Hace poco la magnífica ‘Spotlight’ (íd., Thomas McCarthy, 2015) se alzaba, contra todo pronóstico según iba trascurriendo la velada de premios, con el Oscar a la mejor película. Una de las grandes bazas del film es el retrato de un tipo de periodismo que parece perderse en la memoria del tiempo, más aún en esta era de Internet en la que cualquiera con un dedo, un ojo y algo de cerebro puede “imprimir” su opinión, a lo que hay que sumar el aberrante periodismo que tiene lugar actualmente en muchos conocidos periódicos, preocupados más en el color amarillo de las cosas que en la verdad.
La profesión que hoy hace vomitar es tratada con un enorme respeto en el film citado, que sin duda bebe de clásicos como ‘Todos los hombres del presidente’ (‘All the President’s men’, Alan J. Pakula, 1976), otra radiografía sobre el periodismo impecable. Sydney Pollack, que se educó entre platós televisivos, efectuó un ejercicio parecido en ‘Ausencia de malicia’ (‘Absence of malice’, 1981), en la que revisaba los puntos flacos del cuarto poder. Con un excelente Paul Newman a la cabeza del reparto el resultado es algo decepcionante, aunque no exento de interés.
Comprometedor punto de partida
La ausencia de malicia a la que se refiere el título es explicada en cierto instante por parte del abogado de un importante periódico al personaje de Sally Field, que publica una historia sobre el sobrino de un mafioso, relacionándolo con la desaparición de un hombre, sin saber si es culpable o no. Si el periódico no tiene constancia de que la historia es falsa, hay ausencia de malicia, si el medio ha sido razonable en la construcción de la historia, no hay negligencia, por lo que pueden decir lo que sea sin temor a reprimendas. Toma cinismo puro y duro, practicado hoy día hasta límites insospechados.
Alrededor de esa premisa, Pollack construye una película que pone sobre la mesa cuestiones tan serias como el efecto que puede tener en alguien el publicar una historia falsa, y también verdadera en el caso de ser un hecho traumático —atención a la decisión que toma el personaje de Melinda Dillon cuando se publica la historia de su aborto—, pero que se pierde a ratos por no encontrar el tono justo. Un poco de investigación periodística, un poco de thriller, un poco de amor, un poco de todo. Muy Pollack, director que pocas veces se arriesgó de verdad.
Por momentos ‘Ausencia de malicia’ posee ribetes de cine negro, con esa música de Dave Grusin —uno de los grandes colaboradores de Pollack en muchas de sus películas—, con tintes jazzísticos —lógica aplastante, ya que Grusin es uno de los jazzman más estimulantes que existen— y cierto suspense. También al subvertir la esencia de la femme fatale, en una personaje que causa daño allá a donde va, pero sin quererlo. El film baja enteros con la anodina y tópica historia de amor, que al menos no tiene el desenlace de siempre.
Correcto Pollack, impresionante Newman
La falta de pasión por parte del director en la puesta en escena —sus mejores títulos se encuentran en la década anterior— hace adolecer al film, que navega por la corrección más pasmosa. Afortunadamente tenemos la presencia de Paul Newman, uno de los actores con mayor seguridad en sí mismo que se han visto. Su entrada en escena —cuando va al periódico a protestar por el artículo sobre su persona— es una clara muestra de ello. Convincente en su registro como sobrino de un mafioso, pero honesto y leal, tiene tiempo incluso para un ”numerito” —la rabia desatada contra el personaje de Field—.
Newman, en la única colaboración que posee con Pollack, estaba particularmente interesado en interpretar esta película, ya que suponía una especie de venganza a los que los periódicos habían dicho de él, y que el propio actor consideraba falso en un 90% de lo publicado. La frase que le espeta a Field en la secuencia del almuerzo en el barco parece estar dirigida a sí mismo, y refleja a la perfección el efecto de ciertas noticias en la gente.
“Si el periódico dice que soy culpable, todos lo creen, si dice que soy inocente, a nadie le importa”. Una verdad como un templo que aún a día de hoy sigue manifestándose en el vertedero del periodismo "moderno", y que en el film sugiere los puntos más interesantes, no desarrollados adecuadamente. Es como si Pollack y el guionista Kurt Luedtke ni quisiesen adentrarse en los puntos más oscuros de su relato. Incluso el clímax final, con todos reunidos, podía haber dado mejores frutos.
Newman fue nominado al Oscar por su perfecta composición, como lo sería al año siguiente por una película más espinosa que ésta, al menos en el resultado, y a las órdenes de Sidney Lumet.
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