'¡Olvídate de mí!', embriagador y amargo amor

Mira, todo se está derrumbando. ¡Te estoy borrando y soy feliz!

(Joel)

Por esta costumbre tan nuestra de cambiar los títulos, e inventarnos otros que a veces no tienen nada que ver con el original, se da la peculiar circunstancia de que llega a resultar molesto hablar a otras personas sobre algunas películas que le encantan a uno, siendo preferible no hacerlo, o simular por un rato que se tiene mala memoria, y referirse a ellas por otros elementos característicos (nunca la traducción española). El segundo largometraje del francés Michel Gondry tiene un título maravilloso, pero en lugar de llamarlo ‘La eterna luz de la mente impoluta’ (‘Eternal Sunshine of the Spotless Mind’, extraído de un poema de Alexander Pope) aquí lo conocemos por ‘¡Olvídate de mí!’, pues se pensó que así se atraería a más público, vendiéndolo como una comedia romántica en la que Jim Carrey y Kate Winslet (entre otros) se enamoran y nos hacen reír.

Bueno, más o menos. De hecho, el aspecto que me parece mejor retratado en el film no es nada divertido, al revés, es de lo más triste; me refiero a cómo está plasmado el lado amargo del amor. Cuando estaba preparando mi lista particular de las diez mejores películas de la década, a finales del año pasado, tenía muy claro que debía incluir ‘Olvídate de mí’, porque cuando la volví a ver, me volvió a emocionar, seguía tan fresca, auténtica, lúcida e imaginativa como cuando la experimenté por primera vez, si no más. Empiezan los títulos de créditos, al ritmo de la versión de Beck del tema ‘Everybody´s Got to Learn Sometime’, y no puedo evitarlo, se me pone la piel de gallina y me rindo por completo a Gondry, Carrey y Charlie Kaufman, autor de uno de los guiones más brillantes de la historia del cine.

Almas encontradas

Podría morir ahora mismo, Clem. Estoy… feliz. Nunca me he sentido así antes. Estoy exactamente donde quiero estar.

(Joel)

Uno de los grandes aciertos del film es no empezar por el principio de la historia (aunque eso no lo sabemos aún). Vemos a Joel (Jim Carrey) despertándose con dolor de cabeza, como con resaca. Se viste y sale, descubriendo que su coche tiene un importante golpe en la parte delantera. Llega a la estación de tren y, sin saber por qué, cambia de andén y entrando por los pelos en uno de los vagones (fantástica escena, Carrey tiene que hacer verdaderos esfuerzos para atravesar la puerta). Luego le vemos en la playa, mirando por la ventana de una casa abandonada, haciendo dibujos en la arena y mirando el océano, tiritando y maldiciendo su gran fortuna al visitar Montauk (Nueva York) en invierno. Con pocos trazos, el comportamiento errático, su aspecto desaliñado y esas gruñonas reflexiones en off (”San Valentín es un día festivo inventado por las compañías de tarjetas de felicitación para que la gente se sienta como la mierda“), ya conocemos a Joel, ya parece nuestro amigo (o nuestro reflejo).

Es el momento de que entre en escena la otra protagonista, Clementine (Kate Winslet). Se ven por primera vez (o eso cree Joel) en la orilla, luego en un restaurante, donde Clementine ya saluda a Joel (éste se hace el despistado y se lamenta por enamorarse de la primera mujer que le dedica un poco de atención), y de nuevo en la estación, mientras esperan el tren de vuelta. Ella está decidida a hacerse notar, pero él se resiste a responder; hasta que ya sentados dentro de un vagón prácticamente vacío no hay escapatoria y empiezan a hablar. Se inicia así una maravillosa conversación entre ambos (con diálogos tan incómodos y naturales que parecen improvisados en la misma escena), en la que se van deslizando más guiños que sólo comprenderá el espectador más adelante (que Joel no conozca la canción ‘Oh my darling Clementine’), como el detalle de las páginas arrancadas del cuaderno, que los dos se hayan encontrado en el mismo lugar o que ella esté segura de haberle visto antes, en la librería donde trabaja.

De la misma manera que entendimos a Joel en poco tiempo, captamos enseguida cómo es Clem. No se calla, dice lo que piensa, y es impulsiva, se fía de sus tripas. Sentía curiosidad por ese tipo de aire amargado, y no dudó en acercarse a él. Ambos tienen personalidades muy diferentes, lo que al principio provoca algún malentendido (sí tienen en común que son muy susceptibles, fruto de fuertes desengaños sentimentales, algo que no se explica pero se capta), que se evapora porque se caen bien, se atraen. Superan las dudas y Clem invita a Joel a su casa. Pasan un rato juntos, él se marcha a casa y la llama en cuanto atraviesa la puerta. En unos minutos ya son las dos personas más alegres del planeta. Quedan a la noche siguiente y la pasan viendo las estrellas (otra escena deliciosa, con la constelación inventada). Al amanecer, Joel se queda embobado mirando cómo duerme Clem; finalmente la despierta, pero ella le dice que se va a vivir con él. Un instante después aparece Patrick (Elijah Wood) y el relato da un sorprendente giro.

Las cenizas de la pasión

Clementine: “Y en tu pequeño cerebro, estás intentando averiguarlo: ¿habrá follado con alguien esta noche?”

Joel: “No, Clem. Asumo que has follado con alguien esta noche. ¿No es así como consigues caer bien a la gente?”

