Después de regresar a los orígenes con la reivindicable 'Arrástrame al infierno' ('Drag Me to Hell', 2009) --donde demostró que no ha perdido la rara habilidad de conjugar con acierto el terror y la comedia--, y ver cómo la franquicia de su querido Spider-Man pasaba con éxito a las manos de otro realizador, Sam Raimi volvió a probar suerte en el Hollywood de las grandes producciones con 'Oz: Un mundo de fantasía' ('Oz: The Great and Powerful', 2013), uno de los estrenos más potentes (comercialmente hablando) de los primeros meses de un año en el que nos quieren avasallar con propuestas fantásticas --el pasado viernes llegó otra, 'Jack el caza gigantes' ('Jack The Giant Slayer', Bryan Singer, 2013)--.
El nuevo trabajo de Raimi, un lujoso blockbuster en formato 3D para el estudio Walt Disney Pictures, parte de la popular obra de L. Frank Baum para proponer al espectador un viaje a los orígenes del mago de Oz. El espectáculo visual que permite un presupuesto de 200 millones de dólares, un realizador más que fiable --al que conoce tanto el friki como el verdadero apasionado del séptimo arte--, un atractivo reparto encabezado por James Franco, Mila Kunis, Rachel Weisz y Michelle Williams, unido a la deliciosa nostalgia que produce el recuerdo de la entrañable 'El mago de Oz' ('The Wizard of Oz', Victor Fleming, 1939) son motivos suficientes para convencer a cualquiera de que 'Oz, un mundo de fantasía' es un entretenimiento de primer nivel que justifica el precio de la entrada, el refresco gigante y el cubo de palomitas. Sí, yo también caí en esta elaborada trampa.
El comienzo es realmente prometedor. Nada original, pues repite el juego de la transición de colores que existía en el musical protagonizado por Judy Garland, pero el tramo inicial en Kansas es lo más divertido e inspirado que hay en esta precuela tragaperras orquestada por Raimi, cuya trama sitúa al espectador veinte años antes de los hechos que narra 'El mago de Oz'. Arranca presentando a Oscar --Franco en un papel que Disney ofreció antes a Johnny Depp y Robert Downey Jr.--, el ilusionista de un circo ambulante en peligro de extinción. El protagonista es un embaucador y un mujeriego que sueña con seguir los pasos de sus mayores ídolos: Edison y Houdini. Los primeros minutos son esenciales para trazar al personaje, sus habilidades --carisma, facilidad para el engaño--, sus flaquezas --egoísmo, inseguridad--, sus esperanzas --vivir aventuras, deslumbrar al mundo-- y sus miedos --sobre todo, quedar atrapado en una vida corriente--.
Tras un lío de faldas --como mandan los cánones de las historias circenses--, Oscar sube a un globo y por una de esas casualidades que pasan en el cine se cruza en el camino de un tornado. Convencido de su inminente muerte promete a ¿Dios? que será una buena persona si le da una segunda oportunidad, y después de un par de sustos con afilados trozos de madera --Raimi deja su firma aprovechando el 3D-- el mago aparece milagrosamente en la tierra de Oz, donde esperan con ilusión la llegada de un salvador... en fin, lo de siempre. La nueva Oz bebe directamente de la inmortal fuente creada en 1939, a lo que se suman escenarios digitales cargados de plantas, construcciones y criaturas llamativas, que se perciben recicladas de otra reciente superproducción de Disney, 'Alicia en el país de las maravillas' ('Alice in Wonderland', Tim Burton, 2010) --estoy convencido de que los ejecutivos de Hollywood deben considerar a Raimi y Burton como básicamente el mismo bicho raro estimulado por la música de Danny Elfman--.
De hecho, uno de los mayores defectos de 'Oz, un mundo de fantasía' es que trata de asombrar al espectador con recursos gastados que han sido empleados hace poco; se nota demasiado que el estudio busca repetir el inmenso éxito de la última adaptación de Lewis Caroll, ahora con la saga creada por Baum. No es casual que ambas películas cuenten con diseños artísticos de Robert Stromberg y estén producidas por Joe Roth, que también estuvo implicado en otro producto con ideas y propósitos similares: 'Blancanieves y la leyenda del cazador' ('Snow White and the Huntsman', Rupert Sanders, 2012). Que nadie me malinterprete, no soy tan ingenuo como para pensar que la Disney puso en manos de Raimi un generoso presupuesto para filmar algo novedoso y atrevido, pero tampoco esperaba que, salvo por un par de escenas --la ya comentada y un susto al final--, esta rutinaria aventura de acción tediosa y diálogos huecos podría haberla dirigido cualquier profesional dispuesto a homenajear (o plagiar, según se mire) el clásico de Fleming.
El guion de Mitchell Kapner y David Lindsay-Abaire se toma demasiado tiempo en subrayar el conflicto del héroe y retrasar su evolución pero no es capaz de sacar punta al encuentro de éste con las tres hechiceras --no es cuestión de pedir 'La brujas de Eastwick' ('The Witches of Eastwick', George Miller, 1987) pero qué menos que una pizca de rica metáfora y cachondeo adulto--. Los personajes femeninos están muy desaprovechados y ellas responden con frialdad y sobreactuación --mención especial a los vuelos de Weisz, el lifting digital de Kunis y el cargante discurso de Williams--. Franco también está desdibujado y desorientado entre tanto fuego artificial en este soso e inofensivo relato destinado a (saquear las carteras de) todos los públicos. Y vender merchandising y generar secuelas, la primera de las cuales ya está en camino.
Más que "no recomendada para menores de 7 años", como señala el cartel español, yo diría que Oz, un mundo de fantasía' no es recomendable para mayores de 7 años. Desde luego, hay momentos eficaces --sobre todo en los primeros minutos-- y la cartelera ofrece peores películas --¡faltaría más!--, pero el conjunto es todo lo que uno detesta de Hollywood: un asombroso envoltorio vacío, una cadena de excusas mal planteadas para rellenar la pantalla con efectos visuales, una historia sin verdaderos personajes, sin ingenio, sin valentía, sin frescura, sin identidad, un producto que necesita a un espectador entregado y dócil que deje su mente en piloto automático durante dos horas y olvide lo que ha visto nada más levantarse de la butaca. Para que vuelva a pagar cuando salga la siguiente.
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