El cine tiene el poder -y con él, la responsabilidad- de cambiarte la vida. De abrir una ventana a otras vidas y otros mundos, sentir empatía, odio o piedad por alguien que no existe y que, además, hace una hora ni siquiera conocías, amar un trozo de inerte celuloide. Pero, paradójicamente, que una película te deje una marca vital e inolvidable ocurre solo en contadas ocasiones, y aún más a medida que vamos creciendo, nuestra personalidad se afianza año a año y, con ella, nuestra capacidad de asombro disminuye. Pero entonces llega ‘Past lives’ y te descoloca todos los esquemas, obligándote a repetir mentalmente y de forma continua todos los detalles de una cinta que no se ve con los ojos, sino con el corazón.
Vidas actuales
“Llevo diciendo durante años que nunca lloro durante los momentos tristes en las películas, solo durante los momentos que giran sobre la bondad”. Roger Ebert escribió esta maravillosa frase en 2009 que me hace pensar que el mejor crítico de la historia habría amado ‘Past lives’. Y es que la cinta de Celine Song evita conscientemente todos los puntos comunes de las historias de triángulos amorosos y de pasiones del pasado reencontradas convirtiéndolos en un cariño absoluto casi tangible por el espectador.
Esta es, posiblemente, la película que más me ha estremecido de la última década, y lo consigue no con momentos exagerados de gritos y drama, sino gracias a un guion que escoge las palabras perfectas para mecerte en su pequeño cosmos entre el amor inocente del pasado y el que quizá ocurra en otra vida. Y para ello, Song tira de pura empatía, silencios que dicen más que cualquier palabra (ojo a ese minuto esperando el Uber y su silente retorno posterior, la mejor escena del año) y una caracterización brillante en tres líneas temporales tan complementarias como diferentes, todas ellas repletas de detalles y guiños que dan las piezas necesarias para completar este complejo puzzle sentimental.
Lo fácil en una película de triángulos amorosos, y por la que la mayor parte de los guionistas y cineastas hubieran tirado, es hacer que el público se posicione con el sufridor amante a lo largo de décadas que viaja para ver a su amor de la infancia solo para encontrarla casada con alguien de quien no está enamorada (en el mejor de los casos) o con un malvado patán (en el peor). Sin embargo, ‘Past lives’ se las arregla para que amemos cada vértice de ese triángulo y comprendamos la frustrante situación desde todos los puntos de vista sin que haya uno moralmente correcto o que frustre al espectador.
Después de pasar la noche teorizando acerca del amor...
El amor muta, varía, se transforma y te desafía a lo largo de las décadas. Es doloroso, peligroso y feliz, te hace tener miedo, consigue que seamos la mejor versión de nosotros mismos. Lo mismo pasa con esta cinta estructurada, guionizada y dirigida a la perfección, que comienza como el cuento de un amor infantil truncado por la emigración estadounidense de una familia coreana y culmina con la realización de que los sentimientos humanos son inabarcables, complejos e imposibles de comprender. Todo un viaje a lo largo de viajes inconclusos, mensajes perdidos en Facebook, confesiones de almohada, inyeon, frases dolorosamente perfectas y escaleras que llevan a un futuro al que otros no están invitados.
Todo ello, además, rematado por una dirección perfecta capaz de crear los mejores planos del año (esa conversación en el bar, esas escaleras coreanas que hacen espejo con su parte final, ese viaje a China con remordimiento jamás pronunciado). No puedo negar que estuve llorando durante gran parte del metraje. Pero no por dolor o por un drama facilón que la película conscientemente rehúye, sino por la sutileza con la que trata la amabilidad de sus personajes, la comprensión de sus disquisiciones sin resolución satisfactoria posible, el amor que permea la pantalla y se queda con nosotros. Llorar por todo lo bueno y lo bonito que una gran película puede ofrecer. En el fondo, el cine era esto.
‘Past lives’ es tan sabia que, incluso rompiendo en dos los anhelos de la audiencia durante sus primeros compases, los transforma en una maraña de complejas sensaciones y sentimientos en lugar de dejarlos frustrantemente inconclusos. Porque vivir es esto: un ovillo de recuerdos, sensaciones pasadas y presentes, anhelos futuros, bromas privadas, amores que ponemos en duda y un saco repleto hasta el borde de de “y si”. ‘Past lives’ es la película que mejor entiende la humanidad no como un blanco o negro, sino como una batalla de grises en pugna constante con ellos mismos.
Quizá en otra vida
Esta promete ser una de las grandes protagonistas de la temporada de premios, y con toda la razón: es compleja en una ejecución meticulosa de la que sale indemne, pero al mismo tiempo lo tiene todo para convertirse en una de las favoritas para el público general. Y es que al margen de críticas, estructuras y guiones, ‘Past lives’ toca al público universal en su propia confusión sentimental. Todos hemos sido Nora, Jung y Arthur en algún momento de una vida aparentemente perfecta y ordenada capaz de ponerse patas arriba con una conversación inesperada al lado de un tiovivo, unas palabras de agradecimiento que jamás entenderás o una visita que llega demasiado tarde.
Y al final, lo que te queda es calor en el corazón mezclado con tristeza amarga y un golpe de alivio inesperado: Song ha creado la película humana por antonomasia, una -en mi opinión- obra maestra inolvidable que, con justicia, debería pasar a engrosar las listas de los mejores romances de la historia del cine. Aunque no haya tal romance. Aunque solo podamos intuirlo. Aunque la intimidad de la cinta no de lugar a magníficos monólogos sentimentales. Aunque todo lo que tengamos sea un abrazo comprensivo, unas clases de coreano y una frase certera durante la cena.
Hay quien dice que la cinta trata sobre un amor perdido, pero es quedarse en la superficie: ‘Past lives’ discurre sobre el amor en todas sus vertientes. Pasado, presente y futuro -Incluso habitando tan solo el mundo de las ideas-, pasional y racional, amistoso, comprensivo, tumultuoso y confiado. Es una pequeña joya arrebatadora, un logro del cine que deslumbra con su magia, su naturalidad, su aparente menudencia. Es una de las grandes películas de 2023 por méritos propios. No os la podéis perder.
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