Netflix tiene una gran colección de series documentales, pero tiende a aglutinar muchos con visiones oscuras de asesinatos y psicópatas o de sectas. Se echan en falta más propuestas como ‘(P)Ícaro: El pequeño Nicolás’ que resulta un trabajo periodístico de investigación por sí mismo que se sirve de un elemento de la cultura pop española reciente para cortar tajadas más profundas del funcionamiento del estado.
En su primer episodio entra de lleno en la intrigante historia de Francisco Nicolás Gómez Iglesias, un joven que se infiltró en las altas esferas de la sociedad española y cuya astucia (y caradura) le permitió tejer entre las filas de políticos, millonarios e incluso miembros de la realeza. A través de su encanto, “Fran” destapó de rebote algunos escándalos y su caso no solo expone mecanismos de poder, influencia y ambición, sino que nos deja observar ciertas sombras del entramado más sucio de los gobiernos de la última década.
En sus primeros compases, todo es divertido y se juega en el montaje con recursos del cine de Guy Ritchie o Soderbergh, para presentar el asombroso viaje de un adolescente capaz de penetrar en los círculos más íntimos de la élite española. Estructurada en tres capítulos, esta mirada inédita analiza toda la controversia y escándalo de su paso por las instituciones, ofreciendo un relato detallado de las interacciones de Nicolás con las figuras más poderosas de España a través de entrevistas e imágenes exclusivas y testimonios de primera mano de quienes mejor conocían al muchacho.
¿Pícaro o peón utilizado por el estado?
Hay relatos de políticos, de víctimas, conocidos e incluso figuras tan turbias como el Comisario Villarejo, todo intercalado con una gran entrevista al propio estafador. En conjunto, tanto las citas como el abundante material de archivo dan una visión poliédrica de sus hazañas que no solo pintan un cuadro completo de la vida de Nicolás y las consecuencias de sus acciones, sino que estudia los cimientos de algunas estructuras sucias de los partidos políticos, no solo la dinámica del poder y la influencia, sino los tejemanejes que no vemos.
La ambición de Nicolás, que comenzó su carrera como relaciones públicas en clubes nocturnos, pronto le llevó a explotar los ángulos muertos de la esfera sociopolítica española, maniobrando en círculos exclusivos, dejando un rastro de confusión y revelando las vulnerabilidades y lagunas de las redes que Nicolás aprovechaba en su beneficio, añadiendo una rica capa cultural sobre la dinámica política y social del país que resulta la clave en la parte más interesante del documental, donde la figura del pícaro pasa incluso a segundo plano.
Pronto queda claro que ‘(P)Ícaro: El pequeño Nicolás’ no está tan interesada en la forma en la que consiguió introducirse entre políticos influyentes, magnates e incluso la realeza, aunque hay un buen estudio de su compleja psique y sus motivaciones narcisitas. En realidad el grueso del documental es la intriga política del telón de fondo, que nos sugiere que Nicolás fue una pieza conveniente para espiar a distintas personalidades a través de sus hijos, que eran la mayoría conocidos y amigos de un chaval que se “vino muy arriba” como dijo él mismo.
Más allá de la historia de un trepa
Sin embargo, la intrincada relación entre el poder y el engaño deja a la luz el verdadero el impacto de las acciones de Nicolás en el panorama político. Las raíces del frenesí mediático que siguió, y cómo este pudo estar conducido por manos negras y con intereses en varias partes. Hay una parte interesante que muestra cómo un joven sin estudios superiores puede burlarse de la clase dirigente, revelando la fragilidad absurda de la élite del poder en España.
Pero la historia toma verdadera forma cuando trasciende lo individual y encaja piezas con otros eventos clave de esos años, como la abdicación del Rey o las actuaciones en Cataluña. Los mecanismos sociales y los atajos de poder son bien representados por la ambición incontrolada de Nicolás, pero que su caso desvelara muchos trapos sucios de la policía, el partido popular (que no ha querido participar) o el CNI, suscita debates sobre cuestiones más amplias como la confianza de los ciudadanos en el poder.
En conjunto ‘(P)Ícaro: El pequeño Nicolás’ son tres horas apasionantes que, bajo el análisis de un caso mediático y un personaje que podría unirse a el Dioni y otra fauna freak de la sociedad española de otra época, resulta un complemento perfecto para la magistral novela gráfica ‘Primavera en Madrid’ y, sobre todo, desvela otra nueva pieza de la red conectada al caso Villarejo, que pudo destaparse gracias a los tejemanejes de Nicolás. Desde ‘Antidisturbios’ a ‘La Maldición del Windsor’, no hay evento de la historia de España reciente donde no aparezca el comisario, que merecería por sí mismo una serie para él solo, aunque seguramente necesitara de varias temporadas para empezar a rascar los mínimos de su mano negra.
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