Ven por la sangre y los cliffhangers, quédate por la lucha de clases y los personajes desquiciados
Imagina que tienes una churrería. Una que va bastante bien, todo sea dicho, y en la que de vez en cuando vas probando variedades culinarias para que el público de nicho se quede contento y puedas ampliar clientela. Pero de pronto, por sorpresa, los churros con vainilla que sacaste sin confiar mucho en ellos tienen tanto éxito que la cola de gente da la vuelta a la calle para probarlos y cantar sus alabanzas.
Lo lógico es seguir ampliando el catálogo con ese sabor, ¿no? Porras con vainilla, saborizante de churros con vainilla, churros con vainilla light… Pues esto es lo que le ha pasado a Netflix, que, después de 'El juego del calamar', ha descubierto y ampliado el género “concursos macabros”. Tras series como 'Alice in Borderland', ahora crece con 'The 8 Show', cuyos ocho episodios, por suerte, dan mucho más de sí de lo esperado.
Atrévete a jugar al juego de la loca
Es imposible que el argumento inicial de 'The 8 Show' no haga que levantes un poco la ceja de manera inquisitoria: ocho desconocidos con problemas de dinero son reclutados por un reality show coreano donde tendrán que hacer pruebas cada vez más extremas para ganar una cantidad de dinero que dependerá del piso en el que vivan. Además, entre los pisos hay un ascensor para que los de los pisos superiores envíen comida y bebida (si quieren) a los de los pisos inferiores. Sí, además de 'El juego del calamar', la serie también coge prestado de 'El hoyo'. Es lógico, al fin y al cabo: fueron dos exitazos internacionales inesperados, ¿cómo no tratar de recrearlos?
Sin estos productos audiovisuales, ‘The 8 Show’ no existiría, desde luego. Pero la buena noticia es que es capaz de ir más allá y firmar un estilo propio gracias a su destructora versión del 'Gran hermano' más extremo. Los nominados y las expulsiones se sustituyen por manipulación, desesperación, violencia, giros inesperados y discurso de clase.
Y no deja de ser sorprendente que una serie de Netflix, por muy coreana que sea, insista constantemente en el concepto de que las personas con dinero pueden dejarte morir en la cuneta sin que les importe lo más mínimo siempre y cuando sigan disfrutando de sus lujos y mostrando la rebelión obrera como única solución para la supervivencia. De hecho, es tan machacona en su discurso que, incluso al final (estés de acuerdo o no con la tesis, que es lo de menos) se siente un poco repetitivo por eficaz que sean sus cliffhangers.
‘The 8 Show’ es también, en ocasiones, un desafío para el público con escenas de violencia muy gráfica, dejando de lado las lúdicas muertes de ‘El juego del calamar’ y centrándose en lo desagradable e incómodo de ver a gente sufriendo, desangrándose y recibiendo palizas a cambio de dinero. A lo largo de sus episodios, la incomodidad la serie va in crescendo, y lo que en un principio comienza como un amigable juego de subir escaleras termina con torturas prohibidas por la ONU, sangre y agonía. Siempre es entretenida de ver, pero hay que recordar que “entretenido” no es sinónimo de “agradable”.
Gran Hermano, la muerte en directo
Como buena serie basada en los golpes de efecto y las revelaciones constantes, ‘The 8 Show’ maneja con maestría el cliffhanger y consigue exactamente aquello por lo que Netflix lucha constantemente: que no puedas esperar para ver el siguiente episodio. La calidad es siempre constante -aunque en sus últimos episodios es inevitable sentir el chicle alargándose- y la sutileza, la misma que la de un martillo pilón aplanando el asfalto. Es una distopía de brocha gorda y un producto derivado, sí, pero no solo es siempre gratificante en su compromiso inexorable con la sorpresa y el giro, sino que, además, toma un riesgo en la narrativa consciente de que molestará a todos los que necesitan que les mastiquen la comida para tragarla más fácil.
Al fin y al cabo, la idea del ‘Gran hermano’ distópico es solo una excusa para narrar la locura del poder, la violencia usada como represivo contra las clases bajas, los extremos a los que podemos llegar por dinero o lo fácil que es acostumbrarse a la servidumbre cuando sabes que no queda más remedio que aceptarla. No importa quién les ha encerrado allí ni cuál es el motivo de gastarse un dineral en ver sus andanzas: no le importa a la serie y tampoco debería a nosotros, unos espectadores a los que solo se nos pide que nos dejemos llevar sin rebuscar en los (abundantes) agujeros de guion. Habrá quien termine decepcionado, pero es injusto: después de todo, nunca fue la historia que ‘The 8 Show’ trataba de contar.
De hecho, se agradece ver una serie que tiene tan claro lo que es y lo que no es, hasta puntos extremos: los personajes son una simple excusa argumental, y, como tal, pueden definirse en una sola línea, con personalidades muy definidas que jamás son lo más importante. Conocemos algo de su pasado, con retazos aquí y allí, pero son solo pequeños añadidos que en nada cambian lo que ocurre a lo largo de los capítulos. ‘The 8 Show’ puede parecer fallida, pero su único pecado es no poder controlar las expectativas de su público.
No te va a cambiar la vida, ni va a hacer que te plantees tus opiniones políticas (es demasiado obvia y poco sutil para eso) o a hacerte descubrir partes de ti mismo que desconocías, pero durante sus poco menos de ocho horas pasarás un rato increíble entre manipulaciones, sangre y vueltas de tuerca y personajes con carisma pero sin personalidades tridimensionales. Sí, es un trasunto de ‘El juego del calamar’ y ‘El hoyo’ lanzado para ver si el espagueti se pega en la pared otra vez, pero, sorprendentemente, va más allá y funciona como agónico y asfixiante pasatiempo estival mientras esperas la segunda temporada de la serie coreana más famosa de Netflix.
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