Transcurridos unos dieciocho minutos, empiezan a pasar los títulos de crédito, mientras vemos a Joel llorando, desconsolado, conduciendo a través de una noche lluviosa. Da la sensación de que se ha dado un salto adelante en la narración, a un momento en el que todo ha acabado entre Clem y él, y esto es así, pero en realidad el salto es al pasado, como comprenderemos más adelante. Joel llega a casa, se toma unas pastillas y cae dormido. Es entonces cuando conocemos a Patrick y Stan (Mark Ruffalo), cargando con un extraño equipo electrónico entran en el apartamento de Joel, como si fuera algo acordado. Éste parece despierto, tumbado en su cama, pero ya ha empezado a soñar, a recordar, a distorsionar la realidad y confundirla. A través de su mente retrocedemos aún más en la historia, y presenciamos una escena en la que Clementine besa a otro chico justo delante de Joel, a quien trata como si jamás lo hubiera conocido.

Así es como llegamos a la escena en la que todas las incógnitas anteriores empiezan a resolverse. Joel habla sobre lo ocurrido con su hermana y su cuñado (David Cross, el impagable Tobias de ‘Arrested Development’) y descubre que Clem le ha borrado de su vida. Literalmente. Lacuna Inc. es una compañía que ofrece a sus clientes la fantástica posibilidad de suprimir los recuerdos que desee, para superar traumas y poder seguir viviendo como si nada triste les hubiese sucedido. Herido, desesperado, Joel acude a Lacuna y decide hacer lo mismo, iniciando un intenso y doloroso viaje en el que, para eliminar a Clem de su cabeza, debe antes revivir todo lo que compartió con ella. De esta forma asistimos a un resumen de la aventura de estos dos personajes (imposible no sentirla propia), cómo se conocieron (la primera vez), cómo se enamoraron, cómo vivieron juntos momentos mágicos, cómo fueron felices… y cómo empezó a torcerse su relación, a cansarse el uno del otro, hasta llegar a un punto en el que les resultaba insoportable la compañía del otro.

Don Fabrizio Salina, el protagonista de ‘El gatopardo’, definió el amor de una manera seca y contundente: “Fuego y llamas un año, cenizas durante treinta”. En ‘Olvídate de mí’ también tiene cabida esta visión amarga que expone el personaje al que dio vida Burt Lancaster en 1963 (y a la que me refería en el segundo párrafo de este texto). Más tarde o más temprano, de una forma más o menos pronunciada, una vez que empiezan a desvanecerse las embriagadoras esencias del enamoramiento, es (o parece) inevitable que empiecen a surgir en la pareja, por mucho que se amen, pequeñas fisuras, que con el paso del tiempo tienden peligrosamente a agrandarse, con el riesgo de provocar una distancia insuperable, que puede conducir fácilmente al desprecio y el odio. Lo avisa Clem al poco de conocer al enamoradizo Joel: “Llegará un momento en el que encontrarás cosas que no te gusten de mí, y me aburrirás y me sentiré atrapada“. Así sucede. En un primer momento esa mujer es absolutamente perfecta para Joel; pero pasa el tiempo y algunas de sus particularidades comienzan a irritarle, volviéndose borde y malhumorado, cínico, llegando a provocar una situación insostenible.

Una conexión mágica

¿Somos como esas parejas que ves en los restaurantes? ¿Somos los muertos que cenan?

(Joel)

La idea que da la película, o al menos la que he encontrado (quizá porque la comparto), es que esta fractura que surge en la relación se debe a que inevitablemente cada parte se vuelca en la otra, alterándola, por lo que uno acaba viendo en la otra persona sus propios defectos, inseguridades y errores; con el paso del tiempo se acaba la ilusión y el engaño, el modo en el que somos y el que amamos se termina relevando ante nuestros ojos, y eso puede resultar (en muchos casos) difícil de aceptar. Dicho esto, no puede concluirse que el guión apueste por la imposibilidad de mantener vivo el amor. Difícil, pero no imposible. Mientras que otras parejas de la película se rompen (por construirse sobre mentiras), la conexión única y verdadera que se establece entre Joel y Clem es tan poderosa que resiste incluso el borrado de memoria; están destinados a encontrarse siempre, pase lo que pase. Es una idea romántica y fantástica que así plasmado, no resulta increíble. También puede entenderse esto como una especie de triste bucle eterno, uno se merece al otro y eso sólo conduce al sufrimiento (o sea, a repetir el proceso); hay margen para los dos puntos de vista.

A hacer creíble lo increíble contribuye, cómo no, unos actores muy implicados, muy metidos en la ficción, ofreciendo la mejor versión de sí mismos (inmensos Carrey y Winslet). Gondry también está especialmente inspirado (es su mejor película hasta la fecha) con el libreto de Kaufman, ganador de un Oscar y escrito a partir de una idea del director y su amigo Pierre Bismut. El relato permite a Gondry dar rienda suelta a su imaginación y su poderío visual, al tener que lidiar con las numerosas escenas soñadas, recordadas y alteradas por Joel, a lo largo de esa implacable limpieza cerebral. Escenas resueltas con gran ingenio, en las que sólo se recurre a los arreglos informáticos cuando es necesario (la caída del coche en esa calle sin fin o la destrucción de la casa), resolviéndose muchas de ellas con una hábil puesta en escena, junto a arreglos fotográficos y artesanales. Todo funciona con fortuna en esta bellísima, sincera y melancólica historia de amor.

Clementine: “Se acabó, Joel. Todo desaparecerá muy pronto”.

Joel: “Lo sé”

Clementine: “¿Qué hacemos?”

Joel: “Disfrutarlo”.

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