En estos tiempos en los que las opiniones sobre prácticamente cualquier tema, vayan ustedes a saber por qué, han abandonado casi por completo la escala de grises —y la cordura, si me apuran— tendiendo radicalmente a los extremos, se ha abusado del empleo de términos como el de "obra maestra" hasta casi despojarlos tanto su valor, como su sentido.
Es harto complicado justificar el uso y explicar con precisión, empleando únicamente la palabra —ya sea oral o escrita—, el significado de un concepto tan abstracto, haciéndose indispensable para ello el uso de ejemplos concretos como la magistral 'Parásitos'; el mejor largometraje de la impecable filmografía del genio surcoreano Bong Joon-ho, y una de las mejores obra de una década a punto de terminar.
Un ejercicio de funambulismo casi imposible
Para comprender por qué 'Parásitos' es, sin duda alguna, uno de los mayores hitos alcanzados en la prolífica y eficiente industria cinematográfica del país asiático, y una firme candidata a convertirse en clásico de culto, es necesario incidir sobre todos y cada uno de sus aspectos formales y narrativos; próximos a una perfección que muchos creíamos inalcanzable.
Es de rigor comenzar alabando sin cortapisas la descomunal tarea de Bong Joon-ho en lo que respecta a la dirección y puesta en escena. El de Daegu ubica a sus personajes y mueve la cámara con elegancia y precisión, motivado por las pulsiones orgánicas de la emoción, y dotando al conjunto de una belleza sobrecogedora tanto en los momentos más ligeros como en los pasajes más lóbregos y decadentes. Una proeza visual que encuentra su mayor virtud en la invisibilidad de sus mecanismos, que articulan el relato sin ser percibidos.
El filme deslumbra igualmente con su propuesta narrativa, rompiendo con cualquier tipo de prejuicio infundado sobre el cine más comprometido al convertir un drama con una fuerte carga de crítica social en una experiencia apasionante —aunque pausada en desarrollo— y cargada de sensaciones. Un brutal laberinto de sorpresas, giros imposibles y protagonistas redondos que se sirve de los recursos habituales que hacen único el cine coreano —como su peculiar estructura en cuatro actos— para dejar boquiabierto al respetable.
Aunque, tal vez, el mayor logro de 'Parásitos' sea el modo en que fusiona tonos y subgéneros, que van desde el drama de manual al thriller de esencia hitchcockiana, pasando por una comedia negra como el carbón, en un ejercicio de funambulismo, a priori, irrealizable. Joon-ho ya ha demostrado en joyas como 'Mother' o 'The Host' su capacidad para sintetizar los cócteles más atípicos, pero es su último trabajo hasta la fecha el que presenta la fórmula más depurada, dejando un poso en el que amargor y dulzura se fusionan en un sabor único y difícilmente imitable.
Las fugaces dos horas y cuarto de duración de 'Parásitos' y el tsunami de estímulos con los que golpea al espectador sólo pueden ser comparadas con algunas de las grandes sinfonías que han perdurado a través de los siglos. Creaciones que hacen confluir sus instrumentos —ya sean musicales o fílmicos— en una única pieza que cala hondo en el corazón, emocionando, maravillando, y estremeciendo como sólo pueden hacerlo las obras maestras.
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