‘Ocho apellidos vascos’ es la película española más taquillera de la historia en España, esa es la realidad con la que deberemos vivir hasta que Emilio Martínez Lázaro —un excelente director en la década de los noventa para luego perderse—, o Santiago Segura, o algún otro conocedor del secreto que arrastra en masa al público español de cuando en vez a las salas cinematográficas, repitan operación con algo bueno: el victimismo de nuestros cineastas —auténticos expertos en lloriquear— se acalla durante un merecido descanso para nuestros oídos. Eso es gloria bendita.
Otro tema es la película protagonizada por Dani Rovira —un excelente cómico pero nulo actor— y Clara Lago —una chica—, cuyo desmesurado éxito ha sorprendido a todos los implicados en este telefilm, sí, sí, TELEFILM. Un exitazo que ha provocado ya, cómo no, que se esté preparando una secuela de la misma forma que en la década pasada el director sufrió la misma experiencia en aquel horror lleno de canciones por el que se paseaban Ernesto Alterio o Paz Vega. Desde entonces hasta hoy sólo ha cambiado una cosa, el humor es cada vez más simple y zafio. ¿La culpa? De la caja tonta, of course.
Falsa comedia de enredo
‘Ocho apellidos vascos’ narra la odisea de un joven sevillano (Rovira) que conoce a una vasca (Lago) cuando ésta está de amarga despedida de soltera por la ciudad andaluza, la cual, por cierto, y aunque sólo aparece al inicio y al final, es muy cinematográfica; y decide seguirla hasta el País Vasco para conquistarla. Un inicio marcado por el apresuramiento, que no capacidad de síntesis, y marcando con fuego cuál será la tónica a seguir: situaciones forzadas e ilógicas que desencadenan en una supuesta situación de enredo, que para colmo no es aprovechado.
Tal y como reza la comedia más clásica y pura —por ejemplo ‘La fiera de mi niña’ (‘Bringing Up Baby’, Howard Hawks, 1938), de la que esto parece un copia barata dada la vuelta—, en la que la locura llevada al límite funcionaba por la vigorosa puesta en escena logrando hacer creíble cualquier situación por exagerada que pareciese, Emilio Martínez Lázaro, ha hecho todo lo contrario. Ni una sola situación es creíble y la puesta en escena tira de formas televisivas, probablemente la razón de empatía con muchos de los espectadores.
Un humor muy ‘Aída’, por citar una serie española exitosa —incluso se pasea Carmen Machi por la película con un personaje metido a calzador— pero sin llegar a la exageración que llega esa serie, que hace de lo políticamente incorrecto su arma más efectiva. Pero cuando ‘Ocho apellidos vascos’ intenta ser incorrecta se queda lejos, muy lejos, de provocar la carcajada. Basta citar los chistes sobre ETA, totalmente esperados, pero sin fuerza ni mala leche, supongo que por aquello de no herir sensibilidades. Lo mismo sucede con el resto de gags, chistes y monólogos que se marca Dani Rovira, aprovechando su talento como monologuista. ¿Te ríes? Sí. Pero…
Lamentable puesta en escena
Sin embargo, para el que suscribe, el problema de este monumental bodrio no es el humor zafio en sí mismo, ni sus actores, que están todos insoportables, con especial mención para Karra Elejalde, sino la batuta que todo lo dirige, el señor Emilio Martínez Lázaro, que ha traducido a la mediocridad más absoluta el libreto de Borja Cobeaga y Diego San José, cuya colaboración ha dado, entre otras, dos films tan divertidos, e inteligentes, estos sí, como ‘Pagafantas’ (2009), y sobre todo ‘No controles’ (2010), ambas dirigidas por Cobeaga.
El director de la magnífica ‘Los peores años de nuestra vida’ (1994) —parece mentira que sean del mismo artífice—, a base de planos medios y errático montaje, y con la frivolidad como excusa, enlaza gag tras gag, situación tras situación, sin orden ni criterio, ni teniendo en cuenta la suspensión de incredulidad, sazonando de vulgaridad todos y cada uno de los planos filmados. Con la diferencia de caracteres entre vascos y andaluces, más de lo mismo, simpleza, reduciéndolo todo a lo más básico y elemental, haciéndome recordar cierto tipo de cine casposo de hace ya décadas.
‘Ocho apellidos vascos’ recupera el término que en los setenta estaba en boca de todos, “la españolada”. El mismo discurso conservador y reaccionario, de humor subrayando lo cateto del españolito medio como supuesta gracieta y reconocernos dentro de una película que ni se acerca al dibujo de personajes, y la risa se provoca más por vergüenza ajena, o algún chiste aislado, que por la carga irónica que puedan (no) llevar sus diálogos. Tanto, que hasta casi me parece de mal gusto reírse con este despropósito. Así nos va.
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