Queramos reconocerlo o no, todos tenemos filias y fobias en lo referente al séptimo arte. Puede estar más --que hayamos odiado o nos hayan encantado todos sus trabajos anteriores-- o menos --que simplemente nos caiga bien o mal la persona en cuestión-- justificado. Lo curioso en el caso de 'Ocho apellidos vascos' (Emilio Martínez Lázaro, 2014) es que tenía al mismo tiempo tenía muchas ganas de verla por contar con un guión de Borja Cobeaga y Diego San José y pensaba que podría parecerme una completa pérdida de tiempo por estar protagonizada por Dani Rovira.
Ante esa diatriba no tenía demasiado claro qué esperar exactamente de 'Ocho apellidos vascos', ya que su tráiler tampoco me fue precisamente de gran ayuda. Al final no ha sido una gran comedia como sí lo fue 'No Controles' (Borja Cobeaga, 2010), pero tampoco una exhibición de humor lamentable como temía por la presencia de Dani Rovira, un monologuista que nunca me ha hecho gracia alguna y que parece que quiere hacer carrera en el mundo de la actuación.
'Ocho apellidos vascos' y varios andaluces
Para nadie debería ser una sospresa descubrir que 'Ocho apellidos vascos' basa su razón de ser en una alternancia de bromas a costa de los tópicos andaluces y, sobre todo, vascos. El euskera --lo siento, me niego a llamarlo vasco o vascuence-- es uno de los grandes ejes humorísticos al tener que utilizarlo un sorprendentemente eficaz Rovira en múltiples ocasiones cuando desconoce completamente qué significa lo que está diciendo. Un recurso bastante básico, pero que funciona mucho mejor de lo esperado por mucho que haya que aceptar ciertos gags que rozan el ridículo.
Tampoco esperéis nada especialmente revolucionario en la forma en la que Cobeaga y San José lidian con otros tópicos como la apariencia propia de los vascos y andaluces --aunque conviene reconocer la eficacia cómica de varios apuntes que hace Rovira sobre el aspecto físico de una Clara Lago más convincente de lo esperado en su rol de vasca algo arisca-- o el tema de los acentos --ahí es donde tenía más miedo de Rovira, pero, para mi sorpresa, cumple bastante bien--. Y es que el guión es bastante sencillo, dando la sensación de que es un encargo en el que no han dado lo mejor de sí mismos o que ha sufrido varios cambios para normalizarlo.
No quiero dar a entender que el guión de 'Ocho apellidos vascos' sea genérico, pero sí que le falta mucha más mala leche, sobre todo si tenemos en cuenta que seguramente sea la primera comedia española que utiliza a ETA con fines cómicos. Un tema escabroso que quizá levante polémica entre las personas más sensibles al tema, pero que aquí queda representado como un grupo de personas maleables, poco avispadas y bastante inofensivas. ¿Será que Cobeaga y San José han preferido reservarse sus mejores chistes por si algún día consiguen sacar adelante la muy prometedora 'Fe de etarras'?
Impersonal, pero efectiva
Sí que resulta más decepcionante que todo acabe derivando hacia una comedia romántica bastante convencional, siendo pequeños chistes aislados --ahí es donde se agradece la reaparición algo azarosa de los personajes de Alfonso Sánchez y Alberto López-- los que evitan que sea más de lo mismo. Cierto que la historia ya iba encarrilada en esa dirección, pero la alocada Carmen Machi y, especialmente, Karra Elejalde aprovechando muy bien el arquetipo de vasco bruto se habían ocupado hasta entonces de que no hubiese desfallecimientos de importancia en su naturaleza de entretenimiento liviano para todos los públicos.
Un aspecto en el que no merece la pena pararse mucho es la puesta en escena de Emilio Martínez Lázaro, ya que apuesta por esa neutralidad televisiva en el que todas las escenas vienen a parecer la misma --su mayor aportación son los breves planos de transición entre secuencias en las que muestra el atractivo de los paisajes vascos--, por lo que prácticamente cualquier otro director podría haber ocupado su lugar y todo cambio que se hiciera al menos conseguiría que la película destacase en algo en este apartado.
En definitiva, 'Ocho apellidos vascos' no es una gran comedia, pero sí una con la suficiente capacidad para hacernos pasar un buen rato en función de lo que podamos disfrutar con su juego de tópicos costumbristas. Eso sí, al ser vasco es posible que mi capacidad para pasarlo bien estuviese limitada de antemano, ya que oí no pocas carcajadas en momentos a los que yo no encontraba la gracia o que incluso bordeaban la vergüenza ajena, pero, como en todo, eso no deja de ser algo muy personal.
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