'Oh, Canada' tiene destellos del mejor Paul Schrader, pero no sabe muy bien qué tipo de película quiere ser

Intenta ser una película adulta de aquellas que el Hollywood actual necesita, pero se queda nadando en la desidia de lo insípido

No todo el mundo tiene en su currículum ser el alma de películas como 'Toro salvaje', 'Taxi driver', 'American Gigoló', 'La última tentación de Cristo', 'City Hall', 'Aflicción' o 'El maestro jardinero'. Debemos un respeto absoluto y ceremonial a Paul Schrader y lo que ha significado su trabajo, desde 1974, en la industria del cine que ayudó a levantar y dignificar. Sin embargo, eso no significa que haya que ser benevolente con sus trabajos más flojos. A sus 78 años, que siga estrenando proyectos es una auténtica bendición, pero 'Oh, Canadá', tristemente, no pasa ni de la nota a pie de página en su icónica filmografía.

Echar una cana(dá) al aire

Reunidos 44 años después de 'American Gigoló', había muchísimas expectativas por saber qué estaban cocinando dos iconos del séptimo arte como Richard Gere y Paul Schrader. Y el resultado, tristemente, no está a la altura: 'Oh, Canadá' es una película que no tiene nada claro hacia dónde quiere ir o qué es lo que quiere contar, prometiendo continuamente un impactante giro que nos de la excusa para interesarnos realmente por la vida de su protagonista y que nunca llega. Al salir de la proyección, mi primer pensamiento fue "¿Pero por qué me ha contado todo esto?". Y a día de hoy aún no he encontrado una respuesta.

A nivel formal la película sí es más interesante, mezclando recuerdos falsos y verdaderos con escenas metalingüísticas, con un montaje que continuamente coge desvíos intransitados antes de retomar la historia principal, pero no es suficiente para que nos enganchemos a la temprana vida de un documentalista de éxito a punto de morir de cáncer que decide expiar sus pecados delante de una cámara y en presencia de su mujer, el único lugar donde puede ser absolutamente sincero.

Es aquí donde encontramos los destellos del mejor Schrader, que aporta reflexiones muy inteligentes sobre la reflexión de los cineastas con la cámara, la verdad filmada y la necesidad de sincerarse en los últimos momentos vitales. Son momentos fugaces, pero consiguen hacernos creer que dentro de la artificialidad del juego entre recuerdos y realidad se esconde una película mejor, más sólida, que no depende de la aparente crudeza de la vida que se está homenajeando. Sin embargo, no puede evitar los bostezos y la desidia ganados a paladas de errores, amores perdidos y más rutina que cotidianeidad.

Toro no muy salvaje

La idea inicial de Schrader era hacer una película sobre la mortalidad, después de que la viera cara a cara tras pasar varios meses en el hospital por culpa del Covid. Y esa habría sido, de verdad, una visión que me habría encantado ver, una cinta crepuscular creada por alguien que se sabe en el tercio final de la vida y aún tiene mucho que contar. 'Oh, Canadá' no es esa película: es el falso biopic de alguien que ha tenido una vida desagradable convencido de que, al narrar sus errores, puede expiarlos. Sin embargo, sus errores vitales y sus tropelías nunca terminan de ser tan ultrajantes como el director pretende.

Justo al final, cuando las cámaras ya no están rodando y el juego entre confusión y realidad se evapora, vemos cuál es el gran secreto del personaje de Gere. Y, al menos desde una perspectiva europea (es muy importante en este caso, sin querer hacer spoilers), su gran arrepentimiento sabe a muy poco, fácilmente solucionable alzando los hombros y diciendo "Vaya por dios". El camino hacia llegar allí, la autoindulgencia y los aires que se da, su aparente trauma y el dolor que conlleva su confusión mental pueden tener cierto interés, pero no es un camino tan vibrante como para que el fraude del destino nos compense.

Richard Gere, eso sí, está fantástico, mostrando que a sus 75 años sigue estando en forma: su mirada decidida pero repleta de nostalgia y remordimiento dice más que cualquier línea de un guion que, de tan clásico, se siente atrasado. Él (y Uma Thurman, aunque quede en un papel más sombrío) está fabuloso, tanto pasando su enfermedad como en la recreación de sus recuerdos. Si 'Oh, Canadá' debe ser recordada por algo, es por la fuerza interpretativa de un icono de la industria como Gere.

Pero ni esta presencia arrebatadora es capaz de conseguir que no nos sintamos profundamente confundidos ante una película como 'Oh, Canadá', que tiene la pátina de película clásica de un Hollywood que necesita urgentemente historias adultas e inteligentes pero, al mismo tiempo, no logra rematar la jugada con un guion que nunca termina de encarrilarse y una dirección que a veces logra destacar pero en su mayor parte está a años luz de los mejores trabajos de Schrader, todo al servicio de contar una vida que se queda a medio gas y no afina el tiro. Al final, uno no entiende exactamente el motivo de la existencia de una cinta que parece simplemente flotar en el mar de una ensoñación insípida.

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