Ira Sachs presenta una película en la que Ben Whishaw tiene que aguantar al peor novio de la historia de la humanidad. Sí, incluso peor que tu ex
Hoy por hoy existe un debate real, especialmente en Estados Unidos, sobre el sexo en el cine. ¿Es realmente necesario? ¿Por qué introducir escenas sexuales en tu guion si muchas veces ni siquiera avanzan la trama? ¿En los tiempos de la pornografía a un click, realmente seguimos queriendo ver personas desnudas en la gran pantalla? 'Passages' es, en este sentido, una película punk contra un puritanismo absurdo: el sexo se convierte en una manera vital de entender a unos personajes necesitados y rotos que lo darían todo por sentir un poco de cariño real. Inconformismo sexual para un cine anestesiado.
Toxicidad fuera, mala vibra fuera
El sexo como manera de inundar a alguien de toxicidad. El amor como moneda de cambio para conseguir que la gente baile a tu son, casi como una relación contractual. La pasión como el mal necesario para poder controlar la vida de los demás. 'Passages' es el retrato de dos personas rotas, bailando al son de una tercera, un artista de lo tóxico, un genio manipulador que consigue salirse con la suya mediante la intimidación, la insistencia y la necesidad de cariño de una sociedad maltrecha.
'Passages' es una película extraña, melancólica, que transita continuamente entre la realidad más decadente y la ficción más imprevisible. Al fin y al cabo todos conocemos un Tomas (Franz Rogowski), un ser capaz de alargar sus garras hasta convertirse en el centro de la vida de personas que deberían despreciarle pero que, en su lugar, le tienen en un altar y anhelan su amor. Y no es que sea alguien especialmente bello o talentoso, pero sabe jugar sus cartas (el perdón, la codicia, los sueños incumplidos que él puede lograr) con arte y virguería. Dicho de una manera más mundana: es un capullo.
Estamos ante el manual perfecto de la toxicidad y, por tanto, de cómo protegerse contra ella. Y es que Tomas solo es capaz de llenar su vacío interior con el aplauso ajeno, ya sea de manera externa -durante los pases previos de su nueva película- como interna, dominando de manera sutil cada paso, cada palabra, cada acto de sus amantes, y enfadándose cuando no lo logra de manera automática o finge no entender los desaires de sus parejas. Este no es un triángulo amoroso: es una pirámide de poder, con dos personas anhelando los favores de la que está arriba sin motivo para ello.
'Passages': no, no es amor
Ni Agathe (Adèle Exarchopoulos) ni Martin (Ben Whishaw) necesitan en absoluto a Tomas, que la película, muy inteligentemente, presenta como una persona sin carisma, sin belleza interior, sin nada reseñable más allá de un talento quirúrgico para encontrar las necesidades de sus parejas y asegurarse de que crean que él es la clave y solución de todas ellas. En cierta manera, se convierte en una especie de dios pagano cuyos propios adoradores desprecian. Y, sin embargo, al final del día, toca adorarle sin remisión. Porque suyo es el poder de la comprensión, del amor infinito y, por supuesto, del sexo.
Si eres de aquellos de los que hablaba al principio, que no pueden ver sexo en pantalla sin que les saque de la película, ‘Passages’ no está hecha para ti. La película de Ira Sachs desafía a un cine cada vez más higienizado mostrando escenas sexuales alejadas de la pornografía (no hay en todo el metraje un solo genital) pero repletas de pasión. Pasión entendida como obligación, como material para intercambiar por otros favores y, en última instancia -que trastoca la mente fría y los intereses del caprichoso Tomas-, como una fuerza imparable.
El sexo en ‘Passages’ es sucio, real, pasional. Hay cuerpos desnudos imperfectos, culos, pies en alto, gruñidos, sonidos guturales, gemidos incontrolados, besos, violencia animal. Sexo heterosexual, homosexual, rutinario, imprevisible, que dicta el momento vital de cada personaje y cómo se enfrenta a una nueva rutina marcada, de manera infalible, por uno de ellos: Tomas no sabe convencer al hablar, pero sí en la cama, el único lugar donde no adquiere su cariz dominante. El sexo es el último bastión de sus víctimas donde aún creen tener un poco de poder, aunque este sea absolutamente ilusorio.
Los matices en el sexo
Bien es cierto que el puzzle entre relaciones propuesto por la cinta decae en su tercer acto, a medida que se acerca a su final: los personajes acaban convertidos en caricaturas de sí mismos, mientras, paradójicamente, van ganando confianza en sí mismos, y la pirámide de sexo y manipulaciones ya no da más de sí. Tristemente, su parte final rompe con el realismo del que hace gala durante el resto de la cinta para plantearse situaciones estrambóticas e imposibles en las que solo es posible entrar como espectador dando un salto de fe errático.
En una sociedad hipersexualizada (que no hipersexual), la audiencia se ha puesto en contra de la diversión de las relaciones cinematográficas entendidas como mero pasatiempo lúdico. Hemos acostumbrado nuestro ojo a la pornografía hasta tener asepsia libidinosa y rutina audiovisual solitaria. Sin embargo, ‘Passages’ viene a demostrar que el cine es más poderoso que cualquier blanco o negro al que las redes sociales pretenden minimizar los debates: hay matices en el sexo, hay historias que contar, sigue siendo importante en una historia adulta.
No como objeto lúbrico -no hay nada en la película que pueda excitarnos- sino como manera de encapsular la humanidad de unos personajes tan perdidos y rotos que solo creen recomponerse al encontrar una caricia, una frase dicha con meridiana seguridad y un orgasmo mal acompasado.
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