El escepticismo es la postura más razonable antes de acometer el visionado de una gran superproducción de Hollywood. Hay casos en los que podremos encontrar grandes películas como ‘Skyfall’ (id., Sam Mendes, 2012), pero lo más habitual es que no pasen de ser meros pasatiempos más o menos conseguidos o directamente mediocridades indignas de nuestra atención. El problema adicional es que son más comunes los casos en los que estos blockbusters de calidad discutible dan beneficios que los que obligan a sus productores a replantearse la situación, por lo que parece difícil que esto vaya a ir a mejor en el futuro. El último gran ejemplo que hiciera tambalearse a la compañía que había detrás fue ‘John Carter’ (id., Andrew Stanton, 2012), y ahora existe cierto miedo en Disney sobre la posibilidad de que pase lo mismo con ‘Oz, un mundo de fantasía’ (‘Oz: The Great and Powerful’, Sam Raimi, 2013).
El gran problema para Disney es que han gastado la friolera de 325 millones de dólares entre costes de producción e inversión publicitaria y, por regla general, se entiende que se ha recuperado lo invertido cuando una película logra recaudar el doble de lo que ha costado. ‘Oz, un mundo de fantasía’ tendría entonces que convertirse en una de las 63 películas más taquilleras de todos los tiempos —todo ello sin contar los ajustes inflacionarios— para no considerarse una fracaso o, como mínimo, una decepción. La gran diferencia entre ‘Oz, un mundo de fantasía’ y ‘John Carter’ es que la película de Sam Raimi cuenta a su favor para conseguirlo el ser un estupendo entretenimiento para toda la familia que cuenta con el cariño añadido de muchos espectadores hacia ‘El mago de Oz’ (‘The Wizard of Oz’, Victor Fleming, 1939) y no un, siendo generoso, fallido intento de crear un universo propio como sucedía con la cinta de Andrew Stanton.
Me gustaría aclarar antes de nada que nunca he tenido una especial debilidad hacia ‘El mago de Oz’. De hecho, ni siquiera me gustaba siendo niño y fue en un visionado ya como adulto cuando conseguí ver casi todas las virtudes que muchos adjudican a este clásico inmortal de la historia del cine. ‘Oz, un mundo de fantasía’ intenta jugar con las mismas cartas en su función de precuela de la película de Victor Fleming, tanto en contenido —un mensaje esperanzador pese a los obstáculos que surjan por el camino— como en forma —mucha atención al acabado visual, en especial a la viveza de algunos colores, algo llevado más al extremo en la cinta de Sam Raimi—. Otra asunto distinto es que todo no esté igual de equilibrado –un poco menos de metraje le hubiera venido muy bien a la cinta que ahora ocupa- y que ‘Oz, un mundo de fantasía’ no consigue replicar la magia cinematográfica de ‘El mago de Oz’, aunque eso no quiere decir que esté exenta de ella.
El ingenuo optimismo es cada vez más escaso en una época dominada por el cinismo o la desesperanza ante la crisis económica global que está afectando con especial fuerza a los españoles. ‘Oz, un mundo de fantasía’ es una respuesta a esa necesidad de volver a creer en que todo se arreglará si colaboramos juntos en esa dirección. La experiencia vital antes de llegar a Oz del encantador sinvergüenza interpretado con soltura por James Franco sirve para recordarnos que el individualismo sólo te permitirá llegar hasta cierto punto, siendo imposible llegar a conocer la auténtica felicidad. Quizá por ello —y por el simple lucimiento visual— Raimi opta por remarcar la importancia del grupo dentro de Oz mediante una clara tendencia a la utilización de planos abiertos, sólo cerrando realmente el encuadre para escenas íntimas claves en la evolución interior del protagonista y del propio espectador.
‘Oz, un mundo de fantasía’ hace gala de un tremendo despliegue de medios visuales —muy efectivos en general, aunque haya algunos detalles, en especial al poco de llegar a Oz, que delaten su artificiosidad— para sumergir al espectador en la trama. Raimi acierta de pleno al apostar por el blanco y negro y una imagen con un aspect ratio de 4:3 —propio del cine mudo y que fue cayendo en desuso con la llegada del color— para contarnos las peripecias iniciales del protagonista como un mago mujeriego de poca monta. Ya aquí se nos recuerda la utilización del 3D —algo intrascendente cuando la acción tiene lugar en Oz— como una tecnología exógena a esa época al aparecer en los márgenes negros de la imagen. Este detalle puede desconcertar a los espectadores que sólo estén habituados al cine moderno, pero su presencia va mucho más allá de ser un mero capricho de Raimi, ya que es el punto de apoyo de la naturaleza de ‘Oz, un mundo de fantasía’ como homenaje al propio cine. Y lo mejor de todo es que lo consigue sin tener que decírselo de forma directa al espectador, sino incidiendo en los deseos de su protagonista y mostrando la capacidad de fascinación del séptimo arte pese a sus innegables raíces de “simple” ficción.
Uno de mis grandes miedos ante ‘Oz, un mundo de fantasía’ es que cayera en la más baja forma del infantilismo a través de Finley —el mono sirviente parlante y con alas— y de otros elementos en los que la ingenuidad de su propuesta afectase al resultado final, pero lo cierto es que no hay nada realmente insoportable. Es cierto que la bondad de la bruja buena y sus seguidores puede resultar frustrante y que hay situaciones en las que Finley no deja de ser un secundario cómico —pero de humor blanco no, blanquísimo— bastante prescindible, pero no son más que pequeños bajones del guión de Mitchell Kapner y David Lindsay-Abaire a partir de la novela de L. Frank Baum que abría la extensa serie ambientada en el mundo de Oz. Eran otros tiempos y por aquel entonces lo habitual era remarcar al máximo la diferencia entre el bien y el mal, dejando un espacio casi inexistente para esos grises que tanto valoramos en la actualidad. Esto se traduce en pequeñas decepciones como que una, eso sí, radiante Michelle Williams no pueda desplegar todo su talento interpretativo, pero es un sacrificio en aras de un objetivo mayor: Hacer sentir bien al espectador sin caer en lo ofensivo hacia su inteligencia.
Puede que ‘Oz, un mundo de fantasía’ diste mucho de ser una película perfecta, pero sí es un entretenimiento muy recomendable en los tiempos que corren. Con el pesimismo cada vez más presente en nuestra sociedad, estamos ante una agradable experiencia cinematográfica que ofrece un mensaje de esperanza a todos aquellos que estén pasando por un mal momento. Un sentido homenaje a la magia del cine, un espectáculo de primer nivel en lo visual y, sobre todo, una película en la que merece la pena emplear nuestro tiempo. No será un ejemplo del cine que realmente queremos, pero sí del que necesitamos en la actualidad.
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