Hace tiempo que cada año se cuelan una o dos producciones ajenas a Hollywood en las nominaciones del Oscar a la mejor película animada. Es cierto que luego solamente ‘El viaje de Chihiro’ logró la proeza de hacerse con la estatuilla, pero eso ha ayudado a dar más difusión a títulos como ‘Ernest & Celestine’, ‘La vida de Calabacín’ o ‘El pan de la guerra’, aspirante durante la ceremonia de este año en la que acabó triunfando la maravillosa ‘Coco’.
‘El pan de la guerra’ es una producción irlandesa que tiene detrás a Nora Twoney, co-directora en su momento de ‘El secreto del libro de los Kells’, un título de indudable belleza pero con el que no terminé de conectar del todo. Aquí conserva un notable interés en la faceta estética, pero lo acompaña de un relato mucho más interesante que combina la dureza del día a día de la protagonista con las fantásticas historias que ella misma cuenta.
La vida en Afganistán
Una familia afgana ve cómo su futuro queda en serio peligro tras el injusto arresto del patriarca. Eso les deja sin un hombre que pueda sacar adelante la familia, algo esencial en una época en la que los talibanes controlaban con mano dura el país. Eso les lleva a tomar una decisión desesperada: Parvana, una de las hijas, tendrá que hacerse pasar por chico para así tener tanto la posibilidad de ganar dinero como adquirir comida libremente.
No suelo extenderme demasiado en las premisas de las películas cuando llega la hora de valorarlas, pero en el caso de ‘El pan de la guerra’ resulta esencial hacerlo para que el lector se pueda hacer una idea del duro escenario que plantea. En él vemos cómo Parvana se convierte en la voz de la esperanza, el personaje que permite al espectador respirar ante lo que fácilmente podría haberse convertido en un drama absoluto.
El libro infantil escrito por Deborah Ellis del que parte ‘El pan de la guerra’ sin duda ayuda a ello, pero Twoney tampoco quiere que la película resulte superficial, por lo que no faltan escenas más duras que recuerdan al espectador lo que sucedía en Afganistán por aquel entonces. Cualquiera podría haberse venido abajo ante esa nueva realidad, pero Parvana es un rayo de luz que se sobrepone con entereza a todos los retos a los que ha de enfrentarse.
‘El pan de la guerra’ funciona a todos los niveles
Eso lleva a la película a potenciar la imaginación de Parvana a través de una serie de historias que va contando y que le permiten encarar el futuro con otro ánimo. Ahí la película da rienda suelta a sus posibilidades visuales, funcionando al mismo tiempo como contraste de la parte más real y como culminación de un trabajo de animación al que pocas pegas se le pueden poner.
Es cierto que no tiene el toque hiperrealista de otras producciones animadas, pero es que tampoco lo necesita, ya que de esa forma podría dar la sensación de que habría sido mejor hacerla en imagen real. Además, el estudio Cartoon Saloon, que ya estaba detrás de ‘El secreto del libro de los Kells’, sabe cómo reflejar con acierto la dureza del día a día y que esos dos mundos encajen de forma notable en lo referente al trabajo de animación, donde se apuesta por una línea más tradicional aunque hoy de capa caída.
Por lo demás, creo que es bastante obvio que ‘El pan de la guerra’ no es una película orientada al público infantil por mucho que estos puedan disfrutar con los relatos de Parvana, donde impera el optimismo y una agradecida dosis de humor. La cuestión es que el relato central está dominado por un halo de tristeza y dolor que además va agudizándose a medida que pasan los minutos.
En definitiva, ‘El pan de la guerra’ es una notable película que sabe cómo reflejar la realidad afgana durante el periodo de control talibán sin por ello renunciar a que su protagonista mantenga la esperanza en el futuro, recurriendo para ello a su desbordante imaginación. Su efectiva animación, que sabe cuándo ha de ser más preciosista y cuándo ha de bajar al barro del día a día, y su sólido guion son la guinda del pastel.
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