

‘El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas’ (‘The Effect of Gamma Rays on Man-in-the-Moon Marigolds’, Paul Newman, 1972) es el segundo film como director de Newman en el que no aparece como intérprete, dejando a su esposa, Joanne Woodward, todo el peso de la función. Otra muestra más de la brillantez interpretativa de una actriz enorme, camaleónica y que, junto a su marido formó la más sólida pareja cinematográfica que haya habido nunca, dada la cantidad de veces que trabajaron juntos.

Al igual que ‘Rachel, Rachel’ (id, 1968), el film supone todo un tour de force para una actriz que ya había obtenido el reconocimiento de la Academia de Hollywood cuando recibió el Oscar a la mejor actriz por ‘Las tres caras de Eva’ (‘The Three Faces of Eva’, Nunnally Johnson, 1957), irónicamente uno de los films más endebles que ha protagonizado. La presente, poco conocida y olvidada injustamente, está basada en la obra teatral homónima, premiada con el Pulitzer, de Paul Zindel, dando como resultado un film intimista, que nos devuelve al Newman director reflexivo.

Al mismo tiempo creo que en esta película puede apreciarse precisamente lo bien que se entendían Joanne Woodward y Paul Newman, tanto que me parece el film en el que ella adopta, o toma prestadas, algunas de las maneras interpretativas de su marido. Pasando tanto tiempo juntos es de lógica pensar que algo se les habría pegado del otro. Si el personaje de la película en lugar de ser una mujer fuese un hombre, Newman sería el intérprete idóneo. Aquí pueden apreciarse tics Newman en el trabajo de Woodward, sobre todo en gestos faciales, o en el modo de cambiar repentinamente de estado de ánimo.

‘El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas’ habla sobre un experimento de ciencias llevado a cabo por la pequeña Matilda –excelente Nell Potts, hija del matrimonio Newman/Woodward, en su segunda y última incursión en el cine−, que en realidad es una muy fina alegoría sobre las mutaciones del ser humano dependiendo de la presión social a la que ha sido sometido. Al lado de su hermana Ruth (Roberta Wallace) y su madre Beatrice (Woodward) forman el trío de personajes femeninos alrededor del cual gira la película, profundizando, lógicamente, en el de la madre.

Una vida marcada

Beatrice es una mujer frustrada, con dos hijas adolescentes a su cargo, vive de forma precaria gracias a que alquila una habitación para gente mayor; a ella recurren todos esos hijos que quieren “olvidarse” un tiempo de sus mayores, detalle este terrible donde los haya, y que el film trata de forma muy natural. Un pasado de locura, abandono del marido para luego morir, pocas esperanzas de futuro, y dos hijas que reclaman cariño materno. Temas espinosos que Newman filma con mimo pero sin caer en el subrayado ni el sentimentalismo barato.

Un muy ajustado Maurice Jarre musicaliza las imágenes de ‘El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas’, pero sólo en determinados instantes, los de pensamiento, por así decirlo, cuando el personaje central se para a observar la vida, o simplemente reflexionar. En otros, es la cámara nada complaciente de Newman, inspirada en la planificación y más sobria que en su ópera prima en movimientos, la que acompaña a Beatrice, una mujer solitaria, a la que el mundo no sólo ha dado la espalda, sino que se ríe de ella.

Los instantes finales son de una emotividad muy contenida, una de las virtudes de Paul Newman como director, faceta en la que se arriesgaba mucho más que como actor a la hora de elegir las películas. Una celebración sobre experimentos de ciencia en el colegio al que va Matilda, y su posterior triunfo, sirve al director la oportunidad de reflexionar sobre un tipo de personaje que él mismo ha interpretado veces y veces, los perdedores. En este caso una mujer cuyo triunfo final, entre patético y maravilloso, es estar orgullosa de su hija.

Cuidado con la presión que ejercemos sobre los demás, al igual que la energía de los rayos gamma sobre las margaritas, puede ser controlada, y utilizada en su justa medida, pero si la sobrecargamos podemos destruir algo tan bello como una flor o un ser humano.

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