Soy de los que defienden a capa y espada la idea de que el elemento diferenciador que convierte un largometraje en una experiencia digna de ser vivida no está relacionado con sus aspectos técnicos, sino con el tratamiento de sus personajes. Unos protagonistas que sirven de enlace directo con el espectador y cuyos conflictos y capacidad de generar empatía pueden eclipsar cualquier tipo de florituras y artificios.
No obstante, el cine, como todo medio de expresión artística, no es una disciplina matemática ni se rige por reglas inquebrantables, abriendo la puerta a situaciones excepcionales en las que una película logra trascender gracias a su forma; apostando por una aproximación audiovisual que eleva a un nuevo —y mucho más interesante— nivel lo que, de otro modo, hubiese sido una obra excesivamente genérica y rutinaria.
Este es, precisamente, el caso de la espectacular y divertidísima 'One Shot (Misión de rescate)'; un modesto actioner con espíritu de serie B protagonizado por el incombustible Scott Adkins, reconvertido por el realizador James Nunn —que debutó en 2012 con la muy recomendable 'Tower Block'— en una inyección de adrenalina condensada en 97 minutos que harán las delicias de los fans del género gracias a su presentación como un —falso— plano secuencia.
Del tirón
La escena introductoria de 'One Shot' —y esto podría extenderse al resto de su metraje— resultará muy familiar a los jugadores de shooters narrativos en primera persona como los pertenecientes a sagas como 'Call of Duty' o 'Battlefield'. A bordo de un helicóptero, y como si la cámara nos convirtiese en un miembro más del equipo, acompañamos a un escuadrón de los Navy SEAL mientras se repasan los objetivos de una misión de escolta y extracción que debería ser pan comido.
Por supuesto, la cosa no tarda en complicarse, y una vez se han presentado todas las cartas mientras se hace una inteligente radiografía del espacio en el que transcurrirá el relato para ubicarnos en todo momento —fantástica la gestión geográfica—, la cinta se transforma en una nueva versión del cine de asedios que tanto debe a clásicos del western como 'Río Bravo', y que no escatima en balas, explosivos y montañas de cadáveres.
Si algo sorprende de 'One Shot' es una aproximación realista al combate, tanto de larga distancia como cuerpo a cuerpo, que enriquece cada uno de sus fragmentos dedicados a la acción. Esto va más allá de las interpretaciones y del lenguaje militar de soldados y terroristas, limitando los exabruptos gore que suelen asociarse a los impactos de bala, minimizando el sonido de los disparos —algo tan poco común como efectivo— y trasladando a la pantalla técnicas y tácticas reales.
Dentro de su maraña de muerte y destrucción embotellada en una centro de detención perdido en medio de la nada, la cámara y el montaje —tanto interno como externo, que lo hay— se muestran como las dos grandes herramientas que enmascaran los no pocos clichés sobre los que se construye la historia y la unidimensionalidad de unos personajes que, en el fondo, cumplen con creces su función como carne de cañón.
Rodada a toda velocidad y con un presupuesto limitado, 'One Shot' se ajusta a la perfección a ese dicho que asegura que el hambre agudiza el ingenio. Su falso plano secuencia, planeado y coreografiado al milímetro en preproducción, funciona como un reloj suizo, aumentando la carga de tensión y urgencia al sumergir al público directamente en el conflicto, dinamizando los pasajes centrados en el diálogo, y asombrando con sus cambios de punto de vista y con unos cortes invisible que, en su mayoría, son imperceptibles.
No cabe duda de que el público más reticente a este tipo de productos podrá sacar —y sacará— una y mil pegas a 'One Shot (Misión de rescate)' tan honesta como autoconsciente. Pero, quien entre en su juego y supere la barrera de la suspensión de la incredulidad, se encontrará con un estimualnte oasis en medio de una industria saturada, salvo excepciones, de acción clónica, innecesariamente ostentosa y poseedora de unos niveles de ingenio inversamente proporcionales a unos presupuestos desorbitados.
Y es que, después de todos, pocos efectos especiales mejores podemos imaginar que tener a Scott Adkins matando yihadistas gigantescos a cuchilladas.
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