Tras ‘Harry e hijo’ (‘Harry and Son’, Paul Newman, 1984), concretamente en 1986, el popular actor recibió un Oscar honorífico como clara señal del arrepentimiento de la Academia de Hollywood por no haber premiado jamás con la dorada estatuilla a uno de los actores más brillantes que el cine estadounidense ha tenido. Al año siguiente Newman haría historia al ganar uno como mejor actor principal por ‘El color del dinero’ (‘The Color of Money’, Martin Scorsese, 1986), secuela de ‘El buscavidas’ (‘The Hustler’, Robert Rossen, 1961), pero cansado de ninguneos no acudió a la ceremonia. Era quien era, y estaba por encima de todo ese circo.
La idea de hacer la secuela de una de las películas más prestigiosas en las que había participado, dando vida al mítico Eddie Felson, salió del propio Newman, que le envió a Martin Scorsese el libro de Walter Tevis ‘The Color of Money’, ya que consideraba al director de Queens el ideal para llevar a cabo una continuación del film de Rossen. En un principio iba a ser una secuela directa, con Felson encontrándose de nuevo con Minessota —personaje a cargo de Jackie Gleason—, pero el actor declinó la oferta. Con todo Richard Price hizo un guión extraordinario que en nada envidia al original.
Decía el gran, y tristemente desaparecido —algunos te echamos de menos, maestro— Ángel Fernández Santos que Scorsese había acertado en no caer en el pozo de ese acto parásito, que llaman en lenguaje bastardo, “remake”. Su película es un complemento al film de Rossen, un cuarto de siglo después, con todo lo que eso conlleva. No una reescritura del personaje en sí, sino una extensión. Eddie Felson se ha convertido en algo que realmente odia, una especia de explotador que única y exclusivamente piensa en el dinero, como auténtico y único motor de un modo de vida.
El regreso del pasado
Pero será la aparición de Vincent —un pletórico Tom Cruise en el año de su lanzamiento como estrella, con ésta y ‘Top Gun’ (íd., Tony Scott, 1986), uno de los mayores éxitos taquilleros de aquel año—, un joven y extraordinario jugador de billar, el que le traiga viejos recuerdos, y vea reflejado en él el Felson que fue tiempo atrás. Su relación con Vincent le devolverá las ganas de jugar de nuevo al juego que hace tanto tiempo le trajo desgracias personales serias —la muerte del amor de su vida—, por lo que ‘El color del dinero’ supone un reencuentro consigo mismo de un personaje del pasado, enfrentado al paso del tiempo, y en el que la áspera sensibilidad de Rossen torna al dinamismo de Scorsese.
Puede que el film no las tenga todas consigo cuando se centra, afortunadamente poco, en la pareja formada por Tom Cruise y Mary Elizabeth Mastrantonio, lo menos interesante de la función. La pareja que realmente interesa, y funciona hasta límites insospechados, es Paul Newman/Martin Scorsese. La rabia del director en la puesta en escena se acopla a la perfección con los sentimientos de Felson, un Newman en estado de gracia —Scorsese le dio un único consejo: no tratar de ser gracioso—, que con toda la veteranía a sus espaldas, se alía con un perfecto director de orquesta que utiliza la imagen del actor de forma inmejorable.
La película posee uno de los mejores trabajos de montaje de una de las habituales colaboradoras del director, Thelma Schoonmaker, que, atendiendo a las inquietudes de Scorsese, convierte un típico cambio de plano en todo un mundo con vida propia y ritmo interno. Todas las secuencias en las que Felson mira la mesa de billar, la cámara realiza portentosos travellings, a veces simulando ser la bola, que junto al efectivo montaje, transmiten el interior de Felson, donde algo está renaciendo y removiéndose, a punto de salir con fuerza. Su antiguo yo.
Dinámica y rabiosa
Un Felson genuino, enfrentado a los fantasmas del pasado, que encuentra su mejor traductor a la imagen en el prodigioso trabajo de fotografía de Michael Ballhaus, que acierta al llenar la imagen de grano, mezclando así la evocación a los ambientes del Film Noir, y el carácter otoñal del personaje principal. Ballhaus —que alcanzaría la cima de lo aquí mostrado en su impresionante labor para ‘Los fabulosos Baker Boys’ (‘The Fabulous Baker Boys’, Steve Kloves, 1989)— consigue planos tan sugerentes como el de Felson reflejándose en la bola de billar, sin quedarse en mero adorno estético.
Scorsese tenía la intención de filmar la película en blanco y negro, pero algún ejecutivo de la productora debió poner el grito en el cielo. Lo cierto es que el tratamiento que Scorsese le da a un deporte como el billar se asemeja a lo que hizo con el boxeo en la monumental ‘Toro salvaje’ (‘Ranging Bull’, 1980), la mesa es como un ring en el que Felson despierta de un largo knock out gracias a la intensidad de Vincent, y una vez enfrentado a sí mismo, comprendiendo que hay cosas más importantes que el dinero, regresa en lo que puede considerarse una segunda oportunidad.
Scorsese declaró que ‘El color del dinero’ es la única película que terminó por debajo de la fecha límite de rodaje, y empleando menos del presupuesto asignado. Se nota que la dirigió con ganas. Hay energía y rabia. Todo, incluido un elenco espléndido —los por aquel entonces no famosos John Turturro y Forest Whitaker, pueden verse en personajes de peso—, funciona como un mecanismo de relojería en el que Scorsese enfrenta la juventud con la experiencia, y algo que en el film de Rossen se decía y aquí sólo se sugiere, pero queda bien claro: la actitud lo es todo.
